14.9.17
nijinsky en buenos aires
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La temporada europea de 1913 tuvo una gran trascendencia en la historia de la música y de la danza. El 29 de mayo, los Ballets Russes estrenaron en el teatro del Châtelet de París La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky, con la coreografía absolutamente innovadora de Nijinsky. El debut fue una batalla con trompadas y retos a duelo, a la que le siguió el éxito en Londres. En agosto de ese año, la compañía se embarcó hacia Buenos Aires en el trasatlántico Avon. Durante la travesía, Romola de Pulszki, una diletante de familia rica, hija de la gran actriz húngara Emilia Markus, perdidamente enamorada del bailarín, con el que casi no había tenido trato, lo sedujo. En menos de diez días, lo convenció de que estaban enamorados. Él le propuso matrimonio y ella lo aceptó. La pareja se casó por civil y por iglesia apenas llegados a Buenos Aires, el miércoles 10 de septiembre. Fue un escándalo internacional porque Nijinsky era el amante oficial de Serge de Diaghilev.
El acta de matrimonio civil está firmada por testigos que no aparecen en ningún otro episodio de las vidas de los novios (la reproducción facsimilar es difícil de descifrar en algunos pasajes): Alejandro Pavlovsky, empleado, viudo, domiciliado en Talcahuano 60; Adolfo Rothskopf, soltero, periodista, treinta y cinco años, y Adolfo Walterio Huntington, de cincuenta y seis años, casado, domiciliado en Cangallo 666, del que no se precisa ninguna ocupación. Los novios dan como domicilio la dirección del hotel Majestic, donde se alojan, Avenida de Mayo 1317. El juez que los casó, según la descripción de Romola, era “un español muy estirado”, de figura “aspaventosa”.
Para el matrimonio religioso, se había elegido la iglesia de San Miguel porque en ella se celebraba una buena parte de los casamientos de la alta sociedad porteña. Fue en la casa de Dios donde empezaron los problemas de registros, memoria y prejuicios. El día anterior a la boda religiosa, Vaslav y su novia debieron confesarse. Ella detestaba ese sacramento. En el caso de él, la confesión fue una mera formalidad. El cura que lo confesó no sabía ruso ni polaco y Nijinsky no podía explayarse en el francés precario que utilizaba para comunicarse. Después le tocó el turno a Romola. Su relato no es del todo claro y contradice los documentos. No se entiende si la confesó el mismo sacerdote que confesó a Nijinsky u otro. Pero debía de ser alguien que hablaba francés lo suficiente como para mantener un diálogo complejo y enfático, porque se obstinó en arrancar a Romola la promesa de que convenciera a su marido de no bailar nunca más Schéhérazade, un ballet que era el colmo de la inmoralidad, según el cura. Sin embargo, pocas líneas después, Romola dice de su joven confesor que tenía una mirada muy buena. Llegó a pedir que fuera él quien la casara con Vaslav. Su deseo no fue satisfecho porque el obispo se había empeñado en celebrar esa ceremonia destinada a ser histórica, pero el curita simpático estuvo presente. Algo raro: según los documentos, ninguno de los sacerdotes que intervinieron en el sacramento era obispo en ese momento.
El acta de matrimonio está firmada por “El cura (sic) de la parroquia, Miguel de Andrea”, que era muy conocido por la acción social que desarrollaba y que se convertiría en 1920 en obispo de Temnos. Fundó la Federación de Asociaciones Católicas de Empleados y la Casa de la Empleada. Quien desposó a la pareja fue el presbítero Gustavo M. Franceschi, también éste llegaría a obispo; además, de 1932 a 1957, dirigiría la revista Criterio.
Si se pide el acta de casamiento de los Nijinsky en la parroquia de San Miguel Arcángel, el párroco expedirá un certificado en el que se transcribe la copia fiel de la partida cuyo original se halla en un estado calamitoso. ¿Cuál es la razón? El 16 de junio de 1955, a las 12.40, treinta y cuatro aviones de la Marina de Guerra bombardearon la Plaza de Mayo. Buscaban que sus bombas cayeran sobre la Casa Rosada para matar al presidente de la República, el general Juan Domingo Perón. Él, advertido a tiempo, se había refugiado en el Ministerio de Guerra. La conspiración contra el gobierno, en la que supuestamente habían participado miembros de la Iglesia, fracasó. Por la noche, grupos peronistas saquearon y quemaron iglesias. Una de ellas fue la de San Miguel. Los sacerdotes y los fieles lograron salvar un paquete de actas matrimoniales entre las que estaba la de Nijinsky, seriamente dañada.
La transcripción, escrita e impresa en una computadora, pone puntos suspensivos en las partes donde el original fue atacado por el fuego: precisamente donde deberían figurar los nombres de los testigos, que hoy son cenizas.
Hay otro hecho extraño de olvido y descuido en el caso Nijinsky. En la temporada de 1917, el escritor Ricardo Güiraldes y Nijinsky estuvieron en contacto (los testimonios no son precisos) a propósito de un proyecto para crear un ballet de tema guaraní. Hay un notable estudio de Malena Babino, Caaporá, sobre el asunto. Pero también hay un misterio. En 2010, empecé una investigación sobre los Ballets Russes en el Río de la Plata y me topé con una sorpresa en la bibliografía que consulté. En 2002, el Museo d'Orsay había consagrado una muestra a Nijinsky. En el catálogo había un ensayo de Daniel Gesmer, crítico de The New York Times: “Un modèle ideal: Nijinsky. Dessin, peintures et sculptures”, sobre retratos del bailarín. En la página 252, aparece esta frase inquietante: “El pintor argentino Ricardo Güiraldes hizo en 1917 un retrato del danseur étoile de los Ballets Russes (actualmente en el Museo Gauchesco de San Antonio de Areco)”. Nada más. La mención me hizo sospechar que Gesmer acaso hubiera visitado los pagos de Areco y visto con sus propios ojos la obra. Consultado por mail, Gesmer negó haber estado en el país. La información que él había levantado provenía de una fuente bibliográfica cuya referencia había perdido. Por su parte, las autoridades del museo me comunicaron que la obra no estaba catalogada ni identificada. Además, en diciembre de 2009, el río Areco se había desbordado. Sus aguas invadieron el Museo Gauchesco y subieron hasta 1,20 metros dentro de las salas. Muchos documentos y dibujos se perdieron en la corriente. ¿El retrato fantasma existió o permanece ignorado entre centenares de papeles?
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HUGO BECCACECE
“Nijinsky, en el país de la desmemoria”
(la nación, 11.09.17)
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