“Yo he conocido esta tierra / En que el paisano vivía / Y su ranchito tenia / Y sus hijos, y mujer. / Era una delicia ver / como pasaba sus días”.Leyendo estos versos -y otros del mismo estilo-, personalmente me he imaginado e idealizado desde chico, una vida más que envidiable la del gaucho argentino. Veamos que dicen las crónicas de la época.
“…no existe ser más franco, libre e independiente que el gaucho. Usa poncho (tejido por mujeres) que es del tamaño de una frazada pequeña, con una abertura en el centro para pasar la cabeza; por consiguiente, sirve para preservar del viento y la lluvia, dejando los brazos en completa libertad. El poncho, en su origen, es prenda india, confeccionado en lana y bellamente entretejido con colores. Lo usa a veces colgado de los hombros, a veces como chiripá liado y siempre como frazada de noche. La chaqueta del gaucho es de paño ordinario, como bayeta o pana. Los calzones, de la misma tela, a la altura de las rodillas. Sus espuelas son de plata o hierro sobre botas de potro. Sombrero pajizo y pañuelo de algodón atado alrededor de la cara, completan el atuendo”.
“Su montura es simple armazón de madera retobado con cuero y se llama “recado”. Tiene forma de silla militar y se cubre con pellones y piel de carnero teñida. El estribo es de madera o plata; el primero para dar cabida al dedo gordo del pie, pero la mejor gente siempre usa estribo de plata, que es mayor. Siempre lleva lazo y boleadoras que arroja con admirable precisión al pescuezo o las patas de un animal, y al instante lo detiene. De este modo caza gamas y ñandúes, más veloces que los caballos. Un gran cuchillo de catorce pulgadas de largo, atravesado al tirador o en la bota, completan el atuendo. Y así, sencillamente armado y montado en un buen caballo, es señor de todo lo que mira. No tienen amo, no labra el suelo. Difícilmente sabe lo que significa gobierno; en toda su vida quizás no haya visitado una ciudad y tiene tanta idea de la montaña o el mar, como su vecina subterránea, la vizcacha.”
“…Su rancho es pequeño y cuadrado, con pocos postes de sostén y varillas de mimbre entretejidas, revocadas con barro y a veces solo protegido con cueros. El techo de paja o juncos, con un agujero en el centro para dar salida al humo; una mesita de diez y ocho pulgadas de altura para jugar a los naipes; un crucifijo o la imagen de un santo patrono, son los adornos de su morada. Si el tiempo esta lluvioso, la familia, los visitantes, perros, lechones y gallinas se juntan dentro del rancho. El rancho se alumbra con una luz muy débil emitida por sebo vacuno y se calienta con carbón de leña. Durmiendo en los ranchos, el gallo frecuentemente ha saltado sobre mi espalda para cantar por la mañana.”
Fuentes:
Samuel Haigh “Bosquejos de buenos Aires, Chile y Perú” 1817
Francisco Bond Head: “Las Pampas y Los Andes” 1825
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