Uno de los especiales más festejados en los cinco años de “Super Chatarra Special” fue el dedicado a las clases de literatura de Vladimir Nabokov.
El especial está en este link:
http://www.superchatarra.com.ar/edanteriores/octubre2002/NUEVO1002.htm
Pero queremos rescatar para el weblog, las palabras con el que Profesor Nabokov se despedía de sus alumnos, el último día de clase, la mejor de las lecciones.
Puede que a alguno de vosotros le parezca que en las presentes y en alto grandes e irritantes circunstancias del mundo, el estudio de la literatura es una perdida de energía; sobre todo, el estudio de la estructura y el estilo. Mi opinión es que para cierto tipo de temperamento -y cada uno tiene un temperamento distinto- el estudio del estilo puede parecer siempre, en cualquier circunstancia, una pérdida de energía. Pero aparte de esto, creo que en todos los espíritus, ya sientan inclinación hacia lo artística o hacia lo práctico, hay siempre una célula receptiva para las cosas que trascienden las espantosas preocupaciones de la vida diaria.
Las novelas que hemos estudiado no os enseñarán nada que podáis aplicar a ningún problema evidente de la vida. No ayudarán en la oficina, ni en el ejército, ni en la cocina, ni en la escuela de párvulos. De hecho, los conocimientos que he estado tratando de impartir aquí son un puro lujo. No os ayudarán a comprender la economía social de Francia ni los secretos del corazón de una mujer o de un joven. Pero puede que os ayuden, si habéis seguido mis enseñanzas, a sentir la pura safisfacción que transmite una obra de arte inspirada y precisa y esa sensación de satisfacción a su vez va a dar lugar a un sentimiento de autentico consuelo mental, el del consuelo que uno siente cuando toma conciencia, pese a todos sus errores y meteduras de pata, de que la textura interior de la vida es también materia de inspiración y precisión.
En este curso he tratado de revelar el mecanismo de esos juguetes maravillosos que son las obras maestras de la literatura. He tratado de hacer de vosotros buenos lectores, capaces de leer libros, no con el objeto infantil de identificarse con los personajes, no con el objeto adolescente de aprender a vivir, ni con el objeto académico de dedicarse a generalizaciones. He tratado de enseñaros a leer libros por amor a su forma, a sus visiones, su arte. He tratado de enseñaros a sentir un estremecimiento de satisfacción artística, a compartir no las emociones de los personajes del libro, sino las emociones del autor: las alegrías y dificultades de la creación. No hemos hablado sobre libros: hemos ido al centro de esta o aquella obra maestra, al corazón vivo de la materia.
Ahora el curso toca a su fin. El trabajo con vosotros ha sido una agradable asociación entre la fuente de mi voz y el jardín de vuestros oídos: unos abiertos, otros cerrados, muchos muy receptivas, unos pocos meramente ornamentales, pero todos ellos humanos y divinos. Algunos de vosotros seguiréis leyendo grandes libros, otros dejaréis de leer grandes obras una vez terminados los estudios; y si alguien piensa que no puede desarrollar su capacidad de placer leyendo a los grandes artistas, entonces es preferible que no los lea. Al fin y al cabo, hay otras emociones en otros campos: la emoción de la ciencia pura es tan placentera coma la del arte puro. Lo principal es experimentar ese cosquilleo en cualquier compartimiento del pensamiento o de la emoción. Corremos el riesgo de perdernos lo mejor de la vida si no sabemos provocar esa excitación, si no aprendemos a elevarnos un poco más de donde solemos permanecer, a fin de coger los frutos más excelsos y maduros del arte, ofrecidos por el pensamiento humano.
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