17.10.14
los años de la peste
La Epidemia de Fiebre Amarilla, cuyo primer caso se produjo el 27 de Enero de 1871, ha sido la que mayor número de víctimas ha causado en esta ciudad.
Los que lean estas páginas creerán que exajeramos al describir aquellos días de desolación y muerte.
La ciudad de aquella época no era la actual que conocemos.
(…)
No se creía al principio en la existencia de la fiebre, y cuando se tuvo el convencimiento de que era ella, se apoderó de todo el mundo el terror.
En medio de este caos las autoridades nacionales y provinciales no daban abasto, habiendo huido sus jefes a la campaña, abandonando la ciudad.
Fué en esos momentos que convocó un meeting, pronunciando con este motivo el doctor Manuel Argerich, estas proféticas palabras, pues él murió víctima del cumplimiento de su deber: “Quién es el que pueda disipar esa nube de muerte que pesa sobre nosotros y que amenaza nuestra existencia?”
Abandonada momentáneamente, por sus autoridades, la ciudad, se nombró una Comisión Popular que tomó sobre sí la tarea de combatir la epidemia.
He aquí los nombres de esos esforzados ciudadanos: José Roque Pérez, Héctor Florencio Varela, Mariano Billinghurst, Juan Carlos Goméz, Manuel Bilbao, Manuel Argerich, José María Cantilo, Manuel Quintana, León Walls, Carlos Guido Spano, Carlos Paz, Francisco López Torres, E. Ebelof, Aristóbulo del Valle, Evaristo Carriego, Adolfo Korn, José C. Paz, Cosme Mariño, Lucio V. Mansilla, Bartolomé Mitre y Vedia, Emilio Onrubia, Mathias Behety, Francisco Uzal, T. Armstrong hijo, Domingo César, José M. Lagos, Basilio Cittadini, Doctor Almonte, Gustavo Nessler, Pablo Ramella, Antonio Giglio, Juan Agenti, Daniel Agenti, Alberto Larroque, Pascual Barbatti, Florencio Ballesteros, J. E. P. Dillon, E. Gowland, P. Gowland, Ramón Viñas, F. S. Meyans, F. Dupont.
De estos señores fallecieron víctimas de la epidemia, los abnegados doctores José Roque Pérez, Manuel Argerich, Francisco López Torres y Florencio Ballesteros.
Las calles de Buenos Aires eran un continuo ir y venir de vehículos de toda clase, que conducían cadáveres en cajones de todas formas.
Hubo días, como el 10 de Abril, que se produjeron quinientos cuarenta y seis casos!
Las oficinas nacionales y los colegios se cerraron, el gobierno decretó feria, la Bolsa estuvo desierta, los alquileres en los pueblos vecinos alcanzaron precios fabulosos, la inmigración se reembarcó, el 11 de Abril la Aduana produjo 40 pesos fuertes.
Todo el mundo huyó, huyeron los médicos, los curiales, los jueces, el pueblo, todo el que pudo hacerlo.
Se prohibieron las funciones de iglesia. No había hospitales, no había médicos, no había sepultureros, no había medicamentos, no había nada. Nada daba abasto.
(…)
La peste, lo mismo atacaba al rico en su cómoda vivienda, como al pobre en su humilde casa.
La precipitación con que se enterraba, hizo que se produjeran casos, de personas á quienes casi se les enterró vivas, de las que mencionaremos dos, uno de los cuales inmortalizó el pincel de Blanes y otro estrechamente vinculado al anterior y que tan naturalmente describe Héctor Varela.
Uno de los días que hubo más víctimas, al llegar al Cementerio Héctor Varela le dió al Dr. Almonte la noticia de que casi habían enterrado viva á una persona lujosamente vestida.
Atendida solícitamente y traslada á una casa del Presidente de la Comisión, salvó. Era una francesa de vida airada.
En esa misma casa, en el último patio, se descubrió el cuadro de una mujer muerta, la que tenía prendida de uno de sus pechos á una criatura de once meses. Este fue el motivo del cuadro de Blanes.
MANUEL BILBAO
“Buenos Aires. Desde su fundación a nuestros días. Especialmente el período comprendido en los siglos XVIII y XIX” (1902)
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