22.9.17

euler

open mind

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El suizo Leonhard Euler (15 de abril de 1707 – 18 de septiembre de 1783) fue uno de los mayores superhombres intelectuales de la historia de la humanidad. Las cifras sirven como presentación de sus increíbles superpoderes mentales: a lo largo de sus 76 años de vida publicó más de 800 trabajos, sumando un total de unas 30.000 páginas. Se ha estimado que casi la tercera parte de toda la ciencia y la matemática escrita en el siglo XVIII lleva su firma. Tras su fallecimiento, su obituario requirió 56 páginas para enumerar todas sus publicaciones.

Pero incluso las cifras se quedan cortas para describir una mente prodigiosa cuyo talento se manifiesta en algunas anécdotas; quizá la más conocida sea que era capaz de recitar La Eneida de Virgilio de principio a fin, detallando en qué línea empezaba y terminaba cada página de la edición que poseía.

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Los últimos 17 años de su vida los pasó casi totalmente ciego, debido a una catarata en el ojo izquierdo y a una lesión degenerativa en el derecho cuyo origen varía según las versiones. Pero si esta enfermedad afectó a su rendimiento, fue para aumentarlo; “así tendré menos distracciones”, dijo. En una época llegó a escribir una media de un trabajo a la semana y bromeaba sobre su apabullante producción alegando que su lápiz le superaba en inteligencia. Como un Beethoven incapaz de escuchar su música, Euler apenas podía ver sus cálculos, pero su cabeza computaba tablas de movimientos lunares con tal claridad que un aprendiz de sastre podía servirle como amanuense sin necesidad de formación matemática.

En una ocasión, dos estudiantes discrepaban sobre el resultado de la suma de 17 términos de una serie, pues los resultados de las operaciones de ambos diferían en el quincuagésimo decimal. Sin necesidad de lápiz ni pizarra, Euler computó el resultado correcto en su mente en unos pocos segundos. La anécdota la refirió su contemporáneo y colega, el francés Nicolas de Condorcet, que a su muerte escribió un extenso elogio a “uno de los hombres más grandes y extraordinarios que la Naturaleza jamás ha producido”.

Curiosamente, aquel genio podría haberse perdido para la matemática si Euler hubiera seguido los pasos de su padre para ejercer como pastor de la Iglesia Reformada, tal como estaba previsto. El consejo del matemático Johann Bernoulli, amigo de la familia, fue clave para que los pasos de Euler se encaminaran definitivamente hacia las matemáticas y la ciencia.

Precoz en sus estudios y en su carrera, pronto comenzó a destacar, lo que le llevó a viajar para ocupar puestos de prestigio en las Academias de San Petersburgo y Berlín.

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Fue en esta ciudad rusa donde, el 18 de septiembre de 1783, Euler calculaba la ascensión de los globos aerostáticos —que por entonces causaban furor en Europa— y discutía durante la cena sobre la órbita del recién descubierto planeta Urano con su colega Anders Johan Lexell. Según escribió Condorcet, fue después, mientras tomaba el té y jugaba con su nieto, cuando “de repente la pipa que fumaba se deslizó de su mano y dejó de calcular y de vivir”.

JAVIER YANES
“Euler, el Beethoven de las matemáticas”
(open mind, 18.09.17)

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