25.8.15
welles versus bergman
En mayo de 1958, coincidiendo con el festival de Cannes, los críticos de «Cahiers Du Cinema» André Bazin y Charles Bitsch entrevistaron al director de cine Orson Welles. Bazin, inventor por así decirlo de la teoría de «auteur», era también uno de los mayores popularizadores de la llamada puesta en escena (Mise-en-scène). Esta era una formulación contraria al cine artificioso, basado en el montaje, y que mereció su mayor propagandista en Truffaut y su texto «Una cierta tendencia del cine francés».
Bazin defendía un cine natural, como emanación de la vida, y reivindicaba aquellos directores como Max Ophüls o Robert Bresson que hacían largas tomas sin cualquier edición. Welles, totalmente contrario a esta forma de filmar, hizo a estos críticos un parlamento definitivo en defensa del montaje:
«Para mi estilo, para mi visión del cine, el montaje no es un aspecto más; es el aspecto. Dirigir es una invención de gente como vosotros; no es un arte o, más bien, es un arte un minuto al día. Ese minuto es totalmente crucial, pero ocurre de manera muy rara. El único momento donde puede ejercerse cualquier control sobre una película es el montaje. En la sala de montaje trabajo de manera lenta, que es algo que siempre desata enfados en los productores que birlan la película de mis manos».
Welles estaba provocando: quería defender ante el santo patrón del estilo natural el artificio. El libro de conversaciones con Walter Murch, editor de «El Padrino II» y de «Apocalypse Now», con Michael Ondaatje es definitivo sobre la meticulosidad de este director en el montaje a propósito de la infravalorada «Sed de Mal» de 1958. Todos sus filmes, en ese sentido, tienen mucho de pequeño truco de magia. Así, en su película póstuma «F for Fake» (1973) aparece travestido de mago y todo el filme es una reivindicación del ilusionismo, de la mentira, como un método de creación artística. Es célebre el párrafo inicial
«Señoras y señores, como introducción, este es un film sobre trucos, fraude, sobre las mentiras. Dichas en el hogar o el mercado o en una película; casi cualquier historia es en gran parte una mentira»
Esta reivindicación del «arte como mentira» era totalmente opuesta al cine de Ingmar Bergman, que entendía el arte como una obra de fe. El director sueco consideraba
«A pesar de mis propias creencias y dudas, creo que el arte perdió en mi opinión toda su fuerza creativa en el momento en que separó del culto. Servía de cordón umbilical y ahora vive una vida estéril, generándose y destruyéndose a sí mismo. En los días formativos el artista permanecía desconocido y su trabajo era la gloria a Dios. Vivía y moría sin ser más importante que los otros artistas "Valores eternos", "Inmortalidad" y "Obra maestra" eran términos que no ajustaban a este caso. La capacidad de crear era un regalo: en ese mundo florecía la promesa indestructible y la humildad natural».
Es la lucha, en fin, entre el fabulador, el ilusionista, y el creyente limpio de imaginería: el conflicto que fundamenta una película como Fanny y Alexander.
(…)
Bergman definió de manera muy precisa en una de sus últimas entrevistas (Sydsvenska Dagbladet, 2002) lo que era para él Orson Welles:
«Para mí es solo una falsificación. Está vacío. No es interesante. Está muerto. Ciudadano Kane, de la cual tengo una copia y es la amante de todos los críticos (siempre está en todos los top diez), es un aburrimiento total. Sobre todo, las actuaciones no valen nada. ¡La cantidad de fervor crítico que tiene esa película es totalmente increíble! Welles anda con una máscara y una peluca parodiando al gurú periodístico William Randolph Hearst ¡pero se nota que es falsa en toda la película!»
Evidentemente, todo el barroquismo de Welles le parecía excesivo. El director estadounidense siempre afirmó tener «gustos católicos», y se declaraba además «medio-judío» en su libro de entrevistas con Henry Jaglom. A la pregunta sobre qué le parecía el cine de Bergman, Welles respondió con la misma hostilidad que el cineasta sueco en una entrevista en «Playboy» (1967) a Kenneth Tynan:
«Yo no vivo en ese mundo del norte, muy protestante, de artistas como Bergman. La Suecia que me gusta visitar es muy divertida. Pero la Suecia de Bergman siempre me recuerda algo que dijo Henry James sobre la Noruega de Ibsen "Parece estar llena del hedor de la naftalina espiritual" ¡Cómo me va a gustar eso! No comparto ni los intereses de Bergman, ni sus obsesiones. Está más lejano a mí que los japoneses».
El arte como mentira o verdad
Según Oti Rodríguez Marchante, los dos directores son «todo diferencias». Considera que «Bergman busca a Dios en la persona, y Welles al diablo en los hombres».
(…)
Es el contraste entre los personajes atormentados de Bergman, enfrentados a un Dios que «no responde» como en «El Séptimo Sello» (1957), con los celebrados falsificadores vividores que resume Welles en su definición sobre el arte en la citada «F for Fake»:
«Los mentirosos profesionales esperamos servir a la verdad. Temo que la forma pomposa de describir esto se llama arte»
JULIO TOVAR
“Ingmar Bergman y Orson Welles: enemigos íntimos”
(abc, 25.08.15)
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