16.2.18
caño 14
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…la conjunción de la palabra Caño y el número 14 sirve para evocar un lugar que, en Buenos Aires y durante casi 25 años, figuró en forma exitosa como “La catedral del tango”.
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Todo empezó a gestarse a principios de 1962, una época en la que el tango no tenía esa imagen de música popularmente arrolladora de la década de 1940 y buena parte de la de 1950. Justamente por eso casi no había lugares para disfrutar un buen espectáculo con esos sonidos. Pero en ese momento hubo un músico que vio la posibilidad de hacer algo al respecto: era el pianista Atilio Stampone. Asociado con su amigo Vicente Fiasché, quien también acercó a su amigo Rinaldo Martino (famoso ex jugador del San Lorenzo, campeón de 1946 y luego de otros equipos) pensó en crear ese espacio.
El mismo Stampone fue quien contó la historia. Dijo que antes de largarse, consultaron a Aníbal Troilo, ya consagrado como “el bandoneón mayor de Buenos Aires”. Y recordó que el gran Gordo prometió su apoyo al proyecto (“Juéguense y cuenten conmigo totalmente”, afirmó) pero advirtió: “Lo más probable es que terminemos todos fundidos y tengamos que irnos a vivir a los caños”. Ahí fue que alguien, agregando el número, hizo su aporte: “Ya tenemos el nombre del local; se va a llamar Caño 14”. Abrieron en marzo de 1962 en un lugar modesto que estaba en un entrepiso sobre la calle Uruguay, entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear.
La capacidad era para apenas unas 50 o 60 personas y las sillas, algo incómodas, eran de madera y paja. La leyenda agrega que la madre de Troilo hacía las empanadas que se vendían allí. En el primer elenco estaban el cuarteto de Troilo, Enrique Mario Francini, Héctor “Chupita” Stamponi, el dúo Horacio Salgán y Ubaldo De Lío y los cantantes Marcelo Paz y Ruth Durante. También siempre hacía su aporte el contrabajista Humberto Pinheiro quien, en la noche de la inauguración, llegó y tocó junto con el pianista Lucio Demare. Todo aquello, como se diría, fue un exitazo súper.
El boca a boca y el prestigio que cobró el local hizo obligatoria la mudanza. Así pasaron a una cuadra del lugar original y llegaron al subsuelo de Talcahuano 975. La capacidad permitía hasta 400 personas. Allí los turistas extranjeros (amplia mayoría) se mezclaban con empresarios, actores y actrices, deportistas y políticos. Dicen que el “combustible” preferido eran los whiskys importados y que cada noche, cuando se cerraba la jornada, los mozos buscaban y coleccionaban las cajitas vacías de los cigarrillos de otros países que quedaban sobre las mesas.
Por supuesto que Troilo y Roberto Grela seguían como figuras. Pero ahora, además, se podía disfrutar de talentosos como Osvaldo Pugliese, Mariano Mores, el Quinteto Real, el sexteto de Francini (con Julio Ahumada y Néstor Marconi en los bandoneones), el Sexteto Tango y el Sexteto Mayor.
El show iba de martes a domingos. Empezaba siempre a las 23 y la presentadora oficial era la locutora Lucía Marcó, esposa de Stampone. Atilio la había conocido cuando ella trabajaba en radio El Mundo, en el famoso Glostora Tango Club. Estuvieron juntos hasta 1998, cuando ella murió.
La lista de cantores no le iba en saga a la de los músicos. Por allí pasaron, entre otros, Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Alberto Podestá, Virginia Luque, Alba Solís, Raúl Lavié, Nelly Omar, María de la Fuente. Es decir: la Primera A tanguera. Troilo seguía siendo el padrino del local y sobre el escenario, que no estaba muy elevado del piso, se lucían bailando Juan Carlos Copes y María Nieves. Caño 14 cerró en 1986.
Y aunque en 1997 hubo un local en Recoleta que llevaba ese nombre (Stampone había vendido la marca) aquello no fue lo mismo. Mantenía calidad (los directores artísticos eran los bailarines Rodolfo y Gloria Dinzel y el director musical era Marcial Ricardo Ríos) pero no prosperó.
El único hecho triste que registra la historia de Caño 14 ocurrió el 27 de agosto de 1978. Fue cuando Enrique Mario Francini se desplomó sobre el escenario cuando tocaba el tango Nostalgias, junto con su amigo “Chupita” Stamponi en el piano. Quienes corrieron a auxiliarlo cuentan que sus últimas palabras fueron “mi violín, ¿dónde está mi violín?”.
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EDUARDO PARISE
(clarín, 29.11.16)
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