18.1.18

ver a las personas que tenés al lado


PEQUEÑA GRAN VIDA
data: http://www.imdb.com/title/tt1389072

Tengo una relación ambigua con las películas de Alexander Payne. Les reconozco su inteligencia y el nivel de sutileza. Pero las encuentro de cierta frialdad, cierto pecado de intelectualidad que dificulta empatizar con sus historias. Y cuando vi los trailers de “Pequeña gran vida” me sorprendió el género utilizado, una comedia con toques de ciencia ficción. La crítica local no trató con gentileza esta nueva película de Payne, cosa rara porque es un artista estimado por los críticos. Pero esta ocasión la opinión mayoritaria fue separar las cosas: una brillante primera parte; un desenlace flojo. Bueno, como vengo a contramano de la crítica, no se extrañen que ésta es la película de Alexander Payne que más me gustó. Básicamente por encontrarle humanidad a sus personajes, confundidos en la búsqueda de un mundo mejor. Las peores perspectivas amenazan al género humano, pero en la ácida comedia de Alexander Payne todo se reduce a mirar más al tipo que tenés al lado que a buscar la salvación de la humanidad. Tal vez esa crítica al activismo progresista (que mira al conjunto para no tener que ocuparse del individuo) sea la que no terminó de conformar a nuestros críticos bienpensantes.

En el mundo de “Pequeña gran vida”, la gente puede reducir su tamaño por medio de un tratamiento científico irreversible, con lo que automáticamente logran una disminución crucial de sus consumos. Tiene un doble beneficio: el impacto ambiental de cada humano se reduce; el costo de vida también porque el espacio, los alimentos, la vestimenta, todo se reduce proporcionalmente. Paul Safranek, el protagonista, es un tipo servicial que ayuda a otros a superar patologías de posición (dolores de espalda, de articulaciones, etc.). Está casado, viven en el hogar que le dejó su madre y notan que se van retrasando económicamente respecto a otros de su generación. La opción de la reducción es una oportunidad que brilla por sus beneficios.



Finalmente, Paul y su esposa Audrey deciden someterse al tratamiento e ir a vivir a Leisureland (literalmente, Tierra de Ocio), un barrio privado para personas pequeñas. Cuando Paul despierta del proceso de reducción, se entera que Audrey se arrepintió a último momento. De pronto, el sueño se convirtió en pesadilla. Está solo, reducido, en un nuevo mundo.

Esa primera parte de “Pequeña gran vida” es, además de ingeniosa, bastante ácida. Vemos que hay una insatisfacción laboral y existencial en Paul. Es un tipo que ayuda a otros pero no hay una devolución de la gente que lo rodea. El personaje de Audrey (breve aparición de Kristen Wiig) es un buen ejemplo de cómo lo tratan a Paul. En el llamado telefónico post-reducción, Audrey empieza pidiendo perdón y termina diciendo: “Debería haber pensado más en mí misma”. Es un buen indicador de cómo era la relación entre Paul y Audrey. Ella acaba de traicionarlo, dejándolo solo en una instancia que altera para siempre su vida, pero se da el tiempo para acusarse por no haber considerado sus propios deseos. Parece que Paul repite esas relaciones en la que él da y no recibe retribución a cambio. El breve momento de su madre es el antecedente de ese mecanismo de sometimiento a los deseos de otro.



En Leisureland, todo ha cambiado para Paul. No debe preocuparse de lo económico. Está libre para trabar nuevas relaciones. Pero todo es incomodidad en su vida. No sabe dónde cuadrar. El cambio de mundo no ha mejorado su condición. Porque, muy posiblemente, su problema no haya sido las limitaciones que encontró en el mundo de los “grandes”; su insatisfacción estaba en su interior.

Ésa es una de las primeras reflexiones del filme, la forma en la que gente imagina mundos ideales en dónde podría llevar una vida distinta. Leisureland es la alternativa del mundo ideal en el universo de “Pequeña gran vida”. Pero una vez que están ahí, la gente tiene las mismas dificultades que en su vida anterior. Visto de lejos, Leisureland es el mundo idílico donde se puede vivir tomando champagne y comprando diamantes por menos de cien dólares. Al rascar la superficie, se observa que las mismas diferencias del mundo normal, se replican en esa utopía. Es una de las primeras lecciones de “Pequeña gran vida”: no hay lugar donde esconderse. Puedes tener la ilusión de vivir en la burbuja y olvidarte de los problemas cotidianos. Pero es sólo una ilusión. Los problemas siguen ahí y gran parte de la vida es cómo lidiar con ellos.



Paul está en una inestable estabilidad que alteran dos personajes. Uno, Dusan, su vecino, un tipo simpático, traficante ilegal, fiestero, dispuesto a vivir la vida. Ese personaje le altera parcialmente la vida porque es el primero que le aconseja sobre salir al mundo y ver lo que le espera afuera. Y por él, conoce a Ngoc Lan Tran, la disidente vietnamita, reducida a la fuerza, con una pierna menos y que sobrevive en los barrios marginales de Leisureland. Lo que Ngoc Lan Tran le da es el amor y una razón para vivir: ayudar a los otros.

Ésa es la otra reflexión que toma el filme en la segunda mitad (la que menos le gustó a los críticos). Es la tesis central del filme. A veces, los humanos caen en la tentación de sobreponer las necesidades de la Humanidad (en mayúscula) a la de los propios humanos que la componen. El bosque impide ver el árbol. Lo que Ngoc Lan Tran le da, con su ejemplo, es observar al batallón de perdedores y tenderle la mano. En contraposición, en la resolución del filme, Paul deberá sopesar esas alternativas: ser parte de algo más grande o ayudar al que está al lado.



En ese desenlace, Alexander Payne desliza una postura no correcta desde el punto político pero profundo desde lo humano. Payne parece tomar en sorna a todos los grandes movimientos, desde el hiperconsumo capitalista hasta el ecologismo. Todas son filosofías que intentan distraernos de nuestra pequeñez, que nos permiten llevar esa hipócrita satisfacción de estar participando de algo grande, mientras a nuestro lado caen miles. Payne toma posición en una de las últimas escenas del filme, cuando Paul lleva comida a uno de los ancianos pobres de la barriada miserable. Paul le da la comida, lo saluda y se va porque Ngoc Lan Tran está tocando la bocina del auto afuera. Pero se detiene un momento y lo mira. Ésa es la elección del personaje y una reafirmación ética: darse el tiempo para ver el sufrimiento humano. Y aportar lo que se pueda para paliarlo. No está la utopía de resolver todos los problemas de la sociedad; sólo mejorar el día de la persona que tenemos al lado.

Pequeño en sus aspiraciones, Paul encuentra la paz en esa satisfacción del deber cumplido. Ha cumplido. Ese día el mundo es mejor por su acción que cuándo se levantó. No hay mucho más que pedir, tal vez. En esa sabiduría profunda del día a día, en un mundo que se cae a pedazos y enfrenta su extinción, Paul apuesta por la validez del bien y del abrazo humano.

Esa idea no parece menor. Controvertida, tal vez. Pero es una moraleja muy humana, cálida, alguna de las cosas que no nos terminaban de identificar con las anteriores películas de Payne. Aquí, creemos, sube ese escalón y, con la sutileza que lo caracteriza, nos sugiere que tal vez, con menos militancia y más caridad, el mundo podría llegar a ser un lugar mejor.

Nos gustó “Pequeña gran vida”. Está para recomendar.

Mañana, las mejores frases.

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