4.4.12
la teoría del instinto de la muerte
En una carta a Albert Einstein a comienzos de la década de 1930, Sigmund Freud sugería que “el hombre tiene en sí mismo un instinto activo para el odio y la destrucción”. A continuación, Freud contrastaba su “instinto para destruir y matar” con lo que él llamaba lo erótico –un instinto “de conservar y unificar”, un instinto para el amor.
“Sin hacer referencia a esfuerzos especulativos, continuaba Freud, podemos concluir que este instinto funciona en cada criatura viva”, con lo que él llamaba el “instinto de muerte” – thanatos – que opera “buscando orquestar su ruina y reducir la vida a su estado primario de materia inerte”. El instinto de muerte proporcionaba “la justificación biológica para todas las viles y perniciosas propensiones (a la guerra) que ahora combatimos”. Indudablemente, concluía Freud, todo este discurso sobre eros y thanatos podía darle a Einstein la impresión de que la teoría psicoanalítica equivalía a una “especie de mitología, y por cierto una mitología sombría”. Aun así, continuaba, preguntándole a Einstein: “¿Pero acaso no desemboca toda ciencia natural en una mitología de esta índole? ¿Les va a ustedes de otro modo en la física hoy?” La idea de que el psicoanálisis no es una ciencia ya es un lugar común, pero no hay parte del legado de Freud más sospechosa que la teoría del instinto de muerte.
El discurso sobre los instintos humanos, más aún, sobre la naturaleza humana, es desestimado como una forma de atavismo intelectual: la conducta humana se considera mucho más compleja y a la vez más dócil al control racional de lo que Freud creyó o dio a entender. Las teorías del instinto humano sólo sirven para frenar esas pulsiones hacia el progreso y la racionalidad que (pese a todo el desprecio por la idea misma de naturaleza humana) son considerados fundamentalmente humanos.
Hoy, las ideas de Freud no son rechazadas simplemente porque se las considera falsas. Es indiscutible que una indignación santurrona ha comandado desde el principio la respuesta al pensamiento de Freud.
(…)
…a Freud se lo conoce comúnmente como el originador de la idea de la mente inconsciente. Dicha idea puede encontrarse, sin embargo, en una serie de pensadores anteriores, sobre todo el filósofo Arthur Schopenhauer. Sería más exacto describir a Freud como alguien que se propuso transformar la mente inconsciente en un objeto de investigación científica –un proyecto típico de la Ilustración de extender el método científico a ámbitos previamente inexplorados. Muchos otros pensadores del siglo XX se propusieron examinar la vida humana e influir sobre ella a través de la ciencia y la razón, objetivo común de la conflictiva familia de los movimientos intelectuales que aparecieron desde el siglo XVII en adelante dando forma a la Ilustración. Sin embargo, al aplicar el proyecto de la Ilustración a ámbitos prohibidos de la mente humana fue Freud, más que ningún otro, quien reveló los límites de dicho proyecto.
A partir de la investigación sobre la histeria, en la cual llegó a la conclusión de que los síntomas histéricos reflejaban con frecuencia la influencia persistente de recuerdos reprimidos, Freud desarrolló el psicoanálisis –un corpus de pensamiento donde era central la idea de que gran parte de nuestra vida mental es reprimida y resulta inaccesible a la conciencia.
La práctica de la psicoterapia que inició Freud –la llamada “cura por la palabra”– tuvo el efecto de impulsar la idea de que el conflicto psicológico puede ser superado por la persona que lo sufre llegando a tener una percepción de las primeras experiencias a partir de las cuales podría haberse originado. Pensadores ulteriores atacarían el énfasis de Freud en la experiencia temprana y las afirmaciones que se le atribuyeron acerca del valor terapéutico del psicoanálisis.
No obstante, varias generaciones de intelectuales no dudaron de que fuera un pensador de suma importancia. Sólo recientemente sus ideas comenzaron a ser descalificadas y repudiadas en forma generalizada. Habiendo sido rechazadas inicialmente por la importancia que daban a la sexualidad en la formación de la personalidad, las ideas de Freud hoy son rechazadas porque implican que el animal humano es indeleblemente defectuoso; que los seres humanos están aquejados de una pulsión destructiva.
El oprobio que rodea a Freud es tanto más misterioso en cuando la idea de que la humanidad podría estar poseída por una pulsión de destrucción nunca se limitó solamente a él. Numerosos pensadores albergaron pensamientos similares alrededor del inicio del siglo pasado, entre éstos, una pensadora que fue en gran medida olvidada hasta que atrajo la mirada del cineasta David Cronenberg. Sabrina Spielrein, una figura decisiva de Un método peligroso, que acaba de estrenarse en la Argentina, aparece en la película como una joven histérica, que exhibe una predilección por el sexo sadomasoquista después de haber sido abusada por su padre y luego, encerrada en una institución mental donde la trata Jung, que más tarde será su amante.
(..)
Si la vida de Spielrein quedó malograda, no se debió a su encuentro con Jung. Salió de esa experiencia para producir algunas de las ideas más interesantes de los primeros años del psicoanálisis. Su monografía “La destrucción como causa del devenir”, presentada como conferencia en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena presidida por Freud en 1911, prefigura la afirmación de Freud de que los seres humanos son regidos por dos instintos contrarios. Spielrein sugirió que los humanos son empujados por dos pulsiones básicas, una que los lleva hacia la independencia y la supervivencia, la otra hacia la propagación y por ende (sugería ella) a la pérdida de la individualidad. El relato de Spielrein difiere del de Freud en algunos aspectos –sobre todo la vinculación que ella establece entre la pulsión de procreación y de destrucción del individuo. Estas diferencias ponen en evidencia la influencia de Schopenhauer, quien definió gran parte del pensamiento de la intelectualidad europea central al comienzo del siglo XX. Difícilmente se pueda exagerar el impacto que tuvo Schopenhauer en la cultura europea fin-de-siècle. Su opinión acerca de que la inteligencia humana es la sierva ciega de la voluntad inconsciente inspira los escritos de Tolstoi, Conrad, Hardy y Proust.
Schopenhauer planteó un reto importante a la cosmovisión predominante de la Ilustración. En buena parte de la tradición occidental, se trataba a la conciencia y al pensamiento como si fueran prácticamente una sola y misma cosa; la posibilidad de que el pensamiento fuera inconsciente quedaba excluida casi por definición. Sin embargo, para Schopenhauer la parte consciente de la mente humana era sólo la superficie visible de la vida interior, que obedecía a imperativos no racionales del deseo corporal antes que a la deliberación consciente. Fue Schopenhauer quien, en un celebrado capítulo sobre “La metafísica del amor sexual” en El mundo como voluntad y representación afirmó la importancia de la sexualidad, sugiriendo que la pulsión sexual opera independientemente de las decisiones e intenciones de los individuos, sin tener en cuenta su libertad y su bienestar –y a menudo a expensas de éstos. Schopenhauer también analizó el significado de los sueños y el papel de los lapsus en la revelación de pensamientos y emociones reprimidos, ideas que Freud haría suyas.
La obra de Freud fue un intento de transplantar la idea de la mente inconsciente planteada en la filosofía de Schopenhauer al ámbito de la ciencia. Cuando Freud dio origen al psicoanálisis, quería que fuera una ciencia. Una de las razones era porque alcanzar un estatuto científico para sus ideas permitiría que éstas superaran la oposición de los críticos moralizantes que objetaban el lugar central de la sexualidad en el psicoanálisis. Otra era que, durante la mayor parte de su vida, Freud nunca tuvo dudas de que la ciencia era el único repositorio verdadero del conocimiento humano. En esto revelaba la influencia de Ernst Mach (1838-1916), un físico y filósofo austríaco cuyas ideas estaban muy difundidas en la Viena de Freud. Para Mach, la ciencia no era un espejo de la naturaleza sino un método para ordenar las sensaciones humanas, para continuar y refinar la imagen del mundo que ha evolucionado hasta el organismo humano. Mach –como Schopenhauer– desarrollaba de esa manera la filosofía de Kant, quien creía que el mundo que percibimos es definido por categorías humanas. Se reconoce en general a Kant como uno de los grandes filósofos de la Ilustración que se fijó como tarea rescatar el conocimiento humano de la cuasi-destrucción que había sufrido bajo los ataques de David Hume, un filósofo de la Ilustración de igual estatura. Lo que comúnmente no suele entenderse es que el impacto de Kant consistió en reafirmar el escepticismo que se propuso resistir. Partiendo de Kant, Schopenhauer llegó a la visión de que el mundo tal como lo entendía la ciencia, era una ilusión, en tanto que para Mach era una construcción humana. Sobre este telón de fondo, Freud dio por sentado que la ciencia era la única fuente de conocimiento, sin dejar de aceptar que la ciencia no podía revelar la naturaleza de las cosas.
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El pensamiento de Freud es un correctivo vital para el triunfalismo científico que está haciendo tanto ruido en la actualidad. Sin embargo, más que cualquier otro rasgo de su pensamiento, lo que resulta ofensivo hoy es su aceptación de la naturaleza defectuosa de los seres humanos. El pecado imperdonable de Freud fue localizar el origen del desorden humano dentro de los propios seres humanos.
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Si Freud ha sido mal interpretado, desdeñado o repudiado, no podía esperar otra cosa. En la actualidad, es rechazado por la misma razón que era rechazado en la Viena de finales de siglo: su heroica negativa de halagar a la humanidad. Su correspondencia con Einstein confirma que no compartía la esperanza de que la razón pudiera liberar a la humanidad del “instinto activo hacia el odio y la destrucción”, que obraba en Europa en esa época. Cuando abandonó Austria, ocupada por los nazis, para pasar el último año de su vida en Gran Bretaña, sabía que la destrucción no podía evitarse. Pero todavía podía burlar al destino y desafiarlo. Al abandonar Austria, se exigió a Freud que firmara un documento atestiguando que lo habían tratado bien y con justicia. Lo hizo, agregando con su propia letra: “Puedo recomendar la Gestapo a cualquiera de todo corazón”.
“Freud, el último gran pensador de la Ilustración”
JOHN GRAY
Traducción de CRISTINA SARDOY
(ñ, 02.04.12)
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