23.1.12

mirá cómo me tomaron de boludo: a que te corto la luz

Para los que reciben los correos semanales de “Libreta Chatarra”, les habrá extrañado que por primera vez, en mucho tiempo, el correo semanal llegó a primera hora del lunes y no el fin de semana, como es costumbre. Tengo una excusa: desde el jueves a las 22 horas, estoy sin luz en casa.

Siguiendo una práctica habitual en las empresas de servicio, ningún operador atiende personalmente el reclamo. Se registra, se da un número de reclamo, en forma automática. Pero nadie te contesta. Uno le habla a una pared virtual.

Es muy difícil saber si el corte es para un rato o para varios días.

Más aún, cuando abrimos el diario y nos enteramos que esto se ha dado en varios barrios y, aparentemente, la demora se debe a “motivos sindicales”. Ante un recorte en las horas extras, los sindicatos retacean el envío de personal a las guardias de urgencia. El rehén, nuevamente, es el usuario.

El Ente Regulador (uno de los pocos entes reguladores en la que he obtenido respuestas anteriormente) confiesa que no tiene poder de policía sobre las empresas eléctricas. Más que renovar el reclamo, no pueden hacer. “¿Quiere decir que tengo que hacer un piquete para llamar la atención? ¿Tomar la ley en mis manos para lograr una respuesta?” pregunté. “¡Ah, usted haga lo que quiera!”.

El consejo es una invitación a violar la ley.

Lo peor es que, probablemente, si el barrio no hace lo que algunos empezaron a hacer ayer (quemar gomas y cortar una calle), el suministro eléctrico no se rehabilitará en varios días.

En este fin de semana, tirando comida por las heladeras sin electricidad, soportando temperaturas de treinta y pico de grados sin líquidos fríos ni ventiladores, me sorprendió mucho que me lo haya tomado con cierta parsimonia y tranquilidad.

En un primer momento, me justifiqué creyendo que ya no hay nada que me pueda sorprender en Argentina. Hace tiempo que esta sociedad tiene un umbral de sufrimiento muy alto y es capaz de soportar provocaciones que otras sociedades no soportan. El argentino promedio parece conformar esos casos clínicos de violencia familiar: lo golpean y le gustan que lo golpeen. Se ha adaptado, con gusto, a la humillación cotidiana.

Luego, examinándolo mejor, me di cuenta que, inconscientemente, había comparado esta situación con lo que hubiera pasado de haber sucedido hace unos años, cuando mi padre vivía. Con una diabetes avanzada y una enfermedad renal terminal, su balance químico dependía de tomar muchos líquidos y estar fresco, en estos días agobiantes de verano. Si algo como lo que estoy pasando en estos días, hubiera pasado entonces, me hubiera enloquecido. Porque no habría tenido ninguna solución; nadie me hubiera ayudado. Lo hubiera visto entrar en una crisis sumiéndome en la más absoluta impotencia.

Entonces, miré a mis vecinos, ancianitos más que octogenarios, con problemas cardíacos, alguno con una lesión que no pueden moverse de sus camas, o madres con bebés muy chiquitos, casos donde el calor extremo suele cebarse.

Nadie se preocupó ni se preocupa por ellos.

Nadie mueve, ni moverá un dedo por su integridad, por su salud, por su futuro.

Ni el Ente Regulador, ni la empresa eléctrica, ni los trabajadores sindicalizados, ni un juez, ni un periodista.

La cereza del postre: uno de los vecinos sin luz consiguió que un amigo que trabaja en la empresa eléctrica cambiara la fase y reestableció el servicio en minutos. Otro ejemplo de la desigualdad aleatoria que prospera en la Argentina.

Me quedé pensando en una última idea: el silencio puede ser una de las formas más perversas de la violencia.

El tipo que me contesta, aunque me insulte, está dándome el beneficio de reconocerme. Por lo menos, soy digno de una respuesta.

Cuando del otro lado hay una grabación o la voz del burócrata de turno diciendo que no puede hacer nada y que nadie puede hacerlo, inmune a mi desesperación, me están condenando al silencio. La indiferencia es la implícita aseveración de que no soy digno de una respuesta.

No basta ser muy imaginativo para rememorar, como en los últimos tiempos de este país, nos acostumbramos a no recibir respuestas ante las preguntas más básicas.

El inconveniente de esta actitud es que, las sociedades, como las personas, suelen gritar para llamar la atención de aquellos que los ignoran.

Y a veces, ese grito, viene acompañado de zamarreos, para hacerlo un poco más efectivo.

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