13.12.12
vidas paralelas
Dos historias de la semana; dos vidas paralelas.
Uno, Hugo Chávez, antes de partir a Cuba para una nueva operación contra el cáncer que lo afecta. Buzo deportivo, sentado junto a la bandera venezolana, espada bolivariana en mano, miedo en el rostro.
El hombre fuerte, autoritario, el que supo cimentar su poder sembrando la división en su pueblo, el que aprovechó el rencor generado en la inequidad social para imponer su régimen totalitario. El profesional del odio, enfrenta el destino al que ningún ser humano puede eludir. Mira de frente a la muerte y piensa (o debería pensar) en la herencia que ha dejado a su patria. ¿Qué será de de Venezuela el día después de Chávez?
La otra foto es de Nelson Mandela, el hombre que soportó la injusticia de un sistema infame, que resistió a largos años de cárcel y que lideró las demandas de su pueblo relegado por la pobreza y el racismo. El hombre providencial asumió el poder de una Sudáfrica en tinieblas y comprendió que el futuro no podía estar basado en la venganza ni en la revancha. Los sudafricanos habían sufrido demasiado como para que el peso del pasado arruinara el futuro.
Mandela, un auténtico estadista, supo que venía a cicatrizar heridas, a corregir injusticias, sin tentarse en caer en la trampa del odio. Los llevó de la mano por el sendero de la reconciliación, del esclarecimiento de los crímenes del pasado sin perder la visión de un futuro conjunto. Imaginó un mañana de todos con todos y lo construyó, sin desmayos ni desvíos.
Sudáfrica tiene grandes retos por delante, mucho por hacer, mucho por corregir. Pero su pueblo tiene la certeza de haber hecho lo justo, tiene la conciencia de que el odio nos rebaja al nivel del enemigo, que el rencor es un fuego que nos consume a todos, es una trampa que sólo nos permite sobrevivir, pero que vivir es otra cosa.
El hombre, como todos, como Chávez, también está viéndole la cara a la muerte. Con sus 94 años, el “espíritu y la chispa de Mandela desaparecen de a poco” como declaró su esposa Graca Machel.
Es inevitable el contraste entre uno y otro, frente al dramático momento humano de enfrentarse, solo, a la muerte. Chávez sabe que deja campo arrasado tras su siembra de rencor; que el día después de mañana, es un acertijo, un enigma de consecuencias impensadas. Mandela, en cambio, puede afrontar el fin con la serenidad de ánimo de haber logrado triunfar en la última batalla: la que significa desprenderse del odio de nuestros corazones.
Toda tiranía cae, todo poder se acaba, todo mandato expira, más tarde o más temprano. Lo que queda es el legado, el que dirá si dejamos el mundo mejor de lo que lo encontramos o si, por nuestra mano, se ha convertido en un lugar peor.
Las sociedades terminan eligiendo, por acción u omisión, su destino. Y hay sociedades que ponen su futuro en manos de gente como Chávez y otras que lo ponen en gente como Mandela.
En ambos casos, eligen en que capítulo de la historia estar. Y cargan con las consecuencias históricas de esa decisión.
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