Como hincha de Racing, cuando empezó el campeonato, con Independiente (el clásico rival) hundido en los promedios, esbozamos una sonrisa presintiendo el descenso de los primos. Por estas cosas del “folklore” del fútbol, nos frotamos las manos esperando la caída deseada. Caída que se formalizó este fin de semana.
Pero este post no es para regodearse en la desgracia ajena (algo que, lamentablemente, se está convirtiendo en un signo de estos tiempos futboleros: disfrutar más con la tristeza del rival que de la alegría propia) sino para contar una historia de un hincha de Independiente, el único hincha del Rojo por el que no hubiera querido que los primos descendieran.
El hincha amigo es Octavio y tiene 11 años. Su papá es amigo y conocido desde hace muchos años. Nunca le dio mucha pelota al fútbol. Era de esos hinchas prescindentes, seguramente porque cuando uno crece empieza a perder cierta inocencia sobre el juego y adivina las manchas que se intuyen entre líneas. Pero lo que no contaba ese amigo es que un día tendría un hijo y que el hijo, como él, se haría de Independiente.
Hace un par de años se asociaron al club y fueron puntualmente a hacer fuerza por el equipo rojo, cada domingo por medio, poniéndole el pecho a una coyuntura que se veía venir fulera. Pero, bueno, había que estar ahí. Sospecho que más que la pasión por la divisa, fue una buena excusa para que mi amigo compartiera tiempo y experiencias con su hijo.
Cuando hace una semana, Independiente gastó el último cartucho de la ilusión con River, mi amigo y Octavio se encerraron en su habitación, para sufrir juntos los 90 minutos decisivos. El descenso se formalizaría siete días más tarde. Pero todos los hinchas sabían que ese partido con River era clave, si querían seguir a flote.
Mi amigo me contó (infidencia que voy a cometer) que cuando River conquistó el primer gol, Octavio no pudo reprimir una lágrima. En ese momento, se sintió en la B. Y el padre abrazó al hijo, lloraron juntos y se prometieron que si se iban a la B, estarían en el torneo siguiente, yendo más fielmente que antes, para bancar al Rojo en esta nueva etapa.
Aunque ellos no lo supieran, en ese acto se efectuaba uno de esos momentos emblemáticos que nos hacen más que buenos hinchas de un equipo: nos convierten en hombres de bien. Lo que mi amigo le estaba enseñando a su hijo, en ese abrazo, es que en la vida se pierde más veces que las que se gana. Y que en esas circunstancias, sólo cabe abrazarse con los que queremos, secar las lágrimas y jurarnos que no vamos a bajar los brazos, que no nos van a ganar, que mañana nos pondremos de pie y presentaremos batalla, para revertir lo malo con el apoyo de aquello que nos aman.
En ese abrazo, estaban todos los ancestros rojos de Octavio, enseñándole el camino. Como lo habían estado antes con su padre.
Así que desde la vereda académica, queremos decirle a Octavio que sí, que vamos a gastarlo todo este tiempo en la B, como lo manda la tradición. Pero que sepa que eso es un guiño amistoso y que en el fondo (¡jamás lo confesaremos!) estamos esperando la vuelta de los primos para poder disfrutar de otro domingo de sol, con el segundo clásico más importante de la Argentina.
Así que a secar esas lágrimas rojas. Y a pensar que el regreso está a la vuelta de la esquina.
Sólo hay que levantarse y dar el primer paso.
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2 comentarios:
Absolutamente brillante, lo vamos a leer y releer con Octavio muchas veces, espero poder contárselo algún día mi nieto, que seguramente será la quinta generación de rojos, gracias y abrazo, el Papá de Octavio
Así será. Pero bueno... ¿no podría salir de Racing el nietito? :-)
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