7.10.17

el estilo goyeneche



(…)

En diciembre de 2006, el cineasta Rafael Filippelli y el crítico Federico Monjeau publicaron en la revista Punto de Vista un artículo que provocó entonces discusiones un poco desapacibles y alguna que otra enemistad personal. El título lo decía casi todo: “Fue lindo mientras duró”. El artículo era y sigue siendo una inteligentísima y condensada perspectiva crítica sobre la historia del tango con dos conclusiones literalmente lapidarias. La primera: “Se ha perdido el equilibro, y recomponerlo es imposible”. La segunda: “En el mejor de los casos, el tango es hoy una bienintencionada arqueología”. Entiendo que esto no quiere decir que no haya todavía músicos de tango, sino que el tango, en cuanto tal, es una cosa del pasado. Visto así, todo tango es un “postango”. Pero no soy yo quien, por pura ignorancia, debería discutir este punto.

Hay sin embargo algo en esta historia que me interesa, y es el modo en el que el tango empieza a disolverse para siempre en la voz del cantor Roberto Goyeneche. Da la impresión de que el Polaco llevó el género cantado a sus límites últimos. Goyeneche canta con el labio, no con la garganta. Esto es algo de lo que se dio cuenta muy rápidamente el escritor Héctor Libertella, para quien, por eso mismo, el Polaco pasó de ser un fenómeno musical a ser un fenómeno gramatical. Libertella solía llamar a eso la “patografía”: el momento mórbido, patológico, del artista y de su arte. Goyeneche lo dominaba mejor que nadie: exilió el tango clásico de la garganta, lo llevó al labio e inventó un nuevo género, el tango labiodental, especie de variedad rioplatense de la escansión latina.



Es claro que, como se señala en el artículo de Punto de Vista, el tango de los años cuarenta y cincuenta pertenece a la mejor música popular del siglo XX. Pensemos, por ejemplo, en la versión magistral de “Barrio de tango” que la Orquesta Típica de Aníbal Troilo grabó en 1942 con el cantor Francisco Fiorentino. Vayamos a la última estrofa: "Así evoco tus noches, barrio ‘e tango,/ con las chatas entrando al corralón/ y la luna chapaleando sobre el fango”. Fiorentino canta con énfasis gardeliano y un porteñismo que parecería impostado si no lo supiéramos auténtico, esos versos que concentran en la materialidad más banal la metafísica del tiempo ido. La conjunción “y” de “y la luna chapaleando” es dicha sin vacilación. Troilo volvió a grabar “Barrio de tango” casi tres décadas después, en 1971, con otro de sus cantores, Goyeneche justamente. (Hay una sesión de fotos memorable que Goyeneche y Pichuco hicieron para la tapa de ese disco en las que se ve al Polaco en la mesa de un bar con un vaso alto de whisky con hielo, un auténtico “farol”.) Cuando llegan al verso del “chapaleo”, Goyeneche no canta la “y”, y mantiene en cambio el tempo en un balbuceo de la “l” de “la luna”.



Otro amigo, el artista Eduardo Stupía, me dijo un día que el Polaco combinaba la división gramatical (ese balbuceo) con la división cantable (los efectos del balbuceo). Podría perfeccionarse la evaluación. Ese balbuceo de Goyeneche, con el que el tango parece llegar a su fin a fuerza de una expresividad sin atenuantes, podría ser en realidad el texto del futuro para una música que ya no existe. Ése es quizás el tango que nos sigue esperando y a cuyo encuentro vamos.

PABLO GIANERA
“Ese tango que todavía nos espera”
(la nación, 05.10.17)

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