22.10.13
mirá que sos hijo de puta, Woody Allen
BLUE JASMINE
data: http://www.imdb.com/title/tt2334873
¡No! ¡No se puede creer! ¡No tenés ningún derecho, Woody! Sos un hijo de puta. Así te lo digo, mirá, con todas las letras. ¿Cuántos años tenés? ¿Cumplís 78, el primer día de diciembre? ¿Cuántas películas dirigiste? Casi cincuentra. Más de 70 guiones. Sesenta y tres años desde tu primer guión para “The Colgate Comedy Hour”. ¡Sesenta y tres años! ¿Y todavía no se te agotaron las ideas? ¿Todavía podés hacer un guión con la capacidad de síntesis, la fuerza dramática y la sublime dirección de una actriz como hacés en “Blue Jasmine”? ¿Y no querés que te diga que sos un auténtico hijo de puta, un guionista y un cineasta de la puta madre? ¡Andaaaaá!
Te voy a decir desde que momento de “Blue Jasmine” empecé a putearte. Desde el minuto uno, mirá. Porque la presentación de personajes que hacés es tan eficaz que dan ganas de llenarte la cara de dedos. Vemos a Jasmine, en un vuelo de línea, dándole lata a su compañera de asiento en el avión. El grado de intimidad de la charla nos sugiere que es una amiga o conocida. Bueno, cuando estamos esperando las valijas nos damos cuenta de dos cosas: la Louis Vuitton es de Jasmine y nos ubica, con economía de recursos, su situación social; además, la compañera de asiento es una perfecta desconocida que no sabe cómo quitarse de encima a su aleatoria acompañante.
En un par de minutos nos mostraste a tu protagonista: incontrolada verbal; de clase alta y buen gusto; lenguaje sofísticado pero vacuo; venida a menos al punto de mudarse con su hermana adoptiva en San Francisco; viuda, al borde del colapso, sola, tan sola que persigue a una desconocida para pedirle su teléfono. Lección para estudiantes de guión: vean una y otra vez ese comienzo. Así se presenta un personaje. Con una economía de recursos tal que no podemos menos que maldecir al tipo que escribe un principio así, tan rotundo, tan eficiente. (Más aún, para recontraputearte en el final, cuando vemos que esa primera escena preanuncia la última, otro monólogo del personaje ante un desconocido, revelando el tono circular de la tragedia).
Después, al rato nomás, volví a putearte, Woody, por tener tanto talento para elegir una actriz como Cate Blanchett (que seguramente aceptó filmar con vos por unas monedas) y darle la posibilidad de lucirse como nunca (¡justo ella que se luce en todo lo que hace!). No sabés como te puteé por lo bajo, porque Cate está radiante, emana una sensualidad y una clase, que trasciende la pantalla. No pude menos que recordar la piel dorada de Scarlett Johansson en “Match Point” porque la luz de la fotografía de Javier Aguirresarobe brilla en Blanchett. Ella ilumina la pantalla con una irisdicencia propia. Y esa capacidad es clave en el relato contado en flashbacks: son dos mujeres distintas, la del pasado, la mujer de la clase alta neoyorquina; la destruida mentalmente, barranca abajo, en una caída sin escalas ni sostén.
Insisto, para putearte por el uso del flashback para estructurar la trama en paralelo, saltando entre la Jasmine que fue y la que es. Parecen dos personajes diferentes y ese abrupto contraste es dramáticamente feroz. Sabemos que lo que estás contando es la tragedia de Jasmine; no hay salida, no hay posibilidad de redención. No nos sorprende que no tenga escapatoria y que su derrumbe no tenga fin. Nos mantiene en vilo el esfuerzo por mantenerse a flote, el dramático (y vano) intento por no sucumbir a las fuerzas del destino.
Otra puteada (¡y van cuántas!) por la contraposición del personaje de Jasmine con el de Ginger. Ahí el fino sarcasmo de la historia alcanza un elevado grado de sutileza. Porque cualquier desprevenido contrapone a Jasmine, la ricachona, la mala, la falsa, la interesada, con la pobre, buena, auténtica, generosa, Ginger, la hermana adoptiva de Jasmine. Error. Ginger es la réplica de Jasmine. Sólo que con menos recursos, físicos, culturales, intelectuales. Ginger no es distinta a Jasmine. Y lo muestra la secuencia del noviazgo con Al (Louis C.K., un conocido comediante neoyorquino). Ahí Ginger reemplaza a Bobby en busca de escalar un nivel, según el consejo de Jasmine. Alguien que reconozca una fragancia francesa. Lo ve a Bobby llorando por su amor pero lo desprecia. Cuando Al se revele como un fiasco, volverá sin titubeos a Bobby. No porque lo ame. Si no porque no tiene otro lugar donde cobijarse. La diferencia con Jasmine es que Ginger sabe que juega en las ligas menores y que no puede soñar con jugar en primera. Lo pensó con su ex marido, Auggie. Pero Hal, el esposo de Jasmine, hizo trizas ese sueño. Ahora debe conformarse con recoger los restos y reinar en la mediocridad. Esa natural resignación de Ginger no está al alcance de Jasmine. Por eso la historia de Jasmine es una tragedia y no una comedia.
Es brillante, tan brillante para putearte otra vez, Woody, ese doble juego de personajes. Ginger y Jasmine proceden del mismo lugar. Ambas son adoptadas. Ambas han sido abandonadas. Y ambas son farsantes. Las dos instrumentan una puesta en escena para ganar la seguridad económica de un hombre. Son una construcción para ganar el amor del otro; pero desconocen el amor. Son incapaces de amar. Que Jasmine no sea ni siquiera Jasmine es un símbolo claro. Se ha inventado un pasado para lograr una seguridad. Pero el pasado siempre acecha, a la vuelta de la esquina, para presentarse y destruir todos los intentos de volver a trepar en la cima del confort económico. No es tan fácil desechar el pasado de uno. Y ése es el drama de Jasmine.
(Me permito, entre puteada y puteada, reflexionar sobre ese doble estándar del género femenino: una mujer económicamente financiada por su esposo es un ama de casa; un hombre, un mantenido).
Las relaciones sociales de Ginger no difieren de las de Jasmine. Es distinto el grado de sofisticación, pero salen a divertirse, pasean por la ciudad, priorizan un restaurante respecto a otro, se visten seductoramente, procuran tener relaciones sexuales. Que el mundo de Ginger sea una grasada y el de Jasmine una afectada refinación, no implica una diferenciación conceptual. Son variaciones menores; pero básicamente son la misma cosa.
El abandono infantil de las hermanas se observa en la forma que reaccionan ante el amor: Ginger avergonzada en el super por el llanto de Bobby; Jasmine reaccionando con encono cuando Hal le confiesa su amor por una mujer más joven y, para colmo, empleada doméstica. No molesta la juventud, no molesta su escala social inferior. Lo que enfurece a Jasmine (y desencadena una decisión vital que influye en el futuro de Jasmine) es que Hal le confiese que la ama. Nótese que Hal le asegura un futuro económico. El problema no es que su estándar de vida cambie. El dedo en la llaga es que Hal acepta que ama a otra mujer. Es lo único que ella no recibió, ni de Hal ni de nadie. (Recuerden la frase de Hal: “¿Hay algo que quieras que no tengas?”). En uno de los primeros diálogos del film, Hal dice en una escena que se enamoró del nombre Jasmine. Se enamoró de lo que no es, se enamoró de la construcción falaz de Jeanette, de su seudónimo. Y ése es el pecado fundamental del personaje: construir una ficción para obtener una seguridad económica que, desde ya, no garantiza que la amen.
Se puede simular la felicidad como se simuló la vida entera. Pero la tensión está bajo la superficie: la copa de alcohol en la mano; el tubo con el Xanax en la cartera. Anestesiar el dolor de una vida artificial para esconder que en realidad no nos aman por lo que somos. Ni siquiera por lo que simulamos ser. Saberse inútil: para mantenerse económicamente y para ser amada por sí misma.
La escena final de Jasmine parloteando en un banco de la plaza habla a las claras de las consecuencias de esa decisión de vender un artificio a los otros.
Ésa es la tragedia de “Blue Jasmine”. La auténtica tragedia, mayor a un derrumbe económico personal. Una vida simulada cuando ya es demasiado tarde para retroceder y encauzar el camino.
Lo que decía desde un principio: ¡flor de hijo de puta que sos Woody!
Mañana, las mejores frases.
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