15.11.14
el nano
El hombre célebre y voluminoso, tocado por su boina inseparable, lo recibió en la casa mítica y le mostró con orgullo infantil su colección de caracolas y mascarones de proa. Hablaron un largo rato de música y poesía, y luego salieron a caminar por la arena. Era un día magnífico y el mar y el viento suave se les metía por los ojos al viejo anfitrión y al joven discípulo que lo acompañaba en ese recorrido cálido y perezoso por la tertulia. La política fue ocupando el centro de la conversación: el veterano había hecho esfuerzos heroicos para salvar a republicanos y comunistas de la masacre civil española. No pudo, sin embargo, salvar a su gran amigo: Miguel Hernández, el antiguo pastor de cabras que había muerto de bronquitis, tifus, tuberculosis y decepción en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante. Fue entonces cuando Serrat le contó a Pablo Neruda que estaba musicalizando los mejores versos del poeta de Orihuela. “Tanto penar para morirse uno.” Neruda amaba con todo su corazón al amigo de Ramón Sijé, lo consideraba un hermano, e incluso se arrogaba el hecho de haberlo sacado de un socialcristianismo de derechas y haberlo convertido a un izquierdismo de combate. “Pobre Miguelito”, murmuraba el chileno cada tanto. Se sentía de algún modo responsable por no haber podido protegerlo de la prisión infame y de la muerte temprana.
Neruda y Serrat se toparon con un merendero de playa y se sentaron a tomar pisco y a devorar machas a la parmesana mientras el sol iba declinando sobre Isla Negra. Miguelito era un fantasma entre los dos. “Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre en sus libros -escribió Neruda-, los hijos de perra, silenciosos cómplices del verdugo, que no será borrado tu martirio, y tu muerte caerá sobre toda su luna de cobardes. Y a los que te negaron en su laurel podrido, en tierra americana, el espacio que cubres con tu fluvial corona de rayo desangrado, déjame darles yo el desdeñoso olvido porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.”
Antes de oscurecer regresaron a la casa y el premio Nobel le regaló al catalán un burrito de greda y tres ejemplares de sus libros. Era 1971 y ahora esas primeras ediciones firmadas constituyen un verdadero tesoro. Serrat jura que las legará en su testamento a Sabina, puesto que su socio es un cazador de rarezas, un bibliófilo consumado que guarda en sus estantes de Madrid una edición única del Ulises firmada por Joyce, varias primeras ediciones de Quevedo y de Góngora, y una segunda de Cervantes. Neruda y Serrat se abrazaron en la penumbra y jamás volvieron a verse. Dos años después el autor de “Canto general” moría de cáncer, y su casa era saqueada y sus libros, incendiados. El disco de Miguel Hernández se convertiría en un clásico de la música contemporánea y Serrat también conocería el exilio.
para la libertad
Cuarenta años más tarde el Nano llegó a Santiago de Chile para una serie de conciertos, e inopinadamente sintió el rayo que no cesa, la misteriosa necesidad de volver a Miguel. No hay una buena explicación para ese súbito deseo, quizás fuera esta vez el fantasma imperioso de Neruda horadando en su inconsciente. Como sea, Serrat acometió la inesperada empresa con enorme alegría. Desayunaba y caminaba una hora, se duchaba y componía en su habitación del hotel. Luego almorzaba y dormía la siesta, y volvía a agarrar la guitarra y a trabajar esos poemas dolientes hasta la hora del recital. Recuerda esa rutina diaria, que derivó en “Hijo de la luz y de la sombra”, como uno de los grandes momentos de felicidad creativa. “Eres la noche esposa y yo soy el mediodía”. El escritor de canciones sabe que cada tema es un albur, que encontrarlo puede llevar meses o resolverse mágicamente en un instante. Mientras hacía su disco de Machado, allá en la prehistoria, unos fusibles de la cabina entraron en cortocircuito y hubo que detener la grabación. Juan se quedó sentado con su guitarra, haciendo tiempo, y tal vez aburrido dio vuelta la página del poemario y encontró algo que estaba fuera de programa: “La saeta”. Casi como si jugara rasgueó las cuerdas y salió la melodía completa, en un minuto y de un tirón. Fue tan sorprendente esa iluminación del cielo, que Serrat dejó el instrumento y se fue a beber una cerveza en honor a los hados y las musas que, como el sur, también existen.
la saeta (a dúo con Camarón de la Isla y Tomatito)
“Mediterráneo”, que es considerada en las encuestas la mejor canción española de todos los tiempos, salió rápido: un día o a lo sumo dos. Pero su autor ha perseguido durante meses y años temas que se resistían como damas orgullosas. “Es lo mismo que con un mujer, Jorge -me explica. Está de nuevo en Buenos Aires, y se ha resfriado-. Te gusta, la buscas, se escabulle. En la primera cita todo puede ser maravilloso, pero también todo puede concluir de repente. Otras veces la acosas con regalos, flores, cines y citas, el asunto no mejora, y entonces la olvidas en cualquier estación del mundo. Tengo carpetas con canciones imposibles. Por lo general son ideas muy malas, no resisten un rescate serio. Asumo que para escribir canciones exigentes debes tener paciencia. Trabajar sin preguntarte qué estás haciendo. Batallar mucho tiempo sin esperar nada. Y también tener talento”.
mediterráneo
(…)
Coplista genial y narrador de peripecias y de perfiles humanos, en la opinión de Serrat hay poetas clásicos que fueron grandes letristas sin saberlo: Machado y Hernández para empezar. Pero su lista de influencias es más larga. El Nano se inició como cualquiera con Bécquer, que le reveló junto con el sexo su primera novia. Hoy relee todo el tiempo a los titanes del Siglo de Oro, y a Rafael Alberti, León Felipe, García Lorca, Joan Vergés, Ernesto Cardenal, Josep Vinceç Foix, Luis Cernuda, Juan Gelman y Luis García Montero. Y por supuesto, a Joan Salvat-Papasseit, barcelonés muy poco divulgado en la Argentina que murió a los treinta años en 1924 y dejó en Serrat una huella indeleble. Cuando habla de su tocayo parece por momentos referirse inconscientemente a sí mismo: aquel Joan también era un poeta heterodoxo de la lírica catalana, hombre humilde que reivindicaba su origen proletario. Además Salvat profesaba el anarquismo, una doctrina impráctica que siempre ha sido tentadora para el propio Serrat. Alguna vez el Nano lo describió en catalán: "Entró en el mundo por la puerta de servicio. Llevaba un gran baúl y un remiendo en el culo. Era un baúl de papel que llenaron el tiempo, las mujeres y el puerto, el amor y la muerte. Era un baúl que se ordenaba poco a poco y convertía en un verso cada recuerdo".
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En la Argentina, ensayistas como Oscar Conde se hacen cargo de la canción como una de las formas posibles de la literatura. En uno de sus libros fundamentales, Poéticas del tango, Conde explica que el gran género porteño, "por ser testimonio de hibridaciones, fue relegado por los críticos y estudiosos a los aledaños de la paraliteratura. Sólo en épocas recientes se le ha dado categoría poética y se lo ha tratado como tal". Casi nadie duda ya de que Contursi, Discépolo, Cátulo Castillo, Expósito y Manzi son los grandes poetas de Buenos Aires, aunque hayan sido meros letristas.
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Si Joan Manuel Serrat no es técnicamente más que un letrista, habrá que decir otra imprudencia: posiblemente será estudiado como un poeta central y será reconocido largamente como una especie de Discépolo iberoamericano. Un poeta popular que agregó al habla cotidiana y a la cultura expresiones, conceptos, figuras, pinturas y personajes inolvidables que modificaron nuestra percepción para siempre. Entre estos tipos y yo hay algo personal, llegamos siempre tarde donde nunca pasa nada, cada loco con su tema, la vida te la dan pero no te la regalan, hoy puede ser un buen día y esos locos bajitos son frases que fueron incorporadas naturalmente al idioma de los argentinos y que alcanzaron el estatus de aforismo anónimo: hoy pueden aparecer como lugares comunes en cualquier conversación de la clase media y de los medios de comunicación. “Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuele el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas -escribe Serrat-. Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre el portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas. Se acabó, el sol nos dice que llegó el final. Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual”. La división de un país, la lucha de clases, la utopía de la “unidad nacional” están retratadas allí de manera ideológica y definitiva.
fiesta
La memoria colectiva guarda, tal como ocurre con el tango, destellos: aquellas pequeñas cosas, el barquito de papel, los fantasmas del Roxy, y el agobiante pueblo blanco, donde “los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio”. Esos últimos versos fueron incluso convertidos por el público argentino en metáfora moral de los desaparecidos. Sobrevolar rápidamente el corpus poético de Serrat puede transformarse así en una rara experiencia de recuerdos generacionales, personales y muy vívidos.
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Tío Alberto alude a Puig Palau, un mecenas, aventurero, deportista y bon vivant de la llamada gauche divine. Sobre el final de la canción, el Nano declara su admiración por ese amante que jamás se retira, ni siquiera en la vejez: “Qué suerte tienes, cochino, en el final del camino te espera la sombra fresca de una piel dulce de veinte años donde olvidar los desengaños de diez lustros de amor”.
tío alberto
La Penélope de Serrat, en cambio, se queda detenida en la espera enajenada del amor perdido y no puede reconocer a su antiguo novio cuando éste finalmente regresa, puesto que parece elegir la idealización cristalizada del pasado a la peligrosa ilusión del presente. El Curro el Palmo, finalmente, está enamorado de Merceditas, la chica del guardarropa de un tablao. Se trata de un trágico y a la vez irónico cante jondo sobre el amor no correspondido. El hombre “llora cantando” que sin ella no entiende el despertar, que su cama es ancha y que lo desvela la verdad: “Entre tú y yo, la soledad, y un manojillo de escarcha”. Buscando el olvido, el desdichado se da a la bebida, al mus y a las quinielas, y en las horas perdidas lee cientos de novelitas baratas de Marcial Lafuente Estefanía.
romance de curro el palmo
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No menos perturbador resulta cuando merodea el dudoso e incierto olvido romántico: "Acuérdate de mí cuando me olvides, que allí donde no estés iré a buscarte siguiendo el rastro que en el cielo escriben las nubes que van a ninguna parte. Acuérdate de mí en tus plegarias y búscame con los ojos cerrados entre la muchedumbre solitaria. Yo tampoco te quiero. demasiado." Luego le propone a esa dama que pretende olvidar: "Mujer de sombras y de melancolía, volvamos al Edén que nunca has sido a celebrar con las copas vacías el gusto de no habernos conocido". ¿Dónde colocar los grandes amores del pasado sino en un limbo, en un vaivén secreto y tal vez onírico que nos persigue hasta el fin de los días?, parece sugerir.
acuérdate de mí
Esas mismas contradicciones surgen en otro poema escalofriante: “Porque la quería no quiso papeles, ni hacer proyectos con vista al futuro. No confiaba en él y quiso estar seguro de que cotidianamente tendría que ganarla con el sudor de su frente. Porque la quería no quiso con ella hacer un nido en donde abandonarse. No confiaba en él y quiso asegurarse. Porque la quería, por no despertarla, dejó de dirigirle la palabra. No confiaba en él ni se atrevió a cambiarla. Y puso en pie de guerra su buena fe y sus sentidos por llegar a conocerla. Porque la quería se fue para siempre, quiso poner a salvo aquella imagen. No confió en ella y quiso asegurarse”. El amor no avanza aquí en línea recta, está lleno de marchas y contramarchas, de estrategias y de miedos, y se malogra por malentendidos en ese viejo juego de la acción y la reacción.
porque la quería
Aquella canción roza una temática que luego Serrat trabajaría en una pequeña obra maestra. Se trata de la siempre arriesgada y fallida transformación del otro dentro de la pareja: “No escojas sólo una parte, tómame como me doy, entero y tal como soy, no vayas a equivocarte. Soy sinceramente tuyo pero no quiero, mi amor, ir de visita por tu vida vestido para la ocasión”. A continuación, el poeta hunde el bisturí. Se está refiriendo a los problemas de traicionarse a uno mismo una y otra vez para ser aceptado por la persona que elegimos. “No es prudente ir camuflado eternamente por ahí, ni por estar junto a ti ni para ir a ningún lado. No me pidas que no piense en voz alta por mi bien”. El amante puede traicionarse, pero tarde o temprano no se perdonará ese grave error, y tampoco dispensará a quien haya permitido que lo cometa.
sinceramente tuyo
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También se ocupa de los celos, ese otro eclipse total de la razón. De las parejas marchitas. De las mujeres que manejan a su antojo a los hombres rendidos. Del amor mínimo, aquel que se siente con una íntima desconocida durante un corto viaje en tren. Y de otros accidentes callejeros: “Es caprichoso el azar. No te busqué ni me viniste a buscar. Yo estaba donde no tenía que estar y pasaste tú, como sin querer pasar. Pero prendió el azar semáforos carmín, detuvo el autobús y el aguacero. Hasta que me miraste tú”. La armonía de esa canción es emocionante, y la convirtió en un clásico de muchas versiones.
es caprichoso el azar
Serrat se dirige finalmente a su propia compañera, la madre de sus hijos: “Yo cansado, tú perdida, nos curamos la heridas con ají”. Le dice sin aspavientos: “Con tus alas alzo el vuelo. Tú la flor, yo el colibrí”. Esa última imagen describe de manera rotunda todo lo que puede significar para un hombre la mirada de su mujer. Somos capaces de darlo todo por esa mirada. En seguida Serrat declara sus principios: “Del derecho y del revés, tu primero, el mundo después”. Aunque asevera que el amor no tiene cura y que es eterno mientras dura a tope o al ralentí. “Más si luego me abandonas -le advierte a ella- prendo fuego a Barcelona en la noche de San Joan, y aso la costilla de Adán”.
hoy por ti, mañana por mí
(…)
Cuando le declaro mi admiración por cierta complejidad políticamente incorrecta que surge siempre de su visión romántica, me cuenta un episodio de su madre. Una vez ella intentaba consolar a una sobrina que no podía quedar embarazada. “Hija, no llores más, el que no los conoce no sabe la suerte que tiene”, le dijo. Puede parecer una frase extremadamente dura e injusta para con los hijos, pero encierra una inquietante razón. La madre del Nano se proponía transmitir algo que Juan, como cualquier padre veterano, reconoce en el cuero: los hijos te proporcionan ilusiones y se transforman en el gran objetivo de toda tu vida. Te entregan toneladas de amor y también fuertes dolores de cabeza. La crítica de un hijo, por ejemplo, duele más que cualquier paliza. Junto con una alegría arrebatadora te traen también la angustia: ya nunca más podés estar tranquilo, vivís atento a su suerte, pendiente de sus pasos y su destino, sufriendo anticipada y vanamente por ellos. Ni el más noble de los sentimientos de la vida tiene una sola cara, y esa lección materna explica el sello de algunas canciones de doble filo que ha escrito Serrat a lo largo de toda su carrera.
(..)
García Márquez, que al parecer intentó inútilmente con Manzanero escribir un tema romántico, exageró alguna vez que cambiaría toda su obra por lograr hacer un bolero, y que sintetizar una idea en las cinco o seis líneas de una canción de amor era “una verdadera proeza literaria”. Serrat ha logrado cientos de veces esa hazaña imposible para cualquier escritor.
Tenemos con Juan amigos en común en el mundo literario español: Juan Cruz Ruiz, Manuel Vicent. Pero a ese dúo inefable, él agrega al gran novelista Joan Marsé. La aristocracia del barrio, lo mejor de cada casa. Con ellos, no obstante, rara vez habla de otra cosa que de goles, jugadas, partidos, política y mujeres. Es extraño, al mismo tiempo, que esas conversaciones no sean grandes celebraciones humorísticas. La sonrisa se le desvanece cuando el humor nos conduce al Negro Fontanarrosa, ese otro amigo perdido que era parco para las confesiones. Así y todo durante los últimos encuentros, el rosarino se abrió con el catalán y le habló como nunca sobre su vida, justo a punto de perderla. El Nano se encontraba en Algeciras cuando lo llamaron para informarle que el Negro se había muerto. De nuevo los sentimientos encontrados: un cierto alivio muy humano, porque en su fase final la enfermedad había sido tremendamente cruel, y de inmediato una invencible melancolía. Imaginaba cada una de las escenas que se estarían viviendo en Rosario. Los llantos, los saludos, los tópicos, las mentiras fatuas que se dicen cuando la muerte dignifica. Hacía cuarenta grados en Algeciras, y Serrat estaba helado. Tiene ahora los ojos velados cuando me cuenta esos fotogramas del adiós. Todos vemos en la partida de un amigo nuestra propia partida. Después escribió con Sabina un estribillo especial en honor a Fontanarrosa, que fueron cantando por ciudades del mundo donde nadie lo conocía. Era un rezo para nadie, sólo para ellos mismos.
(…)
JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ
“Joan Manuel Serrat: Secretos de un poeta plebeyo”
(la nación, 06.11.14)
hoy puede ser un gran día
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