26.2.08

pensamiento argentino

A Miguel Romano lo venimos siguiendo desde hace tiempo, como uno de los más graciosos comentaristas de básquet de “La Nación”. Sus observaciones mezclan dosis pareja de envidia, resentimiento e impericia técnica, que se vuelven particularmente notables cuando la realidad desmiente sus “pronósticos”.

Al respecto evocamos dos post de “Libreta Chatarra”:

http://libretachatarra.blogspot.com/2004/08/panqueque.html

y

http://libretachatarra.blogspot.com/2007/09/visionario.html

antecedentes cabales de su estilo periodístico (de algún modo hay que decirle).

Reincidió el lunes pasado en una columna que (pese a que lleva su firma) no dejó de sorprenderme. Miguel Romano se la rebuscó para encontrarle el lado depre del sensacional mes que Emmanuel Ginóbili ha tenido en la NBA. De verdad, según su observación, no tenemos que andar festejando el buen momento de Manu, sino todo lo contrario, ponernos a llorar. Cedo la palabra a Romano:
Si Manu Ginóbili mantiene un aporte parecido al de los últimos quince días el eclipse puede ser total. Su figura crecerá tanto, colocará tan alto el techo del mérito deportivo dentro de la NBA, que la sombra opacará el elogiable desempeño de sus compatriotas. Un efecto negativo, sin duda; inevitable además, que les quitará trascendencia a jugadores que acaban de mejorar sus rendimientos respecto de las temporadas anteriores, como los casos de Andrés Nocioni, en Chicago Bulls, y Carlos Delfino, en Toronto Raptors.

Pero hay un ejemplo concreto que no debe dejarse pasar: Luis Scola, en su primer año en la NBA, se ubica ya entre los 4 mejores debutantes de la temporada, fue elegido para integrar el combinado de rookies que actuó en el All Star de New Orleans y, atención (esto habría que escribirlo con mayúsculas), sus estadísticas son superiores a las de Ginóbili en el primer año.

La ropa nueva la estrena el hijo mayor y los hermanos que vienen después se quedan con los tonos desteñidos y las costuras rotas, ¿no? Qué inmerecido designio marcará a todos los post-Manu, lamentablemente.

(…)

El fuerte destello que irradia Manu encandila al resto. Es una consecuencia entendible y lógica, contraproducente, aunque seguramente con el tiempo todo ayudará para que las próximas generaciones de argentinos que aterricen en la NBA tengan un prestigio ganado antes de ponerse la camiseta. Serán del país de Manu, de Nocioni, Scola y Delfino. Y sabrán que pueden ser estrellas, tienen los ejemplos. Aunque el techo se encuentre muy alto.

“Un efecto contraproducente e inevitable”
MIGUEL ROMANO
(la nación, 25.02.08)
Sorprenden varias cosas de la columna de Romano:

a) Que siga escribiendo en un medio tan importante cuando hay tantos pibes que salen de las escuelas de periodismo deportivo, con talento y dedicación, y no consiguen insertarse en el medio.

b) Esta malevolencia del pensamiento nacional de no poder disfrutar de los buenos momentos y de menospreciar el esfuerzo y el éxito de los tipos que se comportan correctamente.

c) Si nos va mal, nos va mal. Pero si nos va bien, ojo, también nos va mal. ¿Cuándo vamos a estar conformes? ¿Cuál es nuestra meta? ¿Cómo se puede vivir en un país con esta pasión por el fracaso y la derrota?

d) La imposibilidad de disfrutar de varios números 1. Si Ginóbili triunfa, eso implica un desmedro para Scola o Nocioni. En una época, fue Vilas o Clerc. O Bilardo o Menotti. No hay posibilidad del éxito simultáneo. Todo éxito concurrente es, en nuestro país, sospechoso. No hay oportunidad para el éxito conjunto. Si yo triunfo, mi éxito no es completo si al otro le va bien. Para la mentalidad promedio argentina (tipo Romano), no puedo disfrutar de mi superación si el otro crece conmigo. No es raro, por ende, el tipo de sociedad que tenemos. Y que la mediocridad sea la norma, no sólo en el campo del periodismo deportivo.

e) El nivel de resentimiento hacia la Generación Dorada que muestra Romano en particular y el periodismo argentino en general. Para aquellos que seguíamos la NBA en épocas de Michael Jordan (y ni que hablar de esos que lo seguían desde mucho antes), pensar que una camada argentina se iba a ganar un lugar y el respeto en el mejor básquet del mundo, era impensable. Ver como algo normal que un argentino meta más de 40 puntos en un partido o exhiba tres anillos de campeón, es un sueño hecho realidad, un sueño enorme que merecería mayor trascendencia. Tan sueño que sólo se va a valorar cuando no tengamos a esta generación. Entonces, ¿de qué escribirá Romano y sus colegas? ¿De lo conformes que tenemos que estar ahora que nadie se destaca y que no nos dan ni la hora?

Para disipar los nubarrones de esta mufa del ser argentino, recordemos que Romano seguirá siendo Romano y Ginóbili, Ginóbili. Y, mucho después de tirar el diario con la nota de Romano al tacho de basura, seguiremos recordando cosas como estas que hace Manu:

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