8.1.14

sin luces

Para los seguidores de Libreta Chatarra, les extrañará la poca actividad que tuvimos en los últimos días, sobre todo en nuestra página en Facebook y sus correspondientes tuits en Twitter. La razón es sencilla: estuvimos sin energía eléctrica desde el 1° de enero. Fuimos una de las tantas víctimas de los apagones que están atormentando a Buenos Aires, en esta sensación de fin de ciclo kirchnerista. Así que tuvimos que aprovechar cada ratito posible frente a una compu ajena, para subir algún post editado a los apurones. Esperamos que nuestros seguidores comprendan las limitaciones del caso.

Lamentablemente, esta temporada de apagones no es nada excepcional, es algo que se viene repitiendo cada verano y que sólo ahora llamó la atención de los medios por su extensión. Pero hace tiempo que el sistema eléctrico viene dando signos de trabajar en la orilla del colapso. Los signos estaban ahí. No es que no lo vieron; no lo quisieron ver que es otra cosa.

Les voy a contar mi experiencia personal como vecino de Villa del Parque. Alrededor del 2007 tuve mi primer corte de luz importante, una falla particular en la cuadra donde vivo, que afectó a varias familias durante dos días. Recuerdo, en esa ocasión, haber ido a hacer el reclamo en el ENRE (el ente regulador) y ser atendido, muy eficazmente, en diez minutos. A los dos meses del reclamo, recibí una copia de la sanción impuesta a la empresa (si mal no recuerdo, cerca de $60 mil) y tuve un saldo a favor en mi facturación que me alcanzó para pagar varios bimestres. Me llamó la atención la eficacia del organismo encargado de regular el servicio eléctrico y su rapidez para imponer sanciones a la prestadora.

En febrero de 2012, el corte afectó más o menos a las mismas casas que había afectado cinco años antes. Pero esta vez, en el ENRE me tomaron a la chacota (con un “y si querés hacé un piquete”) admitiendo que no tenían poder de policía para exigirle a la prestadora del servicio que respondiera cuándo iba a tener luz en mi casa. En esa ocasión, el corte fue de cinco días consecutivos, en los que la compañía eléctrica sólo permitía hacer un reclamo telefónico automático. Ya entonces no había manera de que te atendiera un ser humano para decirte cuánto más íbamos a estar sin luz.

Nunca recibí alguna notificación del ENRE informándome que había sancionado a la empresa. El cambio en la respuesta del ente regulador, con cinco años de diferencia, fue notable.

Tras la inundación de abril del año pasado, el corte fue de seis días. Fue igual la actitud de Edesur. No puedo decir nada del ENRE porque preferí no perder mi tiempo en trámites inútiles.

Como pueden ver, lo único excepcional de estos cortes del servicio eléctrico en Buenos Aires, es que coincide con una ola de calor prolongada. No hubo nada raro hace cinco años, ni hace dos, ni el año pasado. Y los cortes se sucedieron durante varios días consecutivos, cosa que no sucedía ni en los remotos días de la precaria Segba.

En el día de ayer, mis vecinos lograron atraer a los canales de noticias para que vinieran a cubrir la semana sin luz que sufría la cuadra. Y es un síntoma del grado de desprotección que tiene el ciudadano: no hay otra cosa que reclamar ante las cámaras de televisión. Porque no existe ninguna instancia a la que el ciudadano, el consumidor, pueda recurrir para que, quien debe dar un servicio, responda. Hay un muro de indiferencia, una actitud negligente de hacerle notar al ciudadano que su palabra no importa, que no tiene entidad, que él no es tomado en cuenta. Si no tiene cierto poder para imponer su necesidad en la agenda política (digamos, saqueando un negocio, cortando una avenida, quemando un local), su voz no cuenta. Su necesidad no conmueve. Está solo. Absolutamente solo. Solamente cuando se tiene capacidad para imponerle un costo a otro (no importa que sea el responsable del problema o un tercero ajeno al mismo), el argentino medio tiene cierta posibilidad de ser atendido.

Ésa sensación no me es, ni ajena, ni reciente. Hace unos cuantos años, los viejos seguidores del Chatarra recordarán la cruzada que emprendimos contra la arbitrariedad de la prepaga que cubría a mis padres. Ellos saben que terminé dándome la cabeza contra la pared, querellado penalmente por los que debían dar explicaciones. En esa ocasión, describí todos los pasos dados ante organismos de control, ante los señores representantes, ante los medios, sin lograr (salvo honrosas excepciones) ningún resultado efectivo.

En esa cruzada personal me di cuenta de las falencias de nuestra supuesta democracia y de cómo, día a día, íbamos perdiendo la capacidad como individuos para decidir nuestro destino. Sin darnos cuentas, tal vez todavía shockeados por lo que fue la crisis económica del 2001, perdíamos espacios de control, áreas donde hacernos sentir y ser escuchados, la opción de que nos respondieran a lo que preguntábamos.

Cuando mis vecinos llamaron a un medio periodístico para hacer sentir su reclamo, se me ocurrió pensar que la ley de medios y la presión contra la prensa libre de parte de este gobierno ya no era un tema lejano para ellos, no era una charla ociosa intelectual propia de los integrantes del círculo rojo en su torre especulativa de marfil. Hace unos días, un periodista de un multimedio oficialista fue despedido por informar de los cortes. Si el gobierno hubiera logrado salirse con la suya y ahogado las pocas voces independientes que quedan en los medios, esa mañana no hubiéramos tenido ni siquiera esa posibilidad de un micrófono donde contar nuestro problema.

Es en estos momentos donde la libertad de prensa se vuelve algo tangible, concreto, cercano.

Asimismo cuando se discute el presupuesto, no es un tema técnico, árido, sólo para exquisitos que no le importa a la mayor parte de la población. Como ejemplo, ayer el gobierno le sacó a las distribuidoras eléctricas el manejo de un fondo específico para inversiones. El monto acumulado ronda los $250 millones. Pregunto: ¿cuánto cuesta el programa “Fútbol para Todos”? Cerca de cuatro veces esa cifra. Si hoy falta equipamiento eléctrico es porque priorizamos gastar en circo y no en pan. Y esa discusión se da en el Congreso, cada año, cuando el Poder Ejecutivo presenta el presupuesto. Es en esa ocasión en la que definimos, en el ejercicio democrático, nuestras prioridades como sociedad. Cuánto y en qué gastamos. Por qué se prioriza un ítem sobre otro. Porqué esto y no eso otro.

Hay un nexo entre la acción de un gobierno y nuestra calidad de vida. Y mientras votemos desentendiéndonos de esa relación, no habrá soluciones a la vista.

Los apagones de luz en Buenos Aires son consecuencia directa de una forma de gobernar avalada por el 54% del electorado hace dos años. Y ahora, a oscuras, con calor, sed, cansados y abandonados por el Estado, toda queja suena a una cósmica justicia poética.

Al fin las consecuencias de nuestros actos nos han alcanzado.

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