23.2.18
la adalid solitaria de los derechos de las mujeres argentinas
Julieta Lanteri nació en Italia, en 1873, llegó a la Argentina siendo una niña y falleció en Buenos Aires el 23 de febrero de 1932. Mañana se cumplen 86 años de su muerte. Pero no fue una inmigrante más: a lo largo de su vida protagonizó algunos de los episodios judiciales más sonantes de su época, que abrieron paso a los primeros reclamos de las mujeres y a las incipientes organizaciones feministas en busca de la igualdad cívica.
Su primer caso fue administrativo: logró ser admitida en el Colegio Nacional de La Plata en 1886 y fue la primera mujer egresada de esa institución. Eso la habilitaba para ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, pero esa posibilidad estaba vedada a las mujeres. Presentó entonces un recurso ante el decano de la facultad y finalmente se graduó como farmacéutica en 1898 y al recibirse, en 1906, se convirtió en la quinta médica argentina.
Su segundo caso tuvo peor suerte: pidió ser admitida en la carrera docente, pero después de un año el trámite fue rechazado por la universidad porque era extranjera. Julieta entonces pidió su carta de ciudadanía, para lo que debió pedir permiso a su marido, y la obtuvo en 1910.
En 1911, la Municipalidad de Buenos Aires llamó a actualizar el padrón ante las inminentes elecciones para concejales. El voto femenino aún no existía; recién fue aprobado en 1947. La convocatoria se hizo “a los ciudadanos residentes en la ciudad que tuvieran un comercio o industria o ejercieran una profesión liberal y pagasen impuestos”. Como nada decía sobre hombres o mujeres, Julieta se basó en ese detalle y pidió a la Justicia Electoral ser incluida en el padrón para votar. Y ganó. Fue su tercera batalla.
En noviembre de 1911, Julieta logró votar, varias décadas antes de que se permitiera el voto femenino. El presidente de mesa, Adolfo Saldías, se felicitó por firmar la constancia “del primer sufragio de una mujer en el país y en América Latina”.
En 1912 se promulgó la ley Sáenz Peña de voto universal, secreto y obligatorio para los inscriptos en el padrón. Para evitar que otras mujeres siguieran el ejemplo de Julieta, la inscripción “se basaba en el registro del servicio militar”; por consiguiente, excluía a las mujeres.
Julieta inició entonces su cuarta batalla: se presentó ante la autoridad militar para enrolarse. No pudo. Entonces apeló ante el Ministerio de Guerra, pero su recurso fue rechazado. Ella encontró otro argumento, ingenioso como el de 1911: la ley le impedía votar, pero no ser candidata. Y sostuvo ante la Junta Electoral que “la Constitución emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo. La ley electoral no cita a la mujer en ninguna de sus excepciones”.
La Junta reconoció que tenía razón: en 1919 se postuló como candidata a diputada. Así, fue la primera mujer candidata en la Argentina ¡aunque no podía votar! Obtuvo el 1% de los votos; todos sus votantes, obviamente, eran hombres. Había ganado su quinta batalla.
En 1921, se dictó una ley que no solo ponía techo al aumento de los alquileres, sino que también los rebajaba. Julieta tenía un inquilino, Agustín Ercolano, que quiso pagar la renta reducida. Julieta se negó. Ercolano entonces depositó judicialmente lo que creía adeudar y demandó a Julieta. Ella alegó que la ley de alquileres afectaba su derecho de propiedad y la cuestionó por inconstitucional. En pocos meses la cuestión llegó a la Corte Suprema, que en abril de 1922 resolvió que “ni el derecho de usar y disponer de la propiedad ni ningún otro derecho reconocido en la Constitución reviste el carecer de absoluto, habiendo confiado al Poder Legislativo la misión de reglamentar dentro de ciertos límites el ejercicio de los derechos que ella reconoce”.
En 1926 se dictó una nueva ley de servicio militar. Como el derecho a votar estaba sujeto al enrolamiento en el ejército o la marina, Julieta, “fundada en preceptos constitucionales”, pidió alistarse.
En agosto de 1927, el juez de primera instancia dijo que “la ley de enrolamiento se refiere pura y exclusivamente a los ‘ciudadanos argentinos' y de ninguna de sus disposiciones surge y ni siquiera se infiere que se incluya también a la mujer ciudadana”.
En mayo de 1928, la Cámara Federal de La Plata confirmó la decisión, porque entre los derechos de la mujer “no figuraba el goce y ejercicio de los derechos políticos ni su inclusión en los registros de enrolamiento”.
Julieta dijo que la exclusión de la mujer afectaba “garantías primarias de la Constitución”, como la igualdad ante la ley y la inexistencia de prerrogativas de nacimiento, y llevó la cuestión a la Corte, que resolvió en mayo de 1929.
El tribunal reconoció “que ninguna ley prohíbe en términos expresos la inscripción de la mujer ciudadana en los registros de enrolamiento”. Pero “por obvios fundamentos de todo orden, está exenta y aun excluida de ese deber”.
La Corte dijo que había que “asignar a las normas la interpretación que dicta el recto sentido de las cosas y la realidad misma” y que “la igualdad ante la ley no tiene carácter absoluto, y si por diversidad de situaciones y circunstancias la igualdad es relativa entre un hombre y otro, debe serlo con igual razón entre un hombre y una mujer, de fundamental disparidad en el orden de la naturaleza”.
Julieta perdió. La Corte no le dio la razón. Había sido su séptima batalla.
Varias veces se presentó como candidata en elecciones, con poco éxito, pero ya era una figura pública controvertida.
Acitvista por los derechos de la mujer, fundó el Partido Feminista Nacional, la Asociación de Universitarias Argentinas y, años más tarde, organizó el Primer Congreso Femenino Internacional, el Primer Congreso del Niño a nivel mundial, la Liga Pro Derechos de la Mujer y la Liga por los Derechos del Niño, además de participar en la Liga contra la Trata de Blancas.
Hasta que llegó la batalla definitiva. A partir de 1930, comenzó a recibir amenazas anónimas. El presidente Uriburu había designado a la Legión Cívica (de extrema derecha, de orientación fascista y a la que se le adjudicaba la muerte de varios opositores) “partido único”. En febrero de 1932, uno de sus afiliados, David Klappenbach, manejando su automóvil marcha atrás, subió a la vereda de Diagonal Norte y Suipacha, en pleno centro de Buenos Aires, y la arrolló. Julieta murió dos días después.
A pesar de los testimonios, la policía rotuló el caso como “accidente” y borró de los registros el nombre del conductor y los datos del vehículo. La casa de la periodista de El Mundo que denunció las irregularidades fue saqueada por policías de civil.
(…)
JUAN JAVIER NEGRI
“Julieta Lanteri, una pionera del feminismo”
(la nación, 22.02.18)
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