13.6.11
el palais de glace tanguero
(…)
La vida del palacio comenzó con un club social provisto de pista de patinaje sobre hielo, a disposición de la clase alta porteña. El edificio circular de estilo francés, construido por José Rey y Besadre en terrenos entregados en concesión por la municipalidad, fue inaugurado el 14 de julio de 1910, para celebrar, como en París, el Centenario de la Patria.
Un par de años más tarde, las máquinas para fabricar hielo que funcionaban en el subsuelo, se apagaron para siempre. A la haute société porteña ya no le interesaba patinar sobre hielo. De hecho, en un predio cercano se había inaugurado en 1911 un gran centro de diversiones: el Parque Japonés. Ya no era distinguido para las familias visitar de día el Palais de Glace.
Así fue como los carpinteros italianos comenzaron las tareas de refacción a toda velocidad. Muy pronto un reluciente piso de roble recibiría a tangueros de dos clases: shushetas y arrabaleros.
Es que el Palais de Glace fue inaugurado en el preciso momento en que el tango comenzaba a despedirse de su soberanía limitada a lupanares, cafetines portuarios, academias y piringundines. Se cuenta que, en esos tiempos, el barón Antonio de Marchi –un italiano que se casó con una hija de Julio Argentino Roca– organizó una velada en el palacio en la que se lució la orquesta típica de Genaro “El Tano” Espósito y mostró taco y punta Enrique Saborido, autor de La Morocha. Dicen que esa fue la primera gran noche del Palais.
Pero no quedan registros escritos de aquella velada. Se dice que el Tano Espósito, un bandoneonista de San Telmo que venía tocando con su cuarteto en el boquense café La Marina, tuvo aquella noche acompañamiento de guitarra, violín y flauta. El piano aún no se consideraba habitual.
Esta es la leyenda oficial, aunque en algunas crónicas, el barón De Marchi aparece despuntando sus años mozos en Buenos Aires como dependiente de la droguería de su abuelo, sin título nobiliario, y en otros se señala que la mentada velada no habría tenido lugar en el Palais de Glace ni en 1912, sino al año siguiente, en el Palace Theatre de Corrientes al 700. Nadie logró dar con fechas ni datos precisos. Y para colmo de males, pitucos y malevos de aquellos tiempos hacen silencio eterno tras los muros de Junín y Guido o Jorge Newbery y Guzmán, según el caso.
Lo cierto es que para 1915 ya se había instalado el famoso cordial ambiente del Palais de Glace. Cuentan que en la noche del 10 al 11 de diciembre de aquel año, Carlos Gardel festejó su cumpleaños en el Palais. Lo acompañaron los actores Elías Alippi, un maestro en el arte de sacarle viruta al piso, y Carlos Morganti. En el salón, un grupo de jailaifes provocó a Alippi hasta el punto que el trío decidió retirarse y evitar que el episodio llegara a mayores. Pero los niños bien siguieron al trío de artistas por la avenida Alvear y, al llegar a Tagle a la altura del Armenonville, se trenzaron en una riña en la que Gardel terminó herido de un balazo en el tórax. El autor del disparo fue Roberto Guevara Lynch, el tío del Che.
Otra anécdota famosa del Palais fue el debut del adolescente Julio De Caro. Corría 1917 y el muchacho interpretó La Comparsita con la orquesta de Roberto Firpo. De Caro padre se enteró y dejó al muchacho –que recién había abandonado los pantalones cortos- en un rincón a pan y sopa por ocho días. Con el correr de los meses, las cosas empeoraron y el joven Julio terminó echado del lar paterno. Aunque la suerte no se atrevió a dejarlo en Pampa y la vía.
En la temporada 1924-25, la orquesta de Julio De Caro terminó por transformarse en uno de los sellos distintivos de los tés danzantes del Palais de Glace, organizados por el conde Juan Eugenio de Chikoff. El uniforme de rigor de los miembros de la orquesta estaba compuesto por smoking, camisa de pechera dura y cuello palomita. El tiempo de “las vacas gordas” había llegado al tango, como solía referirse Enrique Cadícamo a la década del 20. El Palais de Glace había logrado ubicarse en lo más alto de la tabla de posiciones de la sociedad porteña, tanto que el 10 de abril de 1925 abrió sus puertas para una recepción de gala a Eduardo de Windsor, el Príncipe de Gales que no llegaría a ser rey.
Pero la crisis que comenzó en 1929 opacó muchas billeteras. Los compadritos y sus grescas terminaron por copar la parada. Y para colmo de males, Corrientes angosta despuntaba como centro privilegiado de la noche porteña. En medio de ese clima, en 1931, terminó la concesión del Palais. La municipalidad recuperó el edificio y lo cedió a la Dirección Nacional de Bellas Artes. Allí comienzó otra historia, y los zapatos de baile entregaron la posta a cinceles, maquetas y caballetes.
ADRIANA CARRASCO
“100x100 El Palais de Glace, de su centenario al del Salón Nacional”
(clarín, 12.06.11)
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