16.3.12
bibip
Hace unos años, leí en “La Nación” esta nota:
http://www.lanacion.com.ar/1036259-una-vida-en-las-aulas-para-ensenar-a-pensar
La protagonista de la historia era Margarita Oria de Chohuy, una joven docente de 86 años que, a la edad en la que muchos dan pena, brillaba al frente de su clase enseñando matemáticas.
Recuerdo haber comentado la nota en mi trabajo y que una compañera de la oficina se apuró a declarar que la conocía, que era la abuela de una amiga. Y me contó que el artículo se quedaba corto con el torbellino de vida que era Margarita, apodada por su familia Bibip, en recuerdo al célebre Correcaminos al que emulaba en vértigo y energía.
Bibip no sólo daba clases (lo que ya era una proeza por su avanzada edad) sino que hasta hace unos años jugaba al tenis (motivo por el que apareció en “Para Ti”), amaba cocinar y hablaba varios idiomas.
El año pasado se fracturó la cadera. Pero se recuperó y volvió a caminar, bastón mediante, al que esperaba abandonar una vez que recuperara la estabilidad habitual.
Gente como Bibip es la que te hace creer que la vida vale la pena ser vivida y que el acto de pensar es una de las acciones más nobles del ser humano, sólo superada por la vocación de enseñar, más pura porque tiene el altruismo de elevar a los otros a un estadio superior.
En los últimos tiempos Bibip tenía una preocupación: le habían sugerido que ya era hora de la jubilación, dejando su lugar frente al pizarrón a otras generaciones.
En estos días de comienzo de clases, como pudo haber reaccionado Bibip sin estar dando clases después de tantos años, es un enigma. Ayer, me contó mi amiga, su corazón se tomó un descanso por primera vez en su vida.
Y después de brillar tanto, se apagó por un rato.
No llegué a conocerla personalmente pero participé de la misma tristeza de su gente cercana. Cuando personas como Bibip se van, el mundo se vuelve un poco más chico, menos luminoso, más vulgar. Seguramente porque la proporción de seres luminosos, en estos arrabales cósmicos, es lo suficientemente pequeña como para percibir cualquier pérdida.
Como dijera mi amiga, al enterarse de la noticia, en vez de una oración en su memoria deberíamos dedicarle una ecuación. En recuerdo de su pasión, me parece una sabia decisión. Yo, que supe transitar por los senderos de la estadística, la voy a homenajear con la fórmula de la función de densidad de la distribución normal, para recordar que ella supo siempre brillar en los extremos de la distribución.
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1 comentario:
Llora la raíz de pi, tanto que perdió su irracionalidad...
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