29.10.12

de alfonsina storni a romero brest

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Finalizaba la exposición “Tres expresiones de la pintura contemporánea” cuando María Rosa (su futura esposa) convino con Alfonsina (Storni) en pasar unos días en San Justo. Ambas debían partir un día de la semana que mi memoria no ha retenido; yo iría el sábado a reunírmeles. La víspera del día fijado Alfonsina avisó que no se sentía con disposición de espíritu para ir al campo. María Rosa partió sola.
Fueron vacaciones planeadas bajo el signo de la desgracia: Alfonsina las trocó por un viaje a Mar del Plata donde puso fin a sus días...

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Ese año (1939) realicé los primeros bocetos de lo que debía ser una larga serie de “soles”. No sé por qué. O mejor dicho, lo sé: porque en el Sol y en la Luz encontré desde muy pequeño los mayores misterios, y porque estos elementos tan naturales ejercieron sobre mí, en razón de su propio sigilo, una atracción muy extraña.

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Hay muchos, demasiados pintores que ignoran aún que el color es un instrumento expresivo, como la nota en la música. No se compone una marcha fúnebre con los mismos sonidos que una balada, como no se manifiesta la euforia con los acentos que hace suyos el dolor. Los diversos estados de espíritu tienen distintas voces pictóricas, así como nuestra voz tiene un timbre diferente para expresar cada grito del alma.

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Debo decir que, alentado por el respeto con que la gente se acercaba a mis telas en los últimos años, había sacado para la ocasión los vidrios que las preservaban.

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Esto sucedía en los años en que Romero Brest creía en la condición superior de los artistas y podía, pues, sufrir y desesperarse ante su comportamiento desconsiderado. Deseaba acercarse a ellos, palparlos de cerca. Recuerdo los pasos que dio ante algunos de nuestro medio y cómo de esa expedición regresó abatido, tan mezquinos, interesados e ignorantes los había encontrado. No se explicaba cómo, por encima de mis escarmientos, yo conservaba intacta la ilusión y el coraje, manteniendo la displicencia. Hoy su pericia no busca artistas, los fabrica a su conveniencia; está bien lejos los años del corazón y de la mente sinceros. Se me ocurre, sin embargo, que en algunos de los momentos fugaces en que se encuentra a solas consigo, los añorará profundamente, reconociendo que eran los años en que tuvo fe e ideales.

EMILIO PETTORUTI
“Un pintor ante el espejo”

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