¿A veces no te parece que nos acostumbramos con mucha facilidad a la normalidad de lo anormal? El otro día estaba perdiendo veinte minutos de mi tiempo en el banco, para conseguir monedas para el colectivo (¿se acuerdan del boleto electrónico? Tranquilos, para el otro año va a estar) y me percaté de dos detalles.
Primero: el banco tenía cinco cajas construidas pero atendían sólo dos personas. Segundo: había una cola adicional, a la existente, para clientes “prefer”. Ellos, por pagar un poco más mensualmente, tienen “privilegios” como integrar una cola más corta.
Hoy nadie se despeina por ese hecho. Pero, bien mirado, es una muestra más de cómo nos acostumbramos a la mediocridad del otro.
Que yo tenga que pagar de más para que el banco me atienda antes, es premiar a la empresa que me dice, explícitamente, que es ineficiente en lo que hace. Debería poner más cajeros para atender la demanda de sus clientes. Pero, no. La institución bancaria, explicitando que es mediocre, crea clientes de primera y de segunda. A los dos los hace esperar, pero a los primeros los hace esperar menos.
El mensaje es claro: “yo soy malo en lo que estoy haciendo, pero los costos de mi ineptitud te los cargo a vos, por idiota”.
En otros tiempos, un banco se hubiera puesto colorado de no poder dar un mejor servicio a su cliente (quien, con sus depósitos, permite pagarles el sueldo a los empleados de la institución, del Presidente para abajo). Admitir que su atención al público es deficiente, hubiera sugerido que su habilidad para administrar los fondos del público no es buena.
Pero en estos tiempos de chantada, el banco nos cobra un plus por esperar menos. Un claro ejemplo del mercado poniéndole precio al tomarte de boludo.
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