(…) “El Homo sapiens sólo trabajó largas horas a partir de la Revolución Agrícola hace 10.000 años, y quizás un poco más a partir de la Revolución Industrial hace doscientos. En sociedades preagrícolas, incluso las existentes actualmente, se trabaja menos”, explica el economista Lucas Llach, profesor de la Universidad Di Tella.
Llach es un defensor de las tendencias “paleo”, que postulan que muchas costumbres de la sociedad moderna (desde andar en zapatillas hasta trabajar sentado en una oficina, pasando por muchos alimentos ubicuos en la dieta occidental) no son naturales a nuestra evolución y terminan dañando nuestros organismos.
Con respecto a la jornada extensa de trabajo, el profesor de la Di Tella cita el libro Adiós a las almas, del economista escocés e investigador de la Universidad de California Benjamin Clark. En su trabajo, escrito en 2007 y con un título que juega con el nombre de la famosa novela de Hemingway, Clark repasa los cambios profundos de costumbres que introdujo la Revolución Industrial a partir de 1870.
“No es obvio que el aumento en horas trabajadas haya beneficiado a la especie”, dice Llach. Según el economista hasta hace muy poco en la historia humana, los aumentos en producción (como el que surge de trabajar más horas) implicaban transitoriamente menos mortalidad y por lo tanto un aumento de la población: al final del proceso hay más gente, pero trabajando más y comiendo igual. “Probablemente un mal negocio para la humanidad. Felizmente hoy es concebible aumentar la productividad y «gastar» esa mejora en trabajar una cantidad de horas más acorde con los instintos de nuestra especie”, agrega Llach.
(…) Todos se plantean qué fue lo que falló en la famosa predicción de John Maynard Keynes, cuando en los años 30 pronosticó que para fin de este siglo, gracias a los avances que se darían en la tecnología, se impondría una jornada semanal de trabajo de alrededor de 15 horas. El resto sería ganancia en tiempo de ocio.
“En términos de estado de la ciencia, somos perfectamente capaces de alcanzar este objetivo. Y, sin embargo, por alguna razón, no lo hacemos”, dice el antropólogo de la London School of Economics (LSE) David Graeber.
El académico escribió el año pasado un ensayo en la revista de izquierda Strike, titulado, sin muchos rodeos, On the Phenomenom of Bullshit Jobs (“Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda”).
Una explicación extendida, dice el antropólogo, es que desde la década del 30, junto con la jornada laboral, también creció la canasta de consumo (piensen solamente en el sushi, en el iPhone, las zapatillas caras, entre millones de nuevos productos), y por lo tanto la necesidad de trabajar más horas para no perder el tren en esta ruedita similar a la que usa el hámster. O, como lo llama Robert Kiyosaki, el autor del best seller Padre Rico, Padre Pobre, “la carrera de las ratas”.
(...)
Pero Graeber apunta a un argumento moral y político, de mantener ocupadas a las masas, para lo cual se crearon millones de puestos de trabajo en ocupaciones que no aportan valor real a la economía.
Aquí, Graeber menciona en términos generales a todas las burocracias administrativas, a los lobbistas, a los abogados corporativos, a los relacionistas públicos, por citar algunos casos. “Claro que en público todos ellos dicen que lo que hacen es importante. Pero hay que darles un par de copas y van a reconocer que si su cargo se eliminara de un día para el otro, la humanidad seguiría su curso en forma exactamente igual”, provoca Graeber.
(…)
...(Carl) Frey y (Michael) Osborne analizaron en detalle las principales 702 ocupaciones del mercado laboral de los Estados Unidos y llegaron a una conclusión escalofriante: un 47% de los empleos de la mayor economía del mundo se encuentran en riesgo de ser reemplazados por máquinas en los próximos 20 años.
Para terminar de describir la crisis se pueden agregar las conclusiones, también alarmantes, sobre el “Estado del espacio laboral”, que hizo Gallup para Estados Unidos, correspondiente a 2013, con más de 350.000 entrevistados. Gallup detectó que apenas 30% de los empleados están “comprometidos” con sus trabajos, mientras que 52% no lo están y 18% pertenecen al grupo de los “activamente no comprometidos” (que tiran en contra). Este último segmento impone costos directos (se ausenta más, tiene más propensión a robar) e indirectos, porque su actitud repercute sobre el resto y empeora el clima laboral.
Para la consultora, el costo de este bajísimo nivel de compromiso asciende a 550.000 millones de dólares al año en pérdidas de productividad. Las mujeres están más comprometidas que los hombres con sus empleos, los más educados muestran menos enganche (probablemente porque tienen expectativas más altas que no son satisfechas en un mercado laboral débil) y las fallas de liderazgo son enormes.
(…)
“Piensen en la enorme violencia moral y el resentimiento acumulado que implica un ejército de personas que, en el fondo, saben que el trabajo que realizan no aporta absolutamente nada de valor agregado a la sociedad”, dice Graeber, el antropólogo de la London School of Economics.
(...)
Sebastián Campanario
“De la casa al trabajo: esto no pasaba con Los Picapiedras”
(la nación, 22.06.14)
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario