12.6.17
el reloj de maría antonieta
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En 1775, un hombre de 28 años llegó a Quai de l'Horloge, en ese entonces el corazón de la relojería en París.
Se llamaba Abraham-Louis Breguet y su genio transformó esa parte de la ciudad en la capital de la relojería del mundo.
Refinó todo lo que se había hecho hasta entonces y antes de cumplir los 45 años ya era considerado como el mejor relojero vivo, un título que muchos mantienen ligado a su nombre después de su muerte.
Como muchos de los grandes relojeros, Breguet era suizo. Su padre murió cuando tenía 11 años y su madre se casó con un relojero.
Su padrastro lo sacó del colegio y lo hizo su aprendiz.
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Tras apenas un año de aprendiz en Ginebra, ya era experto en los movimientos, engranajes, mecanismos de escape y había aprendido sobre relojes, cronómetros y cómo hacer que a un tic le siguiera un tac.
Llegó con ganas de aprender ingeniosas maneras de crear piezas más pequeñas y precisas, y de entender lo que en ese mundo se conoce como “complicaciones”.
Una complicaciones es cualquier función que no sea la básica de decir la hora y minutos, y requieren conocimientos más sólidos de relojería así como una comprensión más profunda del tiempo.
En el College des Quatre-Nations, Breguet aprendió sobre los ciclos solares, los calendarios lunares y cómo coreografiar cronología.
Además se enamoró, se casó y eventualmente estableció su propio taller en Quai de l'Horloge, o muelle del reloj.
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El primer invento que emergió de su pequeño taller fue el reloj perpetuo que, como su nombre indica, no necesitaba que se le diera cuerda pues aprovechaba la energía producida por el movimiento de quien lo usaba. Se convirtió en el aparato de moda en los 1780.
Fue el principio de una revolución general en términos de mecanismos, técnicas y estética: creó nuevas funciones, nuevos productos, manteniendo siempre su estilo simple y elegante.
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El relojero era tan admirado en las altas esferas de la sociedad que recibió la comisión más importante de su vida: crear una pieza para la reina de Francia, María Antonieta.
La comisión #160
En el registro del trabajo del taller de Breguet, que Emmanuel Breguet, el tatara-tatara-tatara-tataranieto de Abraham-Louis le mostró a la BBC, la comisión #160 es considerablemente más larga que las demás: “hacer un reloj digno de la reina”.
Entre las varias estipulaciones decía que debía tañer cada hora y cada cuarto de hora; tener un termómetro; mostrar el día, mes, año y años bisiestos; dar la hora solar y ser delicado pero robusto. Todas las partes internas sin excepción serían de zafiro.
Tenía que ser tan bello como ingenioso, con el máximo de complicaciones posibles y los materiales más preciosos.
Y no había límite ni de tiempo para terminarlo ni de dinero para fabricarlo.
Lo que no decía era quién lo había comisionado.
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En su tour de Europa, el conde Hans Axel von Fersen, un noble de Suecia, fue Versalles, donde aparentemente causó sensación.
Fersen conoció a María Antonieta en un baile de máscaras y se volvieron amigos cercanos. Muy cercanos. Se sospechó que eran amantes.
Precisamente en ese momento alguien ordenó un reloj muy especial para la reina.
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...pero pasarían 44 años antes de que el reloj estuviera listo.
Uno de los problemas fue que al principio de los 1780, Francia estaba al borde de un cambio sísmico.
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El relojero apoyaba la Revolución, pero a medida que se tornó más sangrienta, cualquier persona sospechosa de sentir alguna simpatía por los odiados reyes estaba en peligro. Y Breguet tenía vínculos con la corte pues le vendía sus creaciones.
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En 1793 Breguet se regresó a su nativa suiza y se llevó el Marie Antoinette, aún sin terminar.
El reloj estaba a salvo, pero la reina no tuvo la misma suerte.
El 16 de octubre de ese año, fue llevada a la Plaza de la Revolución. Tenía un sencillo reloj Breguet abrochado a su vestido, que contaba sus minutos finales.
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Pasarían dos años antes de que Breguet retornara a París en 1795, cargado de ideas que fue realizando en rápida sucesión, como el resorte regulador espira Breguet, un nuevo mecanismo de escape que no requería lubricación y el tourbillon, un mecanismo especial para evitar los efectos de la gravedad.
Versalles había desaparecido pero había una nueva corte, la de Napoleón Bonaparte, a la que Breguet le hacía relojes.
Breguet era el relojero más famoso del mundo y lo recompensaron con el máximo galardón de Francia: la Legion d'Honneur.
La aclamación no lo distrajo de su obsesión. Todo lo que ganaba era canalizado hacia la que sería su obra maestra.
Pero el tiempo, que tan bellamente contaba, también pasaba para él y en septiembre de 1823 se le acabó.
El maestro estaba muerto pero su trabajo aún estaba incompleto.
El reloj que Breguet había estado perfeccionando por cuatro décadas fue finalmente terminado por su hijo, el último día de 1827.
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Su primer dueño registrado fue el marqués de la Groye, quien había sido paje de María Antonieta.
Cuando el marqués falleció, el reloj estaba en el taller de los Breguet así que la familia volvió a custodiarlo.
A finales del siglo XIX volvió al mercado y fue comerciado discretamente por varios coleccionistas.
En 1917 el industrialista británico y coleccionista apasionado Sir David Salomons lo compró.
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Legó la colección a su hija quien la donó al Museo de Arte Islámico en Israel, un improbable destino final para el Marie Antoinette.
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El Marie Antoinette estuvo en su caja de cristal, en silencio y lejos del mundo de los aficionados a los relojes hasta 1983, cuando el más fabuloso reloj del mundo fue robado en el más grande atraco de relojes de la historia.
A eso de la media noche del 15 de abril de ese año, un hombre delgado vestido de negro entró al museo por una estrecha ventana.
Cortó círculos en los vidrios de los gabinetes y cuidadosamente sacó más de 100 relojes antiguos, algunas pinturas y un par de libros.
Tuvo tiempo de fumarse unos cigarrillos y se fue con una carga valuada en millones y millones de dólares.
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En 2005 se agotaron las esperanzas y el dueño de la marca Breguet, Nicolas Hayek, anunció el ambicioso plan de crear una réplica del desvanecido reloj.
Con la ayuda de unas pocas fotografías y detalles encontrados en los archivos Breguet, un equipo de ingenieros dedicó dos años a producir a mano 823 componentes y armar la asombrosa pieza.
Cuando estaban a punto de presentar la réplica, un comerciante de antigüedades llamado Zion Jakobov se comunicó con la curadora Rachel Hasson y le dijo que un abogado tenía la invaluable colección de Breguets del museo.
Hasson dudó hasta que se encontró cara a cara con el Marie Antoinette.
96 de los 106 relojes fueron recuperados.
Habían sido robados por un hombre llamado Na'aman Diller quien era un gran ladrón pero terrible vendedor.
Temiendo que lo descubrieran, dejó lo que robó en cajas de seguridad durante 23 años. Murió de cáncer en 2004 pero poco antes le confesó a su esposa lo que había hecho.
Fue ella quien contrató al abogado que empezó a hacer llamadas para organizar la devolución.
El Marie Antoinette volvió a ser la pieza principal de la colección del museo.
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“La asombrosa historia del espléndido reloj de María Antonieta”
(bbc mundo, 11.06.17)
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