9.12.10

del archivo chatarra: dos poemas, al inicio y al final del camino

super chatarra

Hoy tengo ganas de Raúl González Tuñón, tengo ganas de poemas. Buscamos en el especial de “Super Chatarra Special” dedicado al poeta, en diciembre del 2002 (¡ya nueve años, por Dios!) y encontramos esta historia de su vida que rescatamos en este post.

El especial en:

http://www.superchatarra.com.ar/edanteriores/diciembre2002/NUEVO1202.htm

En 1934, Raúl González Tuñón era periodista del legendario diario “Crítica”. En un hotel en Pocitos, Uruguay, Tuñón conoce a Amparo, la hermana de su compañero de redacción, el crítico de cine Arturo S. Mom.

Amparo Mom estaba con Salvadora Medina Onrubia, su prima hermana y esposa de Natalio Botana, director de “Crítica”. Y González Tuñón aprovechó la larga temporada de lluvias para conquistar a quién sería su primer esposa. De esos días pasados por agua, da fe su poema “Lluvia”:
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa. 
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres. 
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste. 
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño. 
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban. 
No habían despertado todavía al amor. 
No sabían nada de nosotros. 
De nuestro gran secreto. 
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuoosos, la ternura de nuestra fatiga. 
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en que nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección. 
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes. 

Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana, increíble, pero, tan real, numerosa, pero tan mía. 
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño. 
Oh, visitante. 
Ya es seguro que ningún desvío nos separará. 
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único. 
Ambos nos ayudaremos para subir al callejuela empinada. 
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño. 
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuanto tú y yo seamos dos sombras, y todavía festejemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable. 
Oh, visitante. 
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte. 
Estoy tocado de tu destino. 
Al extremo de que nada te pertenece sino yo. 
Al extremo de que nada me pertenece sino tú. 
Si embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores. 
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y acaso esas tristeza sea una manera sutil de la alergría. Oh, íntima, recóndita alegría. 
Estoy tocado de tu destino. 
Oh, lluvia. Oh, generosa. 
super chatarra

Raúl González Tuñón y Amparo Mom se casan al año siguiente, a fines de 1935. Pero éste gran amor tendría corto vuelo, por esas cosas del destino. En 1939, Amparo enferma de cáncer y muere cuatro años después. Tuñón la despide en un poema:
Ya está dormida bajo tanto cielo
y sobre tanta tierra enamorada.
Rosa cabal, cumplida llamarada
sin guitarra, sin luz y sin desvelo. 

Tan presente en el fuego, tan presente
en el aire, en la tierra, en la distancia
que va de la raíz a la fragancia. 
Muerta para nosotros, por ausente. 

Tendida en su aparente muerte, espuma,
ceniza en lenta carne desgarrada,
muerta para nosotros por callada, 
en un silencio de apretada bruma. 

Dormida no, pero desparramada, 
tan generosa como fue su vida.
Deshecha ya, pero jamás perdida.
Dormida, sí, más nunca desmayada. 

Su muerte crecerá. Seremos viejos
y todo será sombras en la casa
cuando regrese con sus pies de gasa
del fondo de sus últimos espejos. 

Perdida no, que la alta margarita
crecerá de su muerte. No lloremos. 
Perdida sí, pero jamás marchita. 
Ella vendrá. Nosotros nos iremos. 
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1943 será un año marcado a fuego en la vida del poeta. En mayo, pierde a su hermano Enrique, radicado en Cosquín. Raúl recuerda su último encuentro, en Mendoza, a principios de ese año aciago, en la despedida final de un andén: "No lo vi más. Su lámpara se apagó súbitamente el 9 de mayo. Veo su fina mano dibujando un ademán náufrago en el vacío cayendo sobre el pecho como un pájaro helado".

Raúl estaba radicado en Chile, trabajando con Pablo Neruda en el diario “El siglo”. Una mañana, camino a la redacción, el corazón sopapeado del poeta pide un descanso. Ingresa a un hospital con un infarto y una enfermera lo reconoce: “Es el poeta argentino González Tuñón”. La enfermera acude a un joven médico del hospital quien lo examina y asegura que vivirá; el joven es Salvador Allende.

Efectivamente, Tuñón sobrevive a ese maléfico año de 1943. Y su vida se encaminará hacia un nuevo amor, una hija y otra mujer, la definitiva, la que lo acompañará el resto del camino, desde 1952, Nélida Rodríguez Marqués.

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Pero Amparo, la fugaz Amparo, quedará inmortal entre las hebras de este par de poemas recordados en este post.

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