“Ñ” publicó un interesante reportaje al escritor español Arturo Pérez-Reverte con interesantes observaciones sobre el arte, la cultura del grafiti y las series televisivas. Seleccionamos algunas partes de esa nota para este post, recomendando leer el reportaje entero, cuyo link está al pie.(…)
Ellos (los grafiteros) se llaman a sí mismos escritores, lo cual no es nada casual. Hay muchos tipos de grafitis y es muy complejo ese mundo. Va desde lo que es la mera firma, el tag como lo llaman ellos, hasta la obra pictórica más compleja, que se mete en el terreno del arte urbano. Pero el grafitero puro y duro es aquel que se limita a poner su nombre, su firma, desarrollada de una forma más o menos compleja pero su firma. Es una forma de afirmarse. Yo he hablado con muchos de ellos, y la mayor parte me dice que no pretende ser artista ni mucho menos: “Yo sólo quiero firmar, poner mi nombre, afirmarme”. Uno de ellos, que no lee libros, me dijo “escribo y existo”, es una visión casi filosófica de la vida intuitiva, escriben para ser. Gente a menudo sin fama, sin nombre, sin trabajo, sin otras perspectivas, poniendo su nombre, ganándose el respeto de los que como ellos escriben en paredes, multiplicando su firma en trenes, en metros.
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Insisto en que el grafiti es muy complejo y en el curso del trabajo de investigación para esta novela he encontrado muchos tipos de grafiteros diferentes. Desde el vándalo que va a hacer daño, por el placer de destruir o de marcar, hasta el tipo tímido que poniendo su nombre realiza sueños de proyección, o el que quiere ser artista y empieza por ahí. Hay un montón de motivaciones diferentes, es imposible manejar un modelo común. Pero el que más me interesa es aquel que a través de su actividad grafitera grita de alguna manera, afirma de alguna manera y combate de alguna manera. He encontrado un tipo de grafitero que hace una especie de guerrilla urbana, hecha de adrenalina, de transgresión, de provocación, de lealtad entre compañeros, un grupo marginal con códigos y reglas internas.
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…uno de ellos me dijo, “hay imbéciles que se tiran de un barranco o con una cuerda, o se tiran con unas alas por un desfiladero, pues yo hago esto, yo pinto trenes de noche y me juego mi libertad y mi dinero, o el dinero que no tengo”. Es una motivación tan buena como cualquiera.
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Quiero dejar en claro que yo no apruebo el grafiti, me parece vandalismo, y no estoy de acuerdo con él, lo que pasa es que me fascina el mundo que hay abajo y ahí es donde he movido mis personajes. Dicho lo cual, debo decirle que hay algunas cosas que comprendo que no están desprovistas de sentido. Cuando uno de ellos me decía “un político puede llenar las calles con carteles con su cara, una marca comercial puede llenar las calles con carteles de coches o de sujetadores de mujeres, y yo no puedo poner mi nombre. ¿Por qué un político es legal y yo soy ilegal?”. Bueno, no es una guerra que pretenda ganar, no es un combate por una victoria social, es una manera de desahogar, de volcar, de gritar, sin ningún objetivo concreto, porque el grafitero no quiere cambiar el mundo, quiere gritar “yo soy, yo estoy, yo existo”. Entonces, eso ofrece posibilidades muy interesantes para analizar lo que es el arte moderno, tan capturado, tan domesticado, tan secuestrado por marchantes sin escrúpulos, por galeristas esnobs y por artistas mediocres amparados por el sistema.
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En el arte moderno hay cosas muy buenas, evidentemente, pero el sistema tiene sacralizadas una serie de mediocridades a las que hace multimillonarias. Y le pongo un ejemplo concreto, el caso de Damien Hirst. Incluso entre los grafiteros, a artistas como Banksy lo consideran estafadores de categoría, desprecian profundamente a ese tipo de artista. Entonces, frente a todo eso, digamos que la actividad del grafitero que no persigue éxitos, ni exponer, ni galerías, que se conforma con salir a la calle, hacer su tapia y volver a su casa con los amigos a tomar unas cervezas, tiene unos aspectos casi románticos, digamos, dentro del vandalismo general, que lo hacen singularmente atractivo. Entonces, claro, uno debe aprobar la vaca muerta de Damien Hirst pero debe criticar a un chico que hace una pared maravillosamente bien hecha en la cual está volcando un montón de cosas que si uno mira las ve; no sé qué decirle.
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Yo era un reportero, un cazador de imágenes, un mercenario altamente calificado, vivía bien, pero todo eso, por una parte, me iba causando una serie de estragos personales y, por otra parte, me iba causando una serie de decepciones sociales. Y a raíz de la guerra del Golfo, me refiero a la primera guerra del Golfo, y a la manipulación a la cual asistí, viví, sufrí y protagonicé en primera persona, como todos mis compañeros, y después a raíz de la guerra de Yugoslavia, fueron tres años en los cuales murieron 52 compañeros, algunos de los cuales eran amigos míos, y eso no valía absolutamente para nada. Occidente seguía mirando la televisión, el fútbol, y haciendo zapping entre el fútbol y los programas del corazón y del sexo, y los Balcanes eran un tema secundario. A raíz de todo eso comprendí que el oficio que había hecho no valía para nada, que ya tenía edad para hacer cosas mías, y navegar, y ser independiente, y que ningún espectador merecía que a mí me mataran en Sarajevo, y decidí que no me interesaba la profesión, que había perdido para mí toda razón de ser, que la aventura ya la había vivido y que la misión humanitaria o ética de un periodista no tenía ningún sentido en el mundo absurdo y puerco en el cual vivía. Así que, dije, dejo todo eso y me dedico a navegar y a escribir.
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El héroe de corazón puro, el clásico héroe inocente y bondadoso y bueno, y en el lado del bien luminoso de las historias clásicas, ya no funciona, ni en la realidad ni en la ficción. El hombre actual ha perdido su inocencia, su corazón es oscuro, es Ulises a la vuelta de Troya, con sangre en las uñas, en fin. Es un hombre que vaga buscando una Itaca que es muy difícil de encontrar, donde la mujer envejece, es decir, hay un montón de factores… Solamente lo reconoce su perro, y ese es el héroe que me interesa, quizá porque yo me siento más cerca de este héroe que del otro. Yo creo que el único héroe creíble es ese héroe cansado, Y dentro de ese héroe cansado precisamente está la mujer. En mis novelas, sobre todo en las últimas, gana importancia cada vez más el personaje femenino como protagonista, como voz conductora, porque quizás el hombre está muy agotado como guía narrativa, hay lugares a donde el hombre ya no puede llegar como protagonista, como punto de vista narrativo. Pero la mujer, que está haciendo frente a un mundo nuevo, que está enfrentada a desafíos nuevos, que ahora tiene una mirada nueva y fresca porque ha cambiado su viejo rol social y ahora hace otro, y se enfrenta a conflictos terribles, crudísimos y dificilísimos de resolver, la mujer proporciona una mirada, un recorrido narrativo, para llegar allí donde con el hombre no se puede llegar.
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…yo no veo televisión ni veo informativos, uso la televisión para ver películas y series, soy realmente un adicto a las series de TV. Mi tiempo libre, cuando no estoy navegando o escribiendo, estoy leyendo y viendo series o cine. En ese sentido, debo decir que yo creo que el talento creativo en este momento se está refugiando más que en la literatura en las series de TV. Yo creo que las series son, en este momento, el artefacto narrativo más interesante que existe en la cultura de la sociedad occidental. Series como House of Cards, Homeland, Los Soprano, Mad Men o todas éstas, tienen tal cantidad de talento, de creatividad, de eficacia narrativa que de alguna forma desplazan el interés. Si es cierto que la literatura escrita en forma de novela está en cierta forma sentenciada por el mundo en que vivimos, yo creo que habrá grandes transformaciones en ese sentido y no para bien. Lo resumiría diciendo que si yo fuera un joven escritor con ambiciones me dedicaría a escribir historias para series de televisión más que novelas para ser publicadas en papel.
Reportaje de SILVANA BOSCHI a ARTURO PÉREZ-REVERTE
“El contador de historias”
(ñ, 31.01.14)
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