5.4.17

alberto manguel

la nación

Director de la Biblioteca Nacional, escritor, experto en la Divina Comedia, trabajó con Jorge Luis Borges y es un lúcido pensador argentino. Alberto Manguel en reportaje a la revista dominical de “La Nación”, dejó una serie de reflexiones que vale la pena analizar. Para este post, seleccionamos las siguientes.
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…también viene de Dante, que cuando ve el alma del amigo Casella trata de abrazarlo y ya no está. Está y no está. Dado que yo viví en Buenos Aires una parte muy importante de mi vida, que fue la de la educación, eso creó una parte esencial de mi geografía imaginaria. Todos tenemos un escenario físico en el que ocurren las cosas importantes de nuestra vida. Una parte importante de ese escenario es, para mí, Buenos Aires. Obviamente, me fui, volví. Y cada vez que venía a visitar a la familia no era la realidad cotidiana la que era más fuerte, sino esos recuerdos de encuentros importantes, de revelaciones, de epifanías, de amistades. Entonces ahora vivo en una ciudad que me produce un sentimiento de nostalgia, de alegría también como decía usted, en el recuerdo de personas queridas, sobre todo amigos que tuvieron que exiliarse o que fueron muertos por la dictadura. Profesores, intelectuales. A medida que pasa la vida, nuestra amistad con los muertos se hace más intensa. Esa ciudadanía crece día a día...

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Nunca sospechamos ni imaginamos que pudiera haber una dictadura como la última que tuvimos. Pero tampoco otras cosas. Una de las que más me sorprendió fue ver que teníamos una estación de subte que llevaba el nombre de Rosas. Nos quedamos cortos: ¿cuándo va a haber una estación de subte que se llame Calígula? Yo creo que ese tipo de revisionismo histórico no está suficientemente justificado intelectualmente.

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Borges detectó enseguida esa deficiencia intelectual. En una entrevista le habían preguntado por la entonces novedosa corriente revisionista, y él contestó, si no recuerdo mal, que no entendía por qué le llamaban revisionismo si no revisaban nada: ya sabían qué cosa querían encontrar.

Exactamente. En cambio, hay un verdadero revisionismo que es muy útil. Por ejemplo, hubo investigadores históricos en Inglaterra que, ante la imagen que Shakespeare proyectó de Ricardo III, buscaron ver si el personaje había hecho realmente lo que Shakespeare decía. Y se encontraron con un personaje completamente distinto, no un santo, por cierto, pocos reyes lo son, pero alguien muy distinto. Nosotros tenemos ese Ricardo III shakesperiano, de una maldad ejemplar, pero la verdad histórica es otra. Ya que lo citó, en Utopía de un hombre que está cansado Borges cuenta que cuando muestran una ciudad del futuro y los hornos crematorios, explican que fueron inventados por un benefactor de la humanidad que se llamaba Hitler. Esos son los cambios que me preocupan. Por ejemplo ahora, en Rusia, la redención de Stalin como padrecito de la Patria.

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Como si sufriéramos de una amnesia voluntaria. Porque no es que no sepamos. No queremos acordarnos. Y producimos estas verdades alternativas de un Rosas democrático y justo.

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Como persona, yo quiero tener mi biblioteca, que está ahora en cajas, quiero resucitarla. Son los libros que conozco y que sé usar. Aquí, en la Biblioteca Nacional, mi misión es completamente otra. En los encuentros que estuve haciendo con directores de otras bibliotecas, una de las personas más interesantes es el director de la biblioteca Bodleiana de Oxford, que me dijo una frase muy importante: la biblioteca es evidencia. Entonces, ante todo ese revisionismo, las verdades alternativas, las verdades partidarias, la Biblioteca no debe ser nada de todo eso, y al mismo tiempo serlo todo. La biblioteca de Babel de Borges contiene libros ilegibles, pero una biblioteca tiene que tener todo. En cierto sentido, tiene que tener también esos libros con informaciones falsas, con documentación errónea, y los libros que demuestran que esa documentación es errónea. La biblioteca no puede ser partidaria. Yo creo que como lugar de evidencia, la biblioteca tiene un lugar absolutamente central en la sociedad, y sobre todo en una sociedad como la nuestra, en la que estamos todavía sin código ético. Al volver a la Argentina, una de las cosas que más me sorprendió es esa profunda falta de ética. Durante mi adolescencia, creíamos que había una ética social, gestos políticos que eran justos o injustos, tendiendo a ese fin aristotélico del bien.

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Todas las conversaciones que tengo con gente de niveles muy distintos tienen un tono desasosegado. Incluso la gente que tiene ciertas esperanzas, esas esperanzas están contaminadas por un tono de desasosiego. Y yo creo que se debe a que perdimos en algún momento el vocabulario ético y que no podemos hablar de las cosas que sabemos esenciales porque están contaminadas o de mentira o de ironía.

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Tengo la ventaja de estar en la Biblioteca, y la Biblioteca no puede ser un centro de desasosiego. Me siento aferrado a una balsa en la mitad de un naufragio, con la esperanza de que podamos convertir esta balsa en un arca para todos. Disculpe la metáfora sentimental. La esperanza la da un hecho negativo: si no logramos salvarnos como nación éticamente y justamente, nos ahogamos. No hay otra solución. No podemos seguir naufragados para siempre. Ningún naufragio dura una eternidad. Tenemos la posibilidad de hacer algo, pero tenemos que cambiar en nosotros mismos muchos preconceptos. La noción de identidad nacional la he sentido toda mi vida, quizá porque viajé tanto, como una invención, a veces generosa, a veces sectaria. Pero si la tomamos en el sentido generoso de definirnos como grupo para vivir mejor, tenemos que abandonar ciertos presupuestos intelectuales, e incluso literarios. Nuestro modelo no puede seguir siendo Martín Fierro. No puede seguir siendo el hombre que ha sido tratado injustamente y que por eso se convierte en desertor, desconfía absolutamente de la autoridad y hace que esa desconfianza se contagie incluso a los que actúan justamente al servicio de esa autoridad, como Cruz. No podemos seguir escuchando los consejos del Viejo Vizcacha. Basta. Tenemos que encontrar otro modelo. Y los hay. En nuestra literatura, e incluso en la literatura universal: no necesitamos limitarnos a nosotros.

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Grecia identificó a Ulises como la figura del militar fanfarrón y prepotente. Roma lo identificó con el mentiroso y el embustero. Dante lo condena por esa misma razón, aunque trata de redimirlo un poco porque ese impulso de rebelión lo lleva a buscar algo más allá de los límites permitidos. Quienes lo redimen son otros desterrados, como James Joyce o Derek Walcott. Eso es lo extraordinario de las figuras literarias, que nos permiten interpretaciones múltiples y contradictorias.

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Una de las cosas que descubro al visitar bibliotecas nacionales en otros países es que nuestros problemas no son singulares. La visión que tenemos de nuestra identidad, esta elección de cualidades negativas en la personalidad del argentino. Eso se ve en otros lugares. Acabo de visitar varias bibliotecas en Australia. Vamos a firmar acuerdos. Dos de los aspectos más interesantes que tenemos en común con Australia son, por un lado, la relación con los pueblos originarios. En Australia están haciendo un trabajo formidable para recuperar esa identidad. En la Argentina, los pueblos originarios siguen sin tener ninguna presencia política y ningún poder político. Siguen tan despreciados como lo fueron siempre, a pesar de ciertos elementos decorativos. La Biblioteca va a construir un centro de memoria de los pueblos originarios, pero estoy esperando gente de las comunidades que nos digan qué quieren hacer con el material. Australia, por ejemplo, digitaliza todo el material indígena que tienen, se lo mandan a las comunidades, ellos lo identifican y deciden qué puede hacerse público y qué no.

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Mis primeros idiomas fueron el inglés y el alemán, no por elección, porque se dio así. Cuando volví a la Argentina [de niño vivió en Israel], yo tenía siete años, aprendí el castellano, y con mucho esfuerzo porque no es un idioma fácil. La formación se dio en castellano. Pero lo que aprendí hasta los siete años quedó en alguna parte de las raíces. Lo que pasó después es que cuando empecé a escribir en castellano para el colegio y unos cuentos también que publiqué en La Nación, yo sentía el eco del inglés y del alemán, y yo sé que mi castellano tiene ciertas formas que no son comunes, por ejemplo la tendencia a reservar para el final el sentido de la frase. Yo escribí la mayor parte de mis libros en inglés porque era lo que me salía naturalmente. Cuando escribí algunos de mis libros en castellano, tenía que cuidarme de ser consciente de una tendencia a recargar la frase. No sé con qué éxito.

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Borges no creía en la intimidad de confidencias. Él mismo dice en alguna parte “era una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo”. Algo de eso había en él siempre.

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(Borges) tuvo la generosidad de invitarme a comer cuando iba a lo de Bioy. Nadie puede saberlo, pero yo creo que con Bioy tenía una amistad muy profunda; profunda hasta donde Borges podía ir. Y creo también que Bioy era una de esas personas, como Truman Capote, que tenían una memoria casi perfecta de los diálogos y de los hechos. Él podía después de sus encuentros con Borges anotar lo que él había dicho. Como sea, yo reconozco absolutamente la voz de Borges en esos diálogos, reconozco sus gestos, sus opiniones y, sobre todo, la frecuencia con la que cambiaba de opinión. Él podía decir: “Fulano es un hijo de puta”. Y al día siguiente: “¡Qué magnífico Fulano!”. Se daba ese derecho. Pero hay diferencias: el Borges escritor no era exactamente el Borges que Bioy retrata en sus diarios. No nos olvidemos, además, que eso forma parte del diario general de Bioy, que es mucho más extenso, claro, y en el que debe haber muchas otras cosas del día.

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…cuando a [Aby] Warburg lo convencen de hacer de su biblioteca privada una biblioteca pública, acepta, y se vuelve loco. Lo internaron en una clínica psiquiátrica porque fue como si alguien entrara en su cerebro.

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Reportaje de PABLO GIANERA a ALBERTO MANGUEL.
“Alberto Manguel: ‘Nuestro modelo no puede seguir siendo el Martín Fierro’”
(la nación, 02.04.17)

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