LA RUEDA DE LA MARAVILLA
data: http://www.imdb.com/title/tt5825380
En estos últimos años, Woody Allen está liberado de la superstición del éxito. Filma una película por año, unas mejores, otras peores, probando aquí y allá, dentro de un terreno en el que se siente cómodo. “La rueda de la maravilla” es su última película y, muy posiblemente, no sea de las afortunadas. Acordamos que puede ser una de sus obras menores. Sin embargo, podemos rescatar varias ideas interesantes, hallazgos que nos dejan pensando si en las obras menores de otros autores podemos hallar estos apuntes cinematográficos que encontramos en este Woody Allen light.
Acá Woody Allen se viste de dramaturgo. Es una obra muy teatral, en sus parlamentos y en su puesta en escena. Eso le da cierta artificialidad, cierta sintaxis de otro género que acartona la película. Woody Allen menciona en la película a Chejov. Pero su protagonista, Ginny, nos hace acordar a la Blanche DuBois de Tennessee Williams. Ginny es un personaje prisionero de sus pasiones, enamorada de un imposible y por el que decide apostar pese a las nulas probabilidades de éxito. Presa en un matrimonio sin amor, casada con un hombre simplón que patéticamente la ama, la casa es una jaula, los barrotes de la mediocridad cercando su futuro. Ginny todavía cree que la vida le puede deparar una posibilidad. Lo trágico es que está en esa parte de la existencia en que el destino no ofrece ninguna oportunidad. Sobre esa brecha entre el deseo y lo real se asienta el precario edificio de la tragedia de este personaje.
Woody Allen ubica a sus personajes en una casa con vista a la rueda de la fortuna de un parque de diversiones, en la Coney Island de los ’50, feria de atracciones para el entretenimiento popular y barato. El bullicio forzado es un contexto que resalta la amargura de Ginny. Sobre la felicidad burda de los otros, sobre los gritos y las carcajadas, su existencia gris resalta. La locación no tiene intimidad: un ambiente abierto con ventanas y puertas expuestas a la multitud. El contrapunto remarca las frustraciones del personaje que repite dos reacciones ante la tensión: la necesidad de una copa y la migraña sistemática. Ginny está por derrumbarse. Y ese amor de verano que aparece en su vida es la última evidencia de su condena.
El tenor trágico de Ginny se acrecienta porque está entrando en la madurez. Todavía puede seducir pero sabe que ya no puede enamorar. Y para cambiar de vida, necesita a ese hombre que es el salvoconducto para escapar de la trampa de ese matrimonio gris. El drama de Ginny es que puede manipular a Humpty pero no lo quiere y que al que querría dominar, al joven Mickey, ya no cuenta con suficiente poder de fuego para lograrlo. La seducción de Ginny está menguando como la luz del sol del atardecer que nos atrae por su calidez pero que está vecina a la noche. Refuerza esa idea la fotografía de Vittorio Storaro, saturando el plano de Ginny con esos tonos naranjas que van mutando en la misma escena, a una luz fría y azulada. Cuando Ginny está encendida (principalmente en sus diálogos con Mickey), adquiere un aura candente, una traducción visual de su poder de seducción. Pero esa luz es débil. Cuando se contrapone la figura de Carolina (una seducción más tosca, menos elaborada, pero que tiene la omnipotencia de la juventud), la iluminación de Storaro marca el eclipse de esos tonos naranjas. Atardece en Ginny cuando Carolina resplandece.
La tragedia se resuelve en el filme con un desenlace clásico: cuando Ginny no puede ganar por el deseo cae en el recurso burdo del crimen. Pero su intento final de atrapar a Mickey es el canto del cisne: se viste con el vestuario de esa obra teatral estudiantil que representa su cénit pero también su ocaso. La capa brillante, el vestido blanco escotado a lo Marilyn, el broche que luce en su cuello, el vacilante parloteo para ofrecerle a Mickey un perdón que él no tiene en mente pedir. El derrumbe de Ginny es completo y definitivo. El día siguiente es la resaca que confirma que su vida seguirá por los mismos carriles mediocres que la han llevado a ese punto.
Tal vez pueda criticarse que este ejercicio dramático de Woody Allen es plano, sin mucha sutileza, de manual en su planteo. Tiene una estrella que acapara todo: Kate Winslet como Ginny, aporta los mejores momentos del filme. Los restantes actores del drama (Jim Belushi, Justin Timberlake, Juno Temple) no terminan de hacer creíbles a sus personajes, no logran bajarse del cliché y eso resiente el resultado final. Posiblemente, las deficiencias estén más en el guion que en las actuaciones. Los parlamentos de estos personajes tienen menos sutileza, menos dimensiones que el de Ginny. La protagonista es el nodo centrípeto que ha extraído lo mejor de los otros personajes y los ha dejado seco para lucir ella.
Pero repetimos, aún con estas deficiencias que la ubican como una obra menor en la larga filmografía de Woody Allen, “La rueda de las maravilla” nos permitió reflexionar sobre su estructura y señalar algunos guiños al espectador. Eso habla de la maestría de un genio del cine que extrañaremos cuando ya no esté. Un artesano de la disciplina que no se suele ver en estos tiempos.
Algunas de las frases de “La rueda de la maravilla”:
-Estoy marcada. Me van a matar.
-Eso es lo que obtienes cuando te casas con un gángster.
Tengo que tomar una copa.
Cuando te casas con un hombre que se hizo rico poniendo los pies de las personas en cemento… ¡probablemente nunca tengas que lavar un plato!
-¿A tu esposa ya no le gusta ir a pescar ¿eh?
-Hizo como si le gustara. Me tiró el anzuelo. Yo era el pez.
Sabes que es una mujer marcada. No deberías seguir adelante.
-¿Te besó?
-¿Por qué te acaloras tanto?
¡Mi cabeza late con fuerza! ¡Todo se está derrumbando!
-Sé lo que hiciste.
-¿No crees que estás siendo un poco melodramático?
Cuando se trata de amor, todos somos nuestro peor enemigo.
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