5.6.12

la falsa contradicción

Alguna vez, alguien dijo que no es cierto que el poder corrompa, sino que el poder desenmascara. Si es harto conocido y analizado el lado autoritario de la derecha argentina, ha sido menos explicado ese mismo lado oscuro de la izquierda criolla. Estos tiempos de aires progresistas han dejado al descubierto la cara autoritaria de la izquierda argentina.

Sospecho que la izquierda nacional acunada en la teoría marxista, descree de la democracia representativa, considerándola una rémora de la burguesía. Cuando la sociedad emergió de la noche de la dictadura, el país se aferró al sistema democrático de gobierno como uno de los pocos salvavidas en la tempestad. La izquierda nacional fue discreta y adscribió a la democracia, aunque íntimamente el ideal de la revolución latía en su interior.

Esperando la agudización de las contradicciones de la sociedad, cuando tuvo viento a favor, la izquierda argentina mostró la hilacha. Los intelectuales, artistas, dirigentes, universitarios del campo popular que se rasgaban las vestiduras por las violaciones a la Constitución en la era menemista, ahora ven con simpatía tropelías similares, sin inmutarse. No sólo callan cómplices; justifican lo injustificable con total naturalidad.

El apego a la ley, la transparencia en los actos de gobierno, el acatamiento de los fallos judiciales, el equilibrio de poderes, no son principios que le quiten el sueño a la izquierda local cuando las realiza un gobierno ideológicamente cercano. “No hay que darle pasto a la derecha” es el argumento falaz, que se suma a “principios éticos” del tenor de “la mitad de la biblioteca dice una cosa y la otra mitad, otra” o “apoyo este modelo en general, aunque esté en desacuerdo en particular”. Nuevamente, como en el caso de la corrupción, se relativiza la violación actual comparándola con violaciones anteriores o distantes. “En otros gobiernos era peor” o “en Brasil, Chile y Uruguay pasa lo mismo. Y no te quiero hablar de Guantánamo…”, expresados con indisimulable espíritu corporativo.

No se puede decir que sorprenda tal conducta. Históricamente, la izquierda local tiene antecedentes de haber apoyado a regímenes totalitarios ignorando adrede como esos gobiernos oprimían a sus gobernados. Citar a la URSS, la China maoísta o la Cuba castrista, son apenas botones de muestra. Más aún: en tiempos no tan lejanos, se consideró válido el uso de la violencia como argumento político. Si no estás de acuerdo con lo que yo pienso, me guardo el derecho de pegarte un tiro en la cabeza.

Detrás de este menosprecio por el sistema democrático de gobierno, la izquierda nacional revela un prejuicio fundamental: la creencia de que la democracia es incompatible con la equidad. Se parte del dogma de que no se puede avanzar hacia un desarrollo igualitario de una sociedad sin imponer decisiones por la fuerza dictadas por un gobierno que dice encarnar los intereses del pueblo. Como se obra en nombre del pueblo, todo vale, hasta lo ilegal. Idéntico razonamiento usaron los fanáticos religiosos o racistas en la historia de la humanidad. Dios, la Patria o el Pueblo. Un Ente superior al que todo los medios se le subordinan para satisfacer su fin.

Los países escandinavos son el evidente ejemplo de la falacia de esta suposición. Pero la izquierda local tiene la tendencia de comparar extremos (vgr.: Estados Unidos vs. Cuba) sin admitir grises intermedios ni modelos consensuados que permitieron un desarrollo equitativo de la sociedad sin perder sus libertades civiles. Más aún: los países que supieron distribuir con acuerdos democráticos, transformaron esos propósitos en políticas de estado que se mantuvieron por generaciones. El ejercicio intensivo de la democracia permite controlar más eficazmente a un Estado que de por sí concentra mayor poder por su función de regular. Más democracia, más control ciudadano, dificulta la corrupción y el atropello de las libertades civiles.

Lamentablemente, la sociedad argentina no considera importante la defensa de las libertades civiles. La comunidad, en su conjunto, no levanta un dedo en protesta por aquellas medidas que limitan su libertad. Mucho menos, si la limitación es a la libertad del otro. Si el ciclo económico es favorable, los gobiernos saben que pueden avasallar las libertades individuales porque la sociedad no reaccionará ante una censura, un encarcelamiento injusto o un acto prepotente desde el poder. Montesquieu supo decir que una injusticia hecha a uno, es una amenaza a toda la sociedad. La sociedad argentina, en su conjunto, no percibe esa amenaza y acepta, muy mansamente, la violación de sus derechos, firmando los cheques en blanco que sean necesarios para completar la faena. Es la filosofía criolla de que cada uno se arregle como pueda y vos no te metás que él se puede defender solo.

Es muy probable que este falso dogma de la contradicción entre justicia social y libertad, explique el poco activismo de la izquierda nacional a la hora de defender los derechos constitucionales. “Primero hay que darle de comer a los chicos que se mueren de hambre” es otro argumento aliviador de conciencias progresistas, como si perder la libertad fuera condición necesaria y suficiente para resolver la desigualdad económica de la población. No importa que la historia demuestre lo contrario: cuanto más poder (político o economico) acumule una facción más probable será que se tiente a usar ese poder de modo abusivo, para imponer su voluntad al resto.

La democracia argentina ha naufragado tras casi treinta años de ejercicio a los tumbos. Tal vez no sea descabellado, a la hora de la autopsia, dedicarle algunos minutos a examinar el rol que ha tenido la izquierda local en esta decadencia postrera de nuestras instituciones.

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