3.4.10

monstruo liberado

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UN DIOS SALVAJE
data: http://www.alternativateatral.com/obra16013-un-dios-salvaje
“Yo creo en un dios salvaje. Él es el que nos gobierna, sin solución de continuidad, desde la noche de los tiempos”.
ALAN
Ahí lo ven: padres educados, hombres y madres de familia, reunidos para arreglar, civilizadamente, el conflicto generado por sus hijos: el hijo de uno, le dio un palazo en la cara al hijo del otro, volándole dos dientes. Cuando uno ve a las dos parejas sentadas alrededor de una mesa, resolviendo el problema sin levantar la voz, no hay más que decir: “¡Qué suerte que vivimos en estos tiempos de concordia y reflexión! En otras épocas, ¡qué hubiera sucedido...!”.

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Refrene el entusiasmo: una palabra de más con la mano en el picaporte y todo esa civilización se desmorona como un castillo de naipes. Ahí está, bajo la piel, el monstruo que viene de la noche de los tiempos, el monstruo salvaje que llevamos en nuestros genes, el monstruo violento que pretende imponerse sobre los otros. La civilización es un corset que llevamos a disgusto. Dennos una rendija por donde escapar y volveremos a estar como en las épocas de las cavernas, aporreando al otro hasta que acepte nuestra superioridad.

“Un dios salvaje”, la obra de Yasmina Reza (la autora de “Art”), estrenada en el Paseo La Plaza, nos proporciona una hora y media de carcajadas, una feroz comedia negra que no oculta, tras la cabalgata de gags, la agresividad de los cuatro personajes. La maestría de la autora es que nos ríamos hasta el llanto, de una situación patética, de cuatro seres que se tiran sal en la herida, durante hora y media, sin ningún pudor.

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No hay otra pretensión en Reza que mostrarnos el conflicto, describir la violenta condición que subyace bajo la civilización y hacernos pensar, mientras reímos, en lo inevitable de esa cualidad. No hay más, no pretende avanzar en la reflexión ni sugerir vías. Tal vez le quite brillo épico a la obra, pero le da un superlativo grado de eficacia.

Las actuaciones de Gabriel Goity, Fernán Mirás, María Onetto y Florencia Peña son los puntales para que el brillo de los diálogos de la obra explote. Despliegan, sobre el escenario, un caudal de energía excepcional. Esto no evita algunos desniveles entre y en los actores, a lo largo de la historia. Gabriel Goity y Florencia Peña son responsables de los momentos más carismáticos, de los remates más festejados por el público. Pero sus mejores momentos se dan cuando se animan a sacarse de encima, los tics, la actuación en piloto automático que les dio celebridad en televisión. En esos momentos, aflora lo mejor.

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Personalmente, me convenció menos la actuación de María Onetto y me tocó una noche de una dicción muy pastosa de Fernán Mirás, tal vez marcación escénica, que dificultaba mucho seguir algunos parlamentos.

En suma, una muy buena obra, para reír sin parar y quedarse pensando un poco en si, verdaderamente, hemos cambiado tanto desde nuestros años en las cavernas.

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