11.1.13

la batalla de Hernani

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“Después de los grandes esfuerzos que practicaron nuestros padres y que nosotros hemos presenciado, hemos conseguido salir de la antigua forma social, y tenemos que salir también de la antigua forma poética. A pueblo nuevo, arte nuevo. La Francia actual, admirando la literatura de Luis XIV, que tan bien se adaptaba a su monarquía, llegará a tener, sin embargo, literatura propia personal y nacional, porque a la Francia del siglo XIX dio Mirabeau su libertad y Napoleón su poderío”.
VÍCTOR HUGO
Primera mitad del siglo XIX, el romanticismo tomaba su lugar bajo el sol, dándose a empujones contra el neoclasicismo reinante. Eran más que movimientos artísticos. Eran reflejo de una renovación del pensamiento europeo que derribaría los absolutismos del Antiguo Régimen, buscando nuevas formas de gobierno. Y una de esas batallas se dio en el campo del teatro, en febrero de 1830, en tierras francesas.

El teatro francés estaba dividido en dos grupos. El sector de Talma, esto es, de la Comedia Francesa, representante del teatro neoclásico y los teatros más populares, de obras de menor nivel, en general melodramáticas, encabezado por el Odeón. No hay que hacer mucho esfuerzo para saber en que vereda se situaban los románticos.

Tres años antes, en el prefacio de “Cromwell”, una obra de Víctor Hugo que no pudo superar la censura oficial para estrenarse, el gran autor francés imponía los objetivos del romanticismo para un nuevo paradigma teatral, postulando la libertad del autor en la creación, libre de cualquier regla, contemplando el mundo desde su propia visión particular.

“La poesía tiene tres edades, y cada una de ellas corresponde a una época de la sociedad: la oda, la epopeya y el drama. Los tiempos primitivos eran líricos, los tiempos antiguos eran épicos, los tiempos modernos son dramáticos. El drama es la poesía completa. Es en el drama que todo viene a derivar en la poesía moderna. El carácter del drama es la realidad. La realidad resulta de la combinación natural de dos tipos, lo sublime y lo grotesco, que se entrecruzan en el drama como lo hacen en la vida y en la creación. Porque la poesía verdadera, la poesía completa está en la armonía de los contrarios... Todo lo que está en la naturaleza está en el arte” fueron sus palabras.

Ya se habían producido algunos escarceos entre los nuevos artistas y los críticos, en la traducción del “Otelo” hecha por de Vigny o el drama “Enrique II” de Alejandro Dumas. Pero la gran batalla se da con una obra de Víctor Hugo. Tras el rechazo de “Cronwell”, Hugo recibe la censura de otra obra. La tercera es la vencida. El título es “Hernani”, cuya trama ocurre en el País Vasco, en tiempos medievales, donde el protagonista, Hernani, lucha con Don Carlos, por el amor de Doña Sol, haciéndose pasar por un noble. Descubierto el embuste, Hernani y Doña Sol se suicidan.

Los “expertos” del comité de lectura de la Comedia Francesa habían rechazado el nuevo drama de Hugo y pidieron a Carlos X que rechazara el acceso de la nueva generación de dramaturgos al teatro oficial. Pero el monarca aprobó la obra con fines educativos: “Es bueno que el público vea hasta qué punto de extravío puede ir el espíritu humano cuando ha sido liberado de toda regla y de toda conveniencia”. Es decir, se aprobó el estreno de “Hernani” para que fracasara con todas las letras.

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Hugo se comprometió con el ensayo de la obra, sumando a importantes actores de la época. El protagónico principal fue para Monsieur Firmin; Mlle. Mars aceptó protagonizar a Doña Sol, no tanto porque creyera en la obra, sino para ganarle de mano a cualquier rival que pretendiera hacerle sombra; Monsieur Joanny fue Ruy Gómez y Monsieur Michelot interpretó a Don Carlos, el rival de Hernani.

El autor intervino activamente en los ensayos y debió lidiar (como pasaba y pasa en cualquier época) con los actores. Michelot no hizo muchos problemas pero (al contrario de Firmin) no creía en las posibilidades de la obra. Joanny tenía el orgullo de haber perdido dos dedos en una batalla, combatiendo a las órdenes del padre de Víctor Hugo.“Mi gloria será haber servido al padre cuando joven y de viejo a su hijo”.

Pero la más complicada fue Mlle. Mars, cincuentona renuente a los cambios. Combatió, día tras día, contra Víctor Hugo. Y sobrevivió, como muestra de esa batalla tras bambalinas, el conflicto por el texto de un parlamento, que Mlle. Mars quiso cambiar. En vez de decir “Tú eres mi león soberbio y generoso”, Mars proponía “Usted, monseñor, es soberbio y generoso”. Hugo se negó al cambio. Prefería ser abucheado por un buen verso que aplaudido por uno malo. Mars insistió, Hugo le sugirió renunciar y tras un brote de llanto, enojos y reclamos, Mars, se llamó a sosiego. Fielmente reprodujo la línea, ensayo tras ensayo. Hasta el día del estreno, cuando dijo el parlamento que se le dio en ganas, cosa que repitió, noche tras noche, hasta la última función.

A medida que se acercaba el estreno, el clima se iba caldeando. Los periódicos llegaron a poner espías en los ensayos, para conocer detalles de la obra. Se armaba una campaña persistente para maldisponer al público y hundir el drama.

Víctor Hugo apostó todo a un golpe maestro. Declaró que no recurriría a la claque (público pago, un recurso tradicional del teatro de esos días) porque los aplausos pagos le parecían repugnantes. Y además que, esa clase de público, lo aclamaría sin ganas porque tenían tan mal gusto teatral como los críticos de la Academia. Un nuevo arte requería un nuevo público. Así que no tuvo mejor idea que invitar para el estreno a los poetas y artistas de los barrios bohemios de París.

El poeta Gérard de Narval fue el encargado de reclutar a los jóvenes artistas del Barrio Latino. Y el 25 de febrero de 1830, la Rue de Richelieu se vio invadida por una turba de jóvenes mal vestidos, cabellos largos, vestimenta opuesta a la moda de esos días. Honoré de Balzac, Petrus Borel, Hector Berlioz, Alejandro Dumas estuvieron presentes en la cita. Y los elogios de la alfombra roja fueron para Théophile Gautier con pantalón verde con banda de terciopelo negro y un vistoso chaleco rojo de raso con forma de coraza milanesa, sobretodo gris rayado con satén verde y melena hasta la mitad de la espalda haciendo juego.

Justamente Gautier fue interpelado por Nerval quién, siguiendo órdenes de Hugo, preguntó: “¿Respondes por tus hombres?”. A lo que Gautier contestó con un “¡Por el cráneo donde bebió Byron en la abadía de Newstead, respondo por ellos!”. Al grito de “¡Vivan las pelucas!”, la manada artística entró al teatro.

Los muchachos llegaron temprano (tres de la tarde) y fueron encerrados por los administradores del teatro. Los chicos pasaron el rato comiendo salchichas, jamón y pan. Cuando el público tradicional pudo entrar, varias horas después, al abrirse las puertas, se encontraron con el fuerte olor a ajo y pis, de tanto tiempo de encierro.

“Su drama está muerto y fueron sus amigos quienes lo mataron” le informaron los empleados del teatro a Víctor Hugo. Éste no les hizo caso: los responsabilizó de los daños por haber encerrado a sus amigos. Cuando fue a ver a los actores, notó que lo recibían con suma frialdad, muy contrariados con él. Sólo Joanny, el viejo soldado, se le acercó y le susurró: “Tenga confianza. Por mi parte nunca he estado de mejor humor”.

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En la platea, se dividían los contendientes: los del palo de Hugo, en la fosa y la orquesta; en las galerías, los partidarios de la ortodoxia. A las siete de la tarde se levantó el telón. Y se puso en marcha la Batalla de Hernani.

La primera línea fue recibida con silbidos por los ortodoxos, respondida inmediatamente con aplausos por los románticos. Los cruces se dieron durante toda la obra. Los actores llevaron magníficamente la batalla, ganando con holgura. Pero Mlle. Mars no tenía su mejor escena hasta promediar la obra, cuando saliera vestida de novia. Hugo la encontró en el camerino, molesta, quejándose de que “yo comienzo cuando la obra termina” dudando de si la iban aplaudir cuando saliera a escena. La afición la recibió con una lluvia de rosas blancas y Mlle. Mars dejó sus preocupaciones de lado.

El debut terminó con elogios a Hugo quien debió presentarse a escena y se abrazó con su actriz principal, dejando atrás las peleas. La minoría romántica le había ganado la batalla a los dinosaurios.

“Dos sistemas, dos partidos, dos ejércitos, dos civilizaciones incluso, y esto no es decir demasiado, estaban en presencia uno el otro, odiándose cordialmente, como se odia en los odios literarios” escribiría Gautier, el de chaqueta colorada. “Todo lo que era joven, valiente, enamorado, poético, recibió su soplo… El encanto todavía dura para los que fueron cautivados”.

La leyenda forjó el mito que esa noche de estreno, uno y otro bando se agarraron a las piñas. No fue así. Pero sí hubo un contraataque del statu quo. Y eso se dio en las representaciones siguientes. En la segunda representación, con la crítica demoledora de los diarios franceses, se dieron los primeros signos de violencia. Proyectiles desde la galería al grupo de románticos; insultos, cortes de manga, provocaciones de un lado a otro y, ahora sí, golpes y puñetazos surtidos.

“Noche tras noche, el público silba por cada verso. Es un alboroto raro: Los murmullos, las explosiones de risa en los palcos. Los actores están desconcertados y se muestran hostiles; la mayor parte ridiculizan lo que tienen que decir. La prensa se burla cada mañana de la obra y su autor. Si entro en una sala de lectura no puedo tomar un periódico sin leer: ‘Absurdo como Hernani; tonto, falso, ampuloso, pretencioso, extravagante y ridículo como Hernani.’ Si me aventuro en los pasillos del teatro durante la función veo a los espectadores salir de los palcos y azotar puertas con indignación...” escribe Víctor Hugo.

“Hernani” se estiró a 45 representaciones más, cuando Mlle. Mars se bajó de la obra, dándole la puñalada definitiva. Los enemigos de los románticos, los que orquestaron el plan contra la obra, creían haber vencido. Vencieron en una batalla. Pero la guerra, sin que lo supieran, estaba perdida. La historia seguía su camino. Y Víctor Hugo y sus compañeros de barricada ya habían dejado su marca en el teatro francés y del mundo.

Hasta el día de hoy, esa representación se conoce en la Historia como la Batalla de “Hernani”.

Hace poco, en uno de los videos de la exposición de Ennio Iommi en el Centro Cultural Recoleta, el artista plástico rememoraba los tiempos que la pintura y la escultura desplegaban pasiones tales que la gente armaba un escándalo en la inauguración de una exposición radical. “Ahora no importa” añoraba Iommi “Vienen a ver un cuadro a ver si le queda bien con el color de las paredes de su casa. Nadie se indigna. Nos convertimos en decoradores”. Sonreímos con la declaración del artista y guiñamos un ojo en recuerdo de esas gloriosas épocas en la que el arte era lo suficientemente movilizante para poner el cuerpo en una batalla por la gloria.

Nuestro respeto a los combatientes de uno y otro lado.

FUENTES:

El artículo de la batalla de Hernani en Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Hernani_(obra_de_teatro)

y uno más amplio sobre la Literatura del Romanticismo en Francia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Hernani#La_batalla_de_Hernani

El texto completo de la obra, con el prólogo de Víctor Hugo:
http://www.ciudadseva.com/textos/teatro/hugo/hernani.htm

Un muy buen artículo de Blacklloyd en el sito Artigoo:
http://artigoo.com/batalla-hernani

Un artículo en “La Nación” de Ernesto Schoo:
http://www.lanacion.com.ar/437663-la-batalla-de-hernani

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