30.5.17
afroparanoia
¡HUYE!
data: http://www.imdb.com/title/tt5052448
Una de las joyitas de la cartelera de este año. “¡Huye!” juega en los límites del género. Parece que estamos en la presencia de una película de terror. Pero en realidad es una comedia. Una comedia negra y ácida sobre la discriminación racial en Estados Unidos, con una descripción de ambiente que pinta bien el grado actual de paranoia de la comunidad afroamericana.
La primera escena de “¡Huye!” trae reminiscencias de violencia racial no tan lejanas en los Estados Unidos. Ese prólogo ubica el clima: la comunidad negra se siente presa a ser cazada en territorio del blanco. Ese tono paranoide sobrevuela en todo el relato. Y lo que puede ser el inicio de una comedia familiar (no en vano se recuerda a “¿Sabes quién viene a cenar?”), en cada escena hay una tensión y un suspenso que surgen del contexto. La incomodidad de Chris, nuestro protagonista, de visita en la casa de su novia blanca, daría motivo para la sonrisa. La violencia de todos los días, lo convierte en una historia de terror.
En una primera lectura, Chris teme por su vida, por ser negro. En un segundo nivel, lo que teme Chris es ser asimilado por los blancos. Lo negro se ha puesto de moda, lo negro es aceptado y deseado. Pero la discriminación es más sutil: se ama el color de la piel (que antes te discriminaba) pero la nueva forma de discriminación es cambiar lo interno, el modo de pensar y vivir afroamericano. Ésa es la tesis de “¡Huye!”: el miedo de mezclarse en los otros y dejar de ser uno, dejar de ser lo que se es.
Visto desde ese punto, “¡Huye!” es algo más que una mirada ácida y crítica al sentimiento bienprogresista del blanco demócrata; también es una observación sobre la inseguridad afroamericana de mezclarse con lo blanco. Para Chris, unirse a Rose implica perder algo de su negritud. Esa negritud que estandariza su cerebro. La confirmación de sus recelos será el personaje de Andrew, el negro lavado, la caricatura del afro, esclavo sexual de una blanca decadente, millonaria y anciana. Mezclarse es perderse, es aniquilar la identidad. Sobre ese atavismo de la comunidad afroamericana pivotea la historia y flota, sutil, sobre ese temor rayano con el prejuicio.
Confrontan dos tendencias: el afroamericano con miedo a ser asimilado; el blanco que te acepta pero, siempre y cuando, cambies tu cabeza. Yo seguiré mandando porque te asimilaré culturalmente. Y serás un blanco, un blanco con piel negra. Ése es el conflicto central del filme, detrás de cada chiste, detrás de cada pista de que algo raro pasa en la Mansión Armitage. Y como esas tendencias colisionan, el final debe ser necesariamente violento. Como la violencia es la situación actual en el conflicto racial estadounidense.
Un buen recurso del cine de terror es mostrar algo que está fuera de lo normal y que por sí solo no debería preocuparnos, pero que por acumulación de otros detalles se torna tenebroso, abrumadoramente tenebroso. El buen recurso de la servidumbre sonriente e impoluta que de tan perfecta, medida, estable, es artificial, es el ejemplo. Brillante momentos de Betty Gabriel como la imperturbable Georgina.
Que los padres de Rose sean profesionales de la salud mental es otra vuelta de tuerca: la medicina y la psicología, disciplinas relacionada con el control social. La pureza de la raza, la salud, la erradicación de la enfermedad y lo distinto, la impunidad del poseedor de un saber imperando sobre el resto de la sociedad. La placidez que se observa en la casa de los Armitage es tramposamente seductora: todos parecen serenos, sin conflictos, internos ni externos. Basta rasgar la superficie para entender que es un mero artificio. Pero ese invento tiene por detrás la ideología autoritaria de la igualación, del emparejamiento de las diferencias, tanto físicas como de temperamento, en un pastiche chirle, vacuo, lo suficientemente soso para no producir enfrentamientos.
El mundo de Chris es paranoico; el de los Armitage, vetusto y siniestro. Debería haber otra cosa en el medio, en el que cada uno quiera ser lo que tenga ganas de ser y lo que le salga ser.
Hay un elenco parejo, notable, muy eficaz y creíble. (Inevitablemente, en casos como estos, no puedo dejar de hacer el ejercicio mental de “traducir” este grupo de actores y especular con sus correlaciones en estas pampas; no llegamos a media docena de actores argentinos que sean lo suficientemente naturales y sutiles para ponerle el cuerpo a este tipo de historias). Elijo a dos damas: Allison Williams en su papel de ingenua y los exquisitos parlamentos de Catherine Keener: la capacidad de provocar miedo con el rasgar de una cuchara contra el borde de la taza.
Para no dejar pasar. Mañana, las mejores frases.
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