Reportaje a la filósofa Michela Marzano en la revista “Ñ” del sábado pasado. Seleccionamos los principales conceptos de la nota que recomendamos leer íntegramente.
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Esas imágenes se consumen como si fueran una ficción.
Pero son reales, aunque confundan los géneros. Los espectadores no distinguen más entre ficción y realidad y terminan por considerar que todo es ficción. No se dan cuenta cuándo el sufrimiento filmado y mostrado es verdadero, porque hay una persona que en verdad es torturada hasta morir. Al estar rodeados de imágenes violentas, terminan por perder de vista la realidad. De frente a la realidad, nos quedamos sin palabras, porque ya estamos demasiado habituados. En las películas la violencia está al servicio de la catarsis. En los videos de decapitaciones, la violencia sólo sirve para incitarnos a ser más violentos.
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Por un lado, está la creencia de que lo que no se ve es real, como si fuera una telenovela o una película. Lo segundo tiene que ver con la naturaleza humana de querer ver y saber más. Freud, en sus Tres ensayos sobre la teoría sexual, habla de tres diques de contención psíquicos: el pudor, la repugnancia y la compasión. Para poder hacer que la civilización combata la barbarie se deben poder estructurar estos tres diques. Pero la sensación es que poco a poco se están destruyendo, no hay más necesidad de pudor, de disgusto y sobre todo de compasión. La compasión parece un buen sentimiento del que ya no hay que hablar más.
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El islamismo radical ha fallado en su objetivo de aterrorizar a Occidente, pero ayudó involuntariamente a reproducir y alimentar el éxito de la realidad-horror.
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¿Por qué estos videos tienen tanto público? Algunas personas lo ven por morbo, como una nueva forma de vouyerismo, de experimentar placer frente al sufrimiento del otro. Otros miran “por casualidad” y quedan fascinados por estas imágenes y otros lo miran sin darse cuenta ni tomar conciencia de qué se trata. No hay una tipología, es una voluntad de ver y saber todo. En esta curiosidad instantánea de seguir en directo la muerte de alguien, de tratar de visitar los lugares donde hechos acudieron, no hay una voluntad de entender. Hay nada más que una curiosidad por querer saber todo de todos.
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No se trata de prohibir el acceso a los sitios o a las imágenes. Se trata de dar un enfoque que sea pedagógico instructivo para que se den cuenta de que todo no es espectáculo, que hay diferencia entre ficción y realidad y que todo no puede reducirse a un reality show. Sería un error garrafal pensar que con censura o represión se pueden evitar los peligros frente a los que nos encontramos. El riesgo es regresar a formas dictatoriales o totalitarias. Si hay un bien precioso, ese son las libertades individuales, que no se deben tocar jamás. Otro peligro es atrincherarse en alguna forma de indiferencia que consistiría –en nombre de la libertad– no querer ocuparse más de los que sufren. La solución debe estar en la justa medida, debemos ser sensibles frente a los demás, frente a la injusticia y el sufrimiento ajeno. La sensibilidad a la injusticia se pueda enseñar, la sensibilidad es algo que se aprende, no se impone.
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Las escuelas se han transformado en una fábrica de personas con competencias. El saber es cada vez más técnico menos abierto a afrontar problemáticas existenciales e humanísticos. La utilización de filosofía, del saber como pensamiento crítico favorece la conciencia de la fragilidad humana. El sistema educativo actual –al menos, el europeo– quiere producir personas empleables, es una educación para crear trabajadores disciplinados, del libre mercado; en vez de humanos críticos capaces de afrontar los problemas del mundo.
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Lo que sucedió en Guantánamo es terrible. Una regresión. Algunas personas justificaron la tortura en términos “utilitaristas”, aduciendo que era la única forma de luchar contra el terrorismo y salvaguardar el bien común. La tortura nunca es justificable. Torturar a un ser humano es no respetar la humanidad. Significa que en el nombre de un bien abstracto, se sacrifican seres concretos. Nada justifica esas acciones.
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Latente y actual, queda la sentencia de Diderot, que Michela Marzano hace propia: “Es mucho más fácil para un pueblo civilizado volver para la barbarie que para un pueblo bárbaro avanzar hacia la civilización”.
Reportaje de GUIDO CARELLI LYNCH a Michela Marzano.
“Los reality shows de la violencia”
(“ñ”, 03/12/10)
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