13.11.12
ausencia de propósito
COSMÓPOLIS
data: http://www.imdb.com/title/tt1480656
David Cronenberg atraviesa una etapa alejada de los monstruos de sus inicios. Al principio de su carrera, jugaba con las metamorfosis, las aberraciones, las transformaciones que la tecnología produce en los cuerpos, el horror del cambio. En sus últimas obras, hay monstruos más sutiles, monstruos no visuales: deformaciones del alma humana. El violento asesino que brota en un pueblo tranquilo del Medio Oeste, en “Una historia de violencia”; el matón caricaturesco de la mafia rusa, en “Promesas del Este”; la competencia mental entre el maestro y su seguidor, en “Un método peligroso”. En “Cosmópolis” (la trascripción cinematográfica de la novela de Don DeLillo) Cronenberg persiste en esta tendencia de su obra. Tal vez no sea una película redonda, por momentos es lenta. Posiblemente por seguir fielmente los diálogos de la novela original o por la natural impavidez de Robert Pattinson. Tiene sus ratos crípticos. Pero no deja de ser una película de Cronenberg. Es oscura, extraña, anómala, perversa en su claridad. No es una película de consumo amplio; es una película incómoda, poco clara, nebulosa. Pero tiene sus momentos que valen la pena tomarse el trabajo de analizar.
“Cosmópolis” es el viaje de Eric Packer, en una limusina fastuosa, una auténtica oficina rodante, durante un día, por medio Nueva York convulsionada. Es un día de protestas, amenazas, de la visita del Presidente, de muertes. Pero Packer, yuppie multimillonario, el Señor de las Finanzas, decide cruzar la ciudad atestada para cortarse el pelo. En el camino, irá subiendo a su coche a esposa, amantes, analistas, doctores, mientras su fortuna se esfuma en una lucha vana contra el yuan.
Lo que asombra de Eric Packer es su absoluta apatía, sea para voltearse a Juliette Binoche o a una morocha fuertísima, como para ver perder todo su patrimonio en un juego de apuesta en el mercado. Ya no hay nada que pueda motivarlo a Packer, metáfora del capitalismo salvaje globalizado de estos tiempos. Puede comprar no un cuadro de una capilla, sino toda la capilla e instalarla en su departamento, no porque quiera, sino porque puede. Puede cruzar una convulsionada ciudad al borde del caos, para cortarse el pelo en una peluquería en la otra punta de Nueva York, porque puede, no porque lo necesite, no porque lo quiera.
El viaje de Packer es un viaje simbólico, no sólo del personaje, sino de lo que representa, el capitalismo salvaje detrás de la crisis financiera. Proféticamente, DeLillo publicó su novela en 2003; el colapso estaba lejos, pero se veía venir. El problema de Packer está resumida en una línea, en el diálogo final con Benno Levin, su asesino: “Necesitan un propósito”. Packer no tiene un propósito. Su vida no tiene un propósito. Puede tener todo lo que quiere, pero no quiere nada. Y ése es su drama. Ése es el drama de su generación. Puede tener dinero, pero no sabe qué hacer con ese dinero.
Packer recorre la ciudad no para buscar un corte de pelo; recorre la ciudad para buscar su fin. Packer va en una carrera desenfrenada contra su propio asesino. Porque, tal vez, sólo así puede sentir que está vivo.
Benno Levin es el perdedor del sistema, es el mosquito aplastado por la rueda, (el fanático religioso del subdesarrollo que sugiere cuando se pone una toalla sobre su cabeza), es el tipo ignorado por los exitosos, por los ganadores. Es el lumpen que dice, como última frase de la película: “Quería que me escucharas. Que me salvaras. Quería que me salvaras”.
Ésa es la profunda tesis del viaje de un día por la ciudad hacia su muerte que emprende Packer. Una vida sin propósito genera la espiral de violencia que degrada a la ciudad. El capitalista que no se propone cambiar el mundo; sólo juega el juego que termina siendo tedioso: ganar dinero. Tanto dinero que ha perdido la satisfacción que da comprar. Cuando uno lo puede tener todo, termina no queriendo nada.
Eric Packer es el ejemplo del exceso, de la desmesura. Y, como toda tragedia griega que se precie de tal, el final es el castigo de los Dioses: su hundimiento y muerte.
De la sucesión de segmentos como se estructura el filme, me quedo con la charla de Packer con Vija Kinsky (Samantha Morton), una analista de ideas, que divaga sobre las razones de la protesta callejera. Esas líneas son las más astutas del filme. Muchas las publicaremos mañana, con las mejores frases.
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