Uno de los mejores capítulos de “Viaje a las estrellas. La Nueva Generación”, se llama “Darmok”. En él, el Enterprise se encuentra con los Tamarians, una civilización con un idioma incomprensible. Con el desarrollo del capítulo, nos enteramos que esta civilización basa su lenguaje en frases relacionadas con historias propias. En vez de “Amor” dicen “Julieta en el balcón”. Aquellos que no conozcan la historia de Romeo y Julieta, no encontrarán ningún sentido a lo dicho. Desconocer el corpus de historia de esa civilización, se convierte en una barrera infranqueable para comprenderlos.
El capítulo viene a cuento para una reflexión: cómo ha cambiado el conjunto de historias en común de nuestra civilización; qué corpus nuevo ha venido a cambiar el colectivo de historias que constituían nuestra referencia común.
Los que venimos acercándonos al medio siglo, podemos rememorar la serie de historias que venían de la literatura popular, que formaban el imaginario promedio de nuestra infancia. “Sandokán”, “Robin Hood”, “Ivanhoe”, el “Nautilus”, “La cabaña del Tío Tom”, “La isla del tesoro”, “Tom Sawyer”, “La Divina Comedia”, “Sherlock Holmes”, “El Martín Fierro”, “Don Segundo Sombra”, “Juan Moreira”, etc., etc. Corpus casero que se agregaba al bagaje proveniente del fondo de la historia, de nuestra matriz grecorromana: “La Ilíada”, “La Odisea”, “Edipo Rey”, “La Eneida”.
No necesariamente tenían que ser buenas; podían ser mediocres folletines, pero las andanzas de sus personajes eran conocidos, aún para los que no habían leído los originales. Los nuevos medios de comunicación (radio, cine y televisión), multiplicaban las historias: reflejos imperfectos de sus originales pero con la suficiente capacidad para proyectar sus rasgos principales.
En nuestro lenguaje, abundaban las citas a ese cuerpo de historias; a lo Tamarians, sólo nosotros podíamos entender que significaba decir que una persona era “más paciente que Job” o citar “que algo podrido huele en Dinamarca”.
El cambio generacional incluyó una mutación del corpus de historias que manejaba la generación anterior. Una nueva serie de personajes y tramas ocupan un espacio central en la imaginería de la humanidad: “Lost”, “X-files”, “Kill Bill”, etc., etc., etc.
A veces, este nuevo corpus recicla las viejas historias. El cómic abreva en las leyendas antiguas que muta en nuevos héroes, en novelas gráficas de instancias históricas con lecturas contemporáneas. Un “V de venganza” o un “300” traen ecos de hechos del pasado, transvertidos en una lectura política actual.
¿Cuántas historias hemos perdido en el camino? ¿Cuántas habremos perdido nosotros, respecto a la generación anterior? ¿Cuántas historias centrales se apagaron en la noche de los tiempos y, con ellas, la catarata de frases relacionadas con una historia primigenia? ¿Cuántas, reconvertidas en nuevas historias, son pálidos reflejos, de un reflejo, de un reflejo, hasta volverse irreconocibles?
Tal vez podamos especular con un improbable encuentro, en algún punto del tiempo, entre representantes de generaciones distantes, incapacitados de reconocerse en el lenguaje porque, como los Tamarians de “Viaje a las estrellas”, estarán hablando desde distintos colectivos de historias comunes.
Un paso: podríamos preguntarnos cuán rápido mutan, a caballo de la proliferación de nuevos canales y género (léase Internet, el cómic, el videocable) y cuánto ha aumentado (si lo ha hecho) el cúmulo de historias comunes.
Quizás podamos plantear la hipótesis que, una mayor cantidad de historias, no implica la generación de nuevas historias, sino que todas son variaciones sobre un núcleo de historias básicas que se repiten, con ligeros agregados cosméticos. Detrás de la multitud de historias, podremos identificar la historia del héroe luchando contra la muerte, del chico que busca chica, del viajero que descubre que el viaje es el fin y que no hay nada esperándolo más allá del camino.
16.5.11
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