11.10.16
un fiasco en la grama
El libro del fútbol tiene guardado capítulos especiales para personajes increíbles. Como el de Carlos Henrique Raposo, el hombre que fingió ser futbolista durante 20 años, consiguiendo contratos en varios clubes importantes, pese a no jugar más que un puñado de minutos.
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En la década del 80, Raposo llegó al mundo del fútbol gracias a la noche. En el ámbito de las discotecas de Río de Janeiro logró conocer a figuras de la talla de Renato Gaúcho, Romario, Ricardo Rocha, Edmundo y Bebeto, entre otros, de las que se hizo amigo. Ese fue su boleto a la actividad profesional.
Según contó el propio estafador, su primer contrato profesional lo consiguió tras pedirle a Mauricio, una leyenda del Botafogo, que le consiguiera un vínculo con el club. La estrella del equipo lo hizo posible y en 1986, con 23 años, Raposo se transformó en futbolista. Claro, con un detalle: no era muy buena con la pelota en los pies.
En su llegada al equipo le pusieron apodo. Kaiser, por su parecido físico con Franz Beckenbauer. En una entrevista a una televisión brasileña, el propio jugador aseguró que en aquella época sólo era necesario hacer “algún movimiento raro en el entrenamiento y tomarse del muslo”, así se quedaba 20 días en el departamento médico, estirando un posible debut. “En esa época no existían las resonancias magnéticas. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses”, agregó.
Un año más tarde consiguió seguir ligado al fútbol gracias a Renato Gaúcho. Por él, el Flamengo lo contrató. Y allí tampoco jugó ni un minuto. El futbolista que pasó por el seleccionado brasileño, recordó la etapa del Kaiser en el Fla: “Era un enemigo del balón. En el entrenamiento acordaba con un colega que lo golpeara, para así marcharse a la enfermería”.
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La estafa continuó luego por México y Estados Unidos. Firmando contratos cortos, de prueba, pasó por el Puebla, donde estuvo dos meses, y luego por El Paso. En ambos lugares se hizo el lesionado para cobrar esos meses de contrato antes de regresar a su país. Hasta entonces seguía invicto: 0 minutos en cuatro equipos diferentes.
Lo más cerca que estuvo de debutar en un equipo se vio en 1989. Ese año firmó por el Bangú de Brasil y estando en el banco de los suplentes, el entrenador lo mandó a calentar. Raposo, para evitar un ingreso que revelaría su estafa, encontró una salida: se peleó con un hincha rival y el árbitro lo expulsó.
Mentiroso como pocos, encontró la manera de zafar de esa situación también. El entrenador fue corriendo enfurecido hacia él, pero cuentan que, antes de que éste le dijera nada, el Kaiser le dijo: “Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre –refiriéndose al entrenador- no dejaré que ningún hincha le insulte”. El entrenador le dio un beso en la frente y le renovó por seis meses más. Una vez más logró salirse con la suya.
Su carrera no terminó allí. Pasó también por América, Vasco de Gama y Fluminense, todos de su país. Raposo dice haber jugado 15 partidos en el Flu, pero en los registros no aparece su nombre. Tampoco en el del Independiente campeón del mundo de 1984, en donde asegura haber jugado seis encuentros. En Avellaneda no recuerdan su nombre y mucho menos en ese glorioso equipo.
Sí tuvo una experiencia europea. Firmó con el Ajaccio de Francia y allí le hicieron una presentación de lujo. Él la recordó: “El estadio era pequeño, pero estaba lleno de hinchas. Creía que entraba y saludaba a los simpatizantes pero había infinidad de balones. Teníamos que entrenar. Se iban a dar cuenta de que era horrible. Empecé a agarrar pelota por pelota y se las pateaba a los hinchas mientras al mismo tiempo saludaba y besaba el escudo de la camiseta. Los aficionados enloquecieron. Los dirigentes se agarraban la cabeza porque los hinchas se llevaron de recuerdo todos los balones. Habré pateado unos cincuenta. No quedó ni uno”.
Era tanto su cariño por el club que una vez jugó veinte minutos. En el primer pique hizo como si se hubiera desgarrado y pidió seguir por amor a la camiseta. Los hinchas deliraban por ese brasilero que no tocaba la pelota pero corría rengueando por amor al club. Increíble.
Su farsa se terminó en Francia. En su regreso a Brasil colgó los botines, que estaban casi nuevos, y decidió dejar de estafar a los clubes. “No me arrepiento de nada. Los clubes engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse de ellos”, aseguró.
Años después (hoy tiene 51 y es personal trainer) reveló cómo hacía para que los jugadores pidieran a los dirigentes que lo contrataran: "Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba un día antes, llevaba diez mujeres, y alquilaba habitaciones debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las escaleras y divertirnos”.
“El futbolista trucho brasileño que dijo haber jugado en Independiente”
(clarín, 10.10.16)
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