Usted, como yo, me entiende. Usted, como yo, sabe lo que es viajar colgado, esperar en vano, empujar en la manada, arriesgar su integridad física y síquica. Usted, como yo (no lo diga, no hace falta) es una víctima más del transporte automotor de pasajeros.
¿Ah, no? ¿No lo es?
Entonces seguro que es un funcionario público con coche y chofer en la puerta de su casa pagado con los impuestos de los contribuyentes.
Bueno, al resto, a la gran mayoría que vota por esos funcionarios públicos, está dirigida esta nota de color de un consumidor de transporte público.
Habitualmente, para ir a mi trabajo, alrededor de las 8 de la mañana espero el colectivo (de cierta línea que no voy a nombrar). Ese horario lo tengo, más o menos, masticado y conocido. Las unidades se mandan con unos tres o cuatro minutos de frecuencia; excepto en un lapso que oscila entre las 8 menos cinco y las 8 y 10. Por algún motivo desconocido, que va más allá de mi razón, esta línea de colectivo detiene el fluir de unidades por unos diez minutos.
Como es de esperar, la gente se acumula ansiosa en las paradas, esperando el colectivo que se resiste a venir.
Alrededor de las 8 y 5, llega una unidad.
Repleta, por supuesto.
Si usted es un atolondrado, seguro que se va a subir a la multitud rodada y se resignará a un viaje incómodo por la siguiente hora.
Pero si usted, como yo, sabe que en este país no se hace nada sin motivo, dejará pasar esta unidad cargada hasta el techo de conciudadanos y esperará el siguiente que debe estar al caer.
Efectivamente. No sólo uno: ¡dos unidades! Al hilo, las unidades que debieron venir en los últimos diez minutos, se suceden, atolondradas, una atrás de la otra.
Eso sí, hay una trampa: una unidad viene a medias llena; la otra, vacía. Usted no sabrá cuál es cuál hasta que la pare. Porque se van alternando en el camino, en forma aleatoria, para romper la regla de oro de la lógica cartesiana del “primer salido, primero llegado”. No, señor: no pare el último que viene, porque ése puede ser el que está más lleno. Puede… no quiere decir que sea.
Ahora, ojo. Tampoco se la vamos a hacer fácil. Si usted, por una de esas putas casualidades, logra adivinar cuál es el colectivo que viene más vacío, no le vamos a parar así porque sí. Si usted deja pasar el primero, el segundo pasa de largo y te hace “¡Ooooh, ooooh! ¡Oooooh, ooooooh!” así, con la mano.
Así que subí al que te pare. El otro pasará vacío, delante de tus narices, mucho más rápido que en el coche que vas, para refregarte en la cara lo nabo que sos para parar colectivos.
Moraleja: en la Argentina hay gente que se sienta para pensar cómo cagarle la vida a los otros. No hay ningún motivo para rezagar esos tres coches y lanzarlos al camino, todos juntos. Si los tres respetaran su frecuencia, no se amontonaría la gente en las paradas y no tendríamos la secuencia: colectivo hasta las manos – colectivo llenito – colectivo vacío.
Y para ratificar la presunción de la existencia de gente jodida amargándole el día no bien empieza, hay un jugueteo de los coches para que no puedas, bajo ninguna circunstancia, predecir los acontecimientos y obrar, racionalmente, en consecuencia.
Que viajes bien, regular o mal dependerá, no tanto de tus decisiones, sino del azar.
Y ahora que lo pienso, esto es casi una metáfora de la sociedad argentina.
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3 comentarios:
Hipótesis: a esa hora cambian de horario y el colectivero pelotudo no te para. Si podés un día, fijate los internos, o incluso el chofer, debe andar por ahí el tema.
Y nunca entendí esa desesperación de tomar el colectivo más lleno que tiene cierta gente. Con el 12 por ejemplo, que uno sabe que viene a cada ratito, se toman el que viene hasta las bolas :D, cuando sabés perfectamente que atrás vienen tres vacíos.
Beso!
Lo que pasa es que a esa hora entra el que pica los cartones de los horarios... y es ciego.
Nop, hay que seguir buscando hipótesis. Además, a una parada está el boletero y no es ciego. Yo insisto: gente que emputece la vida a la gente (un nuevo programa de cable, con Bagnatto).
Saludos Gaby, Aldo!
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