22.5.10

los dos traperos

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CARANCHO
data: http://www.imdb.com/title/tt1542852/

En una escena de “Carancho”, los dos protagonistas principales, Sosa y Luján, son invitados a un cumpleaños de quince. Suena un bolero y Sosa y Luján bailan, acaramelados. La escena se prolonga. Esperamos que pase algo. No pasa nada.

Esa escena es el primer paso en falso de lo que era hasta ahí una brillante película. Es una escena que sobra. Pero se destaca porque hasta ahí no había escenas que sobraran. Todas estaban perfectamente justificadas; los diálogos eran soberbios; lográbamos comprender la situación de los personajes y conmovernos de sus conflictos. Pero, justo ahí, en esa escena, empezamos a sentir que la trama dudaba cuál camino seguir.

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Y no era la presunción de una escena solitaria. A partir de ahí, la trama de “Carancho” descarrila y el filme cae en un incomprensible policial, inverosímil, al punto de tener personajes que se pegan un palo con un auto, salen del vehículo volcado y, sangrando, empiezan un tiroteo, al mejor estilo de las malas películas de Hollywood.

Esa escena comentada divide en dos la historia. Hay dos Pablo Trapero en “Carancho”: el primero es brillante y muestra sus indudables condiciones técnicas; el segundo, cae en los peores vicios del cine nacional, en lo que a desprolijidad del guión se refiere. La pregunta surge sola: ¿cómo puede derrapar tan toscamente, con lo tan bueno que había hecho hasta entonces?

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Quedémonos con esa primera mitad: una joven doctora y un abogado que picotea, en guardias y funerarias, sobre el sufrimiento de víctimas de accidentes para timarlas con juicios por daños y quedarse con la parte del león de las indemnizaciones. Una de las primeras imágenes es la de un pie que recibe una inyección. No es una escena más. Es clave. Luján, la doctora, puede creer que es muy distinta a Sosa. Ella tiene principios, ética, actúa bien, no transa. Pero en el entorno hospitalario argentino, en el deterioro edilicio y moral de sus autoridades, en la sociedad sumergida en la miseria entregando de a cachitos la dignidad, lo único que los diferencia es la edad. Luján está en los primeros pasos que la llevarán a ser Sosa en unos años: un profesional quemado por el entorno, sin ética ni moral, sin posibilidad alguna de poder salir de la trampa en la que ha entrado.

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Por eso esa primera hora inicial es brillante: Sosa es el futuro de Luján. Ese es el tema del filme que no se debía abandonar bajo ningún concepto. El guión de Trapero, Fadel, Mauregui y Mitre se permite ser sutil y cinematográfico: con pocas palabras, con diálogos justos sin ser autoexplicativos, con recursos módicos pero ingeniosamente realizados (por ejemplo, la escena en la que toman el café y cuentan los autos que pasan entre una luz roja y otra; otra, la presentación de Luján: nos enamoramos de la protagonista en una simple caminata al inicio del filme, como se va a enamorar Sosa en cuanto la conozca).

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En esa primera etapa, “Carancho” brilla, no sólo por los actores (Ricardo Darín y Martina Gusman) sino por la fotografía de Julián Apezteguia. El tono amarillento de iluminación del conurbano es un elemento central para dar el clima de la historia. La dirección de arte de Mercedes Alfonsín refuerza ese estado de país en ruinas, en edificios públicos con claros signos de decadencia.

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¿Cómo debió seguir la película? Había dos caminos lógicos que se abrían a partir de que Luján le da una nueva oportunidad a Sosa, tras la muerte de Vega, poniéndole un nuevo caso en sus manos. O hay posibilidad de redención o no la hay. No hay otras que sean dramáticamente efectivas. O Sosa logra ganarle a la mafia de los caranchos (entonces puede cambiar y armar una nueva vida junto a Luján) o falla y no hay posibilidad de redimirse. Y, si es así, tampoco la habrá para Luján, en el camino en el que ha entrado.

Como es de esperar, la elección depende del artista y ambas son válidas. Pero el camino elegido por Trapero prefiere el batatazo aleatorio para zafar de esta bifurcación que proponía el conflicto dramático central. Y la última escena que cierra el filme, deja a las claras que no tenía la menor idea de cómo terminar la historia. Por eso prefiere el azar como protagonista decisorio de la trama, como si fuera la vida real. Pero esto no es vida real. Es cine. Y el cineasta está obligado a tomar decisiones y decidir para qué lado quiere rumbear su película.

Esa es la falla de Trapero en esta película y es doblemente grave, no sólo porque ya tiene el cuero curtido de varias obras como para caer en esta debilidad, sino (fundamentalmente) por lo que arruinó con lo que tenía entre manos.

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