El escándalo del uso de información privada por empresas con contratos con Facebook, levantó las protestas de los que consideran que nuestros datos privados deben ser protegidos. Eso es lógico y ha sido una gran falla de la empresa. Una inexcusable falla. Pero también, al oler sangre, ha surgido la oportunidad para aquellos que ven la ocasión de destruir uno de los puntales de las redes sociales. Y a ese grupo, a los expertos (sic) que hemos visto desfilar por los medios en estos días, queremos enfrentarnos.
Muchas personas ven a las redes sociales como un peligro. Una deshumanización, una amenaza, una intromisión en nuestras vidas. Desde el prejuicio por los avances tecnológicos, señalan a Twitter, Facebook, Whatapps y otras redes similares como piedras en el proceso democrático y en el modo que nos relacionamos con otros. Es claro que las redes no sustituyen las relaciones cara a cara. Nadie lo dice. Pero la difusión de las redes sociales ha sido el factor político más importante de los últimos tiempos. Ha conectado a millones de personas, en un punto y otro del planeta, a costo mínimo. Son anárquicas, descorteses, llenas de mentiras y prejuicios. Como la humanidad. Pero permite que, por primera vez, cualquiera tenga una voz en la feria mundial.
Los que anhelan las estructuras firmes del siglo pasado, extrañan a los líderes de opinión (políticos, científicos, sindicales, jefes de iglesia) que pontificaban desde el tope de la pirámide para que el resto de la masa se alineara detrás de los iluminados. Ya no es más así. Las redes produjeron que la arbitraria opinión de los ciudadanos sea escuchada y no pueda ser dirigida. Y eso cambia a los políticos y a la forma de hacer política.
Aquellos que piden regulaciones a Facebook (y con ello, a todas las redes) no tienen el propósito de mejorar las condiciones de privacidad de nuestros datos sino de entorpecer este proceso libérrimo que se ha generado. Algún especialista pidió que el servicio sea pago; otros señalan que la manipulación de la información recibida por Facebook, explica que la gente haya votado a un candidato como Trump.
En ninguna de esas opiniones se contempla algo: la libertad del individuo ante las redes. Si alguien dice su voto sólo por las noticias que ve en Facebook, se está equivocando. Es un sesgo propio de nuestra especie, de elegir sólo aquella información que confirma nuestra opinión. Pero nunca se dijo que la democracia provoque electores bien informados. Cualquier elección democrática sólo es una compulsa de las preferencias de la ciudadanía. No de las que deberían ser las correctas. De todas. El pueblo puede equivocarse al votar y la historia está repleta de esos hechos. Pero fundamos nuestra fe en la democracia en el hecho que siempre habrá otra elección para corregir los errores que pudieron surgir en la elección pasada.
Si alguien cree, sinceramente, que los ciudadanos de Estados Unidos que votaron por Donald Trump lo hicieron porque no estaban informados debido a la manipulación de Facebook, se equivoca sensiblemente. El voto a Trump es un voto enojo de un sector que hace décadas no ve respuestas de los políticos elegidos, ante una candidata, como Hillary Clinton, con pésima imagen en la población. El sistema de partidos norteamericanos no tuvo la flexibilidad necesaria para elegir candidatos que renueven la esperanza de los ciudadanos. Ya en la interna demócrata, Bernie Sanders fue un llamado de atención, no oído por los líderes del Partido. El pueblo de los Estados Unidos votó a Trump porque no querían votar a Hillary. Por más que nos parezca absurda esa decisión y un error, así funciona la democracia.
Cuando escuchamos a los expertos quejándose de la manipulación de las noticias, en estas tierras nos trajo recuerdos de los apóstoles de la infame Ley de Medios que casi asfixia la libertad de expresión en el proceso de convertir a Argentina en otra Venezuela. Esa ley también contó con los expertos que hablaron del monopolio Clarín como hoy hablan del monopolio Facebook.
Cada individuo es responsable de la información que consume. De buscar fuentes alternativas. De escuchar voces diferentes. De superar sus propios prejuicios. Hay gente que no quiere hacer ese esfuerzo. Nadie puede forzarlos. Y tienen todo el derecho a votar. Pero también podemos usar las redes para indicar las falsedades que, históricamente, hay y hubo en cualquier campaña electoral.
Así que no tratemos de caer en ese error. Recordemos que las redes sociales fueron el medio para la Primavera Árabe o las cacerolas contra Cristina o las marchas de #NiUnaMenos, para poner tres ejemplos al azar. O a la solidaridad mundial contra los atentados terroristas, la guerra en Siria o el #MeToo. Preguntémonos cuán factibles hubieran sido todas esas iniciativas, sin la existencia de redes sociales.
Y si es un tema de manipulación de la información, recordemos que los medios de comunicación que hoy le dan un micrófono a los especialistas, fueron los mismos que colaboraron a destruir la imagen de un presidente como Illia o ayudaron al derrocamiento de De la Rúa. Jamás hicieron un mea culpa de cómo actuaron. Pero hoy nos quieren hacer creer que son más confiables que las redes.
Nadie es confiable. Ése debería ser el precepto. Y eso nos obliga a buscar fuentes alternativas de información, si queremos tener todo el panorama completo.
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