El camarero se quedó inmóvil unos segundos, y en todas las caras apareció una expresión inexplicable de rubor, que es producto característico de nuestro tiempo: un sentimiento en que se combinan las nociones del humanismo moderno con la idea del enorme abismo que separa al rico del pobre. Un aristócrata genuino le hubiera tirado algo a la cabeza al triste camarero, comenzando por las botellas vacías y acabando probablemente por algunas monedas. Un demócrata genuino le hubiera preguntado al instante, con una claridad llena de crudo compañerismo, qué diablso se le había perdido por allí. Pero estos plutócratas modernos nosabían tratar al pobre, ni como se trata al esclavo, ni como se trata al amigo. De modo que una equivocación de la servidumbre los sumergía en un profundo y bochornoso embarazo. No querían ser brutales, y temían verse en el caso de ser benévolos.
GILBERT KEITH CHESTERTON
“Las pisadas misteriosas”
23.8.10
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