20.1.12

no sólo se trata de correr

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LAS AVENTURAS DE TINTÍN: EL SECRETO DEL UNICORNIO
data: http://www.imdb.com/title/tt0983193/

Recuerdo haber leído las andanzas de Tintín, en busca de un tesoro perdido, en la “Billiken” semanal de mi niñez. Fue una de mis historietas preferidas. Releí, una y otra vez, las peripecias del periodista del rulo enhiesto con la ayuda del Capitán Haddock, el perrito Milú y la comparsa de Hernández y Fernández (como tradujeron por estos pagos a los dos torpes detectives de bombín y bastón). Cuando trascendió que el dueto Steven Spielberg y Peter Jackson se metían con esa historia, nos picó el bichito de la curiosidad, de saber cómo estos nenes iban a enfrentarse con la Historia (con mayúsculas) detrás de la historia.

Lo primero que hay que decir es que Spielberg respetó el espíritu del cómic. Tal vez demasiado. Porque en “Las aventuras de Tintín…” se adivina poco del genio de Spielberg. Oficio en muchas escenas; el espíritu festivo al extremar las posibilidades de cada secuencia con el uso de la técnica del motion caption; vértigo y algunas dosis de humor. Pero la película es lo suficientemente fría como para que pase de largo. Algo raro en los filmes de Spielberg que pueden tildarse de muchas cosas, menos de que nos resulten indiferentes.

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Hurgando un poco en las causas, tal vez seguir fielmente el cómic haya sido contraproducente. Tintín es la típica historieta de aventuras. Su protagonista era un intrépido periodista siempre corriendo detrás de una historia. Era el arquetipo de la acción: valiente, decidido, audaz. El exotismo era el toque decisivo: la búsqueda de un tesoro; persiguiendo la ubicación de un meteorito que cae en el océano; visitar la URSS; viajar a la Luna; encontrar al Yeti en el Tibet; visitar Latinoamérica y meterse en una revolución.

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En tiempos de globalización, el exotismo de los lugares lejanos e inexplorados ha mermado. Y la acción, por la acción en sí misma, no llama tanto la atención. Como espectadores / lectores estamos sobresaturados de estímulos. El vértigo de las historias de aventuras, inevitablemente, se apolillan. Necesitamos algo más, una línea interpretativa paralela, una fuerte necesidad dramática de los personajes para atraer nuestra atención. De eso carece esta adaptación cinematográfica de Tintín.

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Hay una secuencia que sirve de ejemplo de esta falla estructural: la persecución en busca de los tres papeles que tienen la clave del tesoro. En esa brillante secuencia, todo es acción. Corridas, de todos los personajes, con y contra todos. Los protagonistas saltan en las alturas, rebotan en carambolas al borde del precipicio, mostrando la potencialidad del motion caption. Pero, en esa secuencia, vale seguir la acción de Milú y compararla con la de Tintín. Milú no cede en la persecución pero muestra vacilaciones vitales: mira antes de cruzar, se distrae ante un sándwich; esas dudas le dan cierta tensión dramática a su participación. Tintín sólo corre, al punto de saltar en el aire para atrapar los papeles en poder del halcón de Sakharine, sin ponerse a pensar dónde va a caer. Si aterriza bien, es por pura casualidad.

Entre la actuación de Milú y la de Tintín hay un abismo de matices. Nos atrae más el accionar perruno porque constatamos una intencionalidad de la que carece el protagonista principal. La acción por sí sola no alcanza; la acción con un objetivo o necesidad dramática, eso es otra cosa, aunque la necesidad dramática sea alcanzar un sandwich en el extremo del tablón.

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Por eso, seguramente, Tintín pierde fuerza ante sus compañeros: Milú comanda la película; Haddock tiene el trauma de tener que superar las glorias de sus ancestros. Tintín no tiene ningún conflicto; sólo se mueve. Se mueve mucho. Y eso termina por hacerse perder la atención.

En suma, “Las aventuras de Tintín…” se destaca en lo técnico y en un par de gags. Mejora la técnica del motion caption, pero los personajes siguen moviéndose con cierto envaramiento que le quita naturalidad. El 3D luce en manos de Spielberg y tenemos algunas tomas notables. Fulgor en el envase que no alcanza a sostener una historia normal, sin muchos matices.

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