20.9.17
el planeta que no estuvo
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“Un planeta, o si uno prefiere un grupo de planetas más pequeños que circulan en las proximidades de la órbita de Mercurio, sería capaz de producir la perturbación anómala sentida por el último planeta”, propuso en 1859 Urbain Joseph Le Verrier, el más famoso astrónomo del mundo en ese entonces y director del Observatorio de París.
Así como su existencia, el nombre de ese planeta que orbitaba tan cerca de las llamas del Sol tenía sentido: Vulcano, el equivalente romano del dios griego Hefesto, el herrero divino.
Le Verrier no fue el primero en sospechar la presencia del planeta fantasma: esta imagen, por ejemplo, muestra un diagrama del Sistema Solar para escuelas y academias publicado por la litografía neoyorquina E. Jones & G.W. Newman, en 1846.
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13 años antes, Le Verrier había hecho pública en la Academia Francesa su predicción de la posición de un planeta que perturbaba la órbita de Urano.
Además, se la había enviado por carta a Johann Galle del Observatorio de Berlín quien al recibirla, el 23 de septiembre de 1846, se había puesto inmediatamente en la tarea de buscar el entonces desconocido planeta. En cuestión de pocas horas lo ubicó a sólo 1º de la posición predicha.
Era Neptuno.
Le Verrier había revelado su existencia a punta de cálculos matemáticos.
Así como Mercurio, Urano -el planeta conocido que estaba más lejos del Sol- mostraba una pequeña discrepancia en su órbita que no podía ser explicada por la fuerza de gravedad de los otros planetas y el Sol.
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Para resolver la incógnita del excéntrico Mercurio -cuyo perihelio (el punto en el que pasa más cerca del Sol) parecía cambiar ligeramente con cada órbita- Le Verrier había seguido el mismo método, con la misma meticulosa atención a los detalles.
Tras calcular la influencia que tenía la atracción gravitatoria de Venus, la Tierra, Marte y Júpiter, sus predicciones de la órbita de Mercurio estaban siempre ligeramente erradas.
Mercurio sencillamente nunca estaba donde se suponía de acuerdo a todos los conocimientos de la época. La solución al enigma debía ser, como en el caso de Urano, la presencia de Vulcano.
Sólo faltaba encontrarlo.
El lío en esta ocasión era que estaría tan cerca del Sol que sólo podría verse durante eclipses totales o si pasaba directamente entre la Tierra y el Sol, cuando se aparecería como un círculo oscuro recorriendo en línea recta de oeste a este la cara de nuestra estrella.
El siguiente eclipse no estaba lejos: julio de 1860, no obstante, dado que hasta que no fuera satisfactoriamente explicada la anomalía mercurial el cosmos seguiría en desorden, era preferible encontrar a Vulcano lo antes posible.
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Un doctor aficionado a la astronomía llamado Edmond Modeste Lescarbault unos meses antes había observado con su telescopio un punto negro pasando por delante del Sol, había tomado nota del tamaño, la velocidad y la duración del tránsito.
Meses después, tras leer sobre el planeta hipotético de Le Verrier, le mandó una carta con todos los detalles. El renombrado astrónomo fue a visitarlo, revisó el equipo y las notas del doctor y, entusiasmado, anunció el descubrimiento de Vulcano a principios de 1860.
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A lo largo de los años hubo avistamientos de aficionados y astrónomos respetados, su existencia fue confirmada y desmentida varias veces, los medios difundieron la noticia de su presencia más de una vez y la especulación persistió hasta el siglo XX.
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La existencia real o imaginaria de Vulcano llegó a su fin en la Academia Prusiana de las Ciencias cuando Albert Einstein desbarajustó la visión que se tenía del Universo con su Teoría de la Relatividad General.
Poco antes de presentarla la había usado para armar el rompecabezas de Mercurio y comprobó que explicaba perfectamente la discrepancia en su órbita.
A su amigo Adriaan Fokker le comentaría después que cuando hizo los cálculos y “la respuesta fue 43" por siglo” le habían dado palpitaciones.
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Lo que Einstein argumentó para explicar la peculiaridad de la órbita de Mercurio fue que un objeto masivo -en este caso el Sol- era capaz de doblar el espacio y el tiempo y alterar el camino de la luz, de manera que un rayo que pase cerca del Sol recorre un camino curvo.
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Mercurio no estaba siendo arrastrado por algún otro objeto, concluyó, simplemente se movía a través del espacio-tiempo distorsionado.
Así, “Vulcano fue expulsado del cielo astronómico para siempre”, escribió el autor Isaac Asimov en su ensayo científico “El planeta que no fue” de 1975.
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“Vulcano, el planeta fantasma buscado por más de medio siglo que Einstein expulsó del cielo”
(bbc mundo, 17.09.17)
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