7.6.16
el palacio miró
Cuando a la zona se la conocía como el Hueco de Zamudio (un área comprendida por unas diez manzanas), los desbordes del arroyo Tercero solían convertir el terreno en un lodazal. Hasta dicen que había una pequeña laguna donde algunos iban a cazar patos. Pero, un día, una manzana del lugar se remató en una subasta y la puja la ganó un comerciante a quien consideraban uno de los porteños más ricos de ese momento. Eso ocurrió en 1841, el comerciante se llamaba Mariano Agustín Miró Dorrego (director de varias instituciones financieras) y el terreno en cuestión comprendía la manzana de las actuales Viamonte, Libertad, Córdoba y Talcahuano, en el barrio de San Nicolás. Entonces, para ese terreno el paisaje cambió: allí, el hombre hizo construir una mansión que se mantuvo en pie hasta 1937, cuando el terreno fue expropiado por la Municipalidad para ampliar la plaza, y la demolieron. Al edificio lo conocieron como el Palacio Miró y mantiene un lugar destacado en la historia de Buenos Aires.
La construcción del palacio se terminó en 1868 y su entrada principal estaba sobre la calle Viamonte (entonces conocida como Del Temple). El edificio, construido al estilo de una villa italiana, tenía dos plantas y un importante mirador que resaltaba en el perfil de la mansión. En la planta baja una galería perimetral la hacía más señorial y le daba marco a una escalinata de mármol. El lugar, proyectado por los arquitectos italianos Nicola y Giuseppe Canale (padre e hijo), estaba destinado a que lo habitaran Miró y su esposa, Felisa Gregoria Dorrego Indarte de Miró (hija de Luis Dorrego, hermano de Manuel, fusilado en 1828). El día que se casaron él tenía 35 años y ella, 16. Aquella edificación fue una de las primeras en ser pensada con perímetro libre alrededor para que eso se convirtiera en parque.
Y así fue porque con el tiempo el palacio estuvo rodeado de árboles de distintas especies donde se destacaban magnolias, cedros, jacarandás, pinos, araucarias y hasta plantas de cítricos. Algunos de aquellos árboles sobrevivieron a la demolición de la mansión y hoy todavía son parte de la plaza que está allí. Cuentan que entre ellos hay un ceibo de Jujuy plantado por Torcuato de Alvear, así como un gran ficus que tiene una copa de gigantesco diámetro. El Palacio Miró y su gran parque le daban un toque distinto a la zona porque los otros grandes edificios cercanos tenían destinos diferentes. Uno era el del Parque de Artillería, un sector militar que estaba donde ahora está el edificio de Tribunales; el otro, la estación que había instalado la Empresa Camino de Hierro de Buenos Aires al Oeste que estuvo hasta 1882. De ahí salió la locomotora La Porteña con el primer tren que recorrió la Ciudad.
En julio de 1890, la residencia sufrió graves daños porque quedó en medio del fuego de un sangriento enfrentamiento conocido como “la revolución del Parque”. Los antagonistas fueron una fuerza cívico-militar (integrada por gente de la Unión Cívica y grupos militares) y los leales al gobierno del presidente Miguel Juárez Celman. Agustín Miró no vio aquello porque había muerto en 1872. Pero su viuda sufrió mucho al ver las ventanas y algunas paredes destruidas por la metralla de esa disputa. También aquello afectó a algunas de las obras de arte que había allí.
Después el lugar fue restaurado y en 1910 en la mansión se realizó el baile principal por los festejos del Primer Centenario de la Revolución de Mayo, al que concurrieron el presidente José Figueroa Alcorta y la infanta Isabel, que vino en representación del rey Alfonso XIII. Para entonces, doña Felisa ya no estaba: murió en 1896.
Pero antes de su muerte también tuvo que pasar por una situación que la afectó emocionalmente. En diciembre de 1887, en la calle Tucumán y entre dos manzanas de la plaza, se inauguró una gran estatua del general Juan Galo de Lavalle, un militar destacado en las luchas por la Independencia. En ese momento, la plaza ya llevaba su nombre. Pero había un detalle para no olvidar: por diferencias políticas internas, Lavalle había sido quien ordenó el fusilamiento de Manuel Dorrego en 1828.
Y tener aquel monumento sobre una columna a más de 20 metros del suelo fue interpretado como una ofensa por la viuda de Miró, sobrina del fusilado. Por eso, dispuso que todas las ventanas del palacio que daban hacia Viamonte fueran tapiadas.
(...)
EDUARDO PARISE
“El increíble palacio de Mariano Miró”
(clarín, 30.05.16)
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario