6.8.12
giacomo balla
El caso de Giacomo Balla no podría ser parangonado con el de los demás futuristas que abrazaron la causa jóvenes, en los comienzos de sus carreras; ellos no tenían nade que perder lanzándose a la aventura, en tanto que Balla, con una hermosa posición hecha, maestro de una pintura que placía a todo el mundo y con un hogar que mantener se jugaba el todo por el todo.
Gestos como el suyo, tan escasos en la vida de los hombres, no podrías explicarse sino por la insensatez o por el heroísmo. Su círculo lo llamó insensato; yo lo juzgo heroico. Ni sus parientes ni sus amigos y admiradores pudieron comprender jamás su renuncia a la gloria y a los halagos, ni la renovada fe con que hacía frente a su miseria, que provocó la de su pequeña familia, madre, esposa y dos hijas.
Balla vio cerrarse una a una todas las puertas y volatilizársele los encargos, mientras la critica le predicaba la redención llamándolo a exorcizar los malos espíritus, y la clientela pudiente lo hacia ostensiblemente de lado. A fin de cortar los puentes con el pasado y significar a los suyos de una vez por todas que su camino no tenía retorno, sacó un día a subasta su producción anterior bajo un cartel que decía, entre cruces negras: “Aquí se venden las obras del difunto Balla”.
Humor cáustico que pagó caro, con veinticinco años de ostracismo y penurias económicas. Cuando lo encontré en Roma vivía junto a los suyos en gran estrechez, pintando durante el día cuadros futuristas -y para colmo sin figuración- de los que se burlaban los entendidos, y por la noche haciendo objetos para ganarse el puchero, asediado por los reproches de una familia que se volvía contra él, el culpable de sus desdichas que pensaba que hostigándolo sin descansar volvería al camino recto.
La firmeza de Balla defendiendo sus convicciones, su encarnizada laboriosidad, su entusiasmo sincero, me impresionaron realmente mucho. Lo vi zaherido, pero contento y pleno de fe, como si sintiese gratificado interiormente por la gloria de crear algo nuevo e íntimamente suyo.
En esa noche pensé si el destino me reservaría las mismas vicisitudes, y llegué a la conclusión de que sería mas tolerable afrontarlas solo.
EMILIO PETTORUTI
“Un pintor ante el espejo”
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