El próximo domingo, los argentinos iniciamos el proceso de elección de un nuevo presidente. Es el primer paso de una eventual serie de tres elecciones. No es una elección más. Es una elección crítica, histórica. Una elección que define la posibilidad de fortalecer a la tambaleante República o de hundirla definitivamente. Argentina decide su destino. Caer en el peligro del narcopopulismo o reconvertir una democracia decepcionante para transformarla en la promesa que amaneció en 1983.
La sociedad argentina hace gala, desde hace tiempo, de un pragmatismo cínico nocivo. Gran parte de la Argentina no tiene fe en sí misma, no se cree capaz de ser mejor de lo que es, de pensar un futuro más grande, de la mera posibilidad de cambio. Atormentada por los fantasmas de la crisis del 2001, prefiere aferrarse a la certeza de la mediocridad de la que el peronismo se enorgullece, a especular con un futuro distinto, con desafíos globales, con la superación de las taras que arrastra la sociedad.
Hay una gran escena en “Nixon” de Oliver Stone, en la que un vencido Richard Nixon se para frente al retrato de John Fitzgerald Kennedy, la víspera de renunciar por el escándalo de Watergate y le dice a su antecesor y rival: “Cuando los norteamericanos te miran, ven lo que quieren ser; cuando me ven a mí, ven lo que son”. Si tuviéramos que hacer una traducción de esa escena a la cultura política argentina, nos pararíamos ante el retrato de Perón y diríamos que los argentinos lo ven a él y ven lo que son, ven lo que quieren ser. No hay alternativa idealista: no hay otra cosa que el gris peronista, el modelo populista que ha timoneado la larga decadencia del país.
Lamentablemente, cuando los partidos no peronistas llegaron al poder debieron lidiar con crisis económicas de tal importancia que afectaron a la base social del peronismo, la significativa proporción de la sociedad que vive en los bordes de la miseria. El desafío para todo aquel que quiera tomar el liderazgo de la nación para cambiar este estilo, es tener a los pobres de su lado, de ser los actores centrales de los tiempos que vienen.
La nueva democracia debe basarse en la acción de la porción más desfavorecida de la sociedad, organizarlos, movilizarlos, en las demandas de las materias pendientes. La realización de la infraestructura crítica, la eficaz gestión de los capítulos indelegables del Estado: seguridad, educación, salud. Convertirlos en ciudadanos demandantes, no en meros pasivos receptores de migajas.
Pero nada de eso se logrará si esa porción de la sociedad, ese rehén del peronismo, no se atreve a soñar, no se atreve a creer en si mismo y en un futuro mejor. La posibilidad está ahí, al alcance de la mano. Pero hay que aferrarse a ella con uñas y dientes y creer, creer que algo mejor que lo que vino dando el peronismo en los últimos treinta años es posible.
Desde este domingo, Argentina demostrará de que está hecha. Si de miedo o de esperanza; si de debilidad o confianza; si de cinismo o idealismo. Demostrará si somos capaces de ser mejores que esto, de esta letanía hipócrita que vienen repitiendo dirigentes llegados al poder para enriquecerse a costa de las carencias de la porción más débil de la sociedad que está demasiado pauperizada para entender que, como las víctimas de violencia de género, está encariñada con los responsables de sus heridas más profundas.
Como idealistas, hacemos votos porque Argentina se ponga de pie y encare su futuro. Un porvenir que ha dejado pasar desde hace mucho, mucho tiempo y que es imperioso tomar por las astas y afrontar.
Ojalá, este domingo se dé el primer paso.
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