Quinn había oído hablar anteriormente de casos como el de Peter Stillman. En los tiempos de su otra vida, poco después de que naciera su propio hijo, había hecho la reseña de un libro sobre el niño salvaje de Aveyron y por entonces había investigado algo el tema. Por lo que podía recordar, el primer relato de un experimento semejante aparecía en los escritos de Herodoto: el faraón egipcio Psamtik aisló a dos niños en el siglo vii antes de Cristo y ordenó al criado que estaba a cargo de ellos que nunca pronunciara una palabra en su presencia. Según Herodoto, un cronista notoriamente poco fiable, los niños aprendieron a hablar; la primera palabra que dijeron fue la palabra con que los frigios designaban al pan. En la Edad Media el santo emperador romano Federico II repitió el experimento, confiando en descubrir, mediante la utilización de métodos similares, el verdadero “lenguaje natural” del hombre. Pero los niños murieron antes de haber dicho una palabra. Finalmente, en lo que sin duda era un fraude, a principios del siglo xvi el rey de Escocia, Jacobo IV, afirmó que unos niños escoceses aislados de la misma manera acabaron hablando “muy buen hebreo”.
No obstante, los chiflados y los ideólogos no fueron los únicos interesados en el tema. Incluso un hombre tan cuerdo y escéptico como Montaigne consideró la cuestión cuidadosamente y en su ensayo más importante, la Apología de Raymond Sebond, escribió: “Creo que un niño que hubiese sido criado en completa soledad, lejos de toda asociación (lo cual sería un duro experimento), tendría alguna clase de lenguaje para expresar sus ideas. Y no es creíble que la Naturaleza nos haya negado este recurso que ha concedido a muchos otros animales... Pero todavía está por saberse qué lenguaje hablaría este niño; y lo que se ha conjeturado acerca del asunto no tiene mucha apariencia de verdad.”
Además de tales experimentos, estaban también los casos de aislamientos accidentales —niños perdidos en el bosque, marineros abandonados en islas desiertas, niños criados por lobos—, así como los casos de padres crueles y sádicos que encerraban a sus hijos, los encadenaban a la cama, los golpeaban dentro de un armario, los torturaban sin otra razón que las convulsiones de su propia locura, y Quinn había leído toda la extensa literatura dedicada a estas historias. Estaba la del marinero escocés Alexander Selkirk (considerado por algunos el modelo de Robinson Crusoe) que había vivido durante cuatro años en una isla frente a la costa de Chile y que, según el capitán del barco que le rescató en 1708, “había olvidado su idioma por falta de uso, hasta tal punto que apenas podíamos entenderle”. Menos de veinte años antes, Peter de Hanover, un niño salvaje de unos catorce años, que había sido descubierto mudo y desnudo en un bosque cerca de la ciudad alemana de Hamelin, fue llevado a la corte inglesa bajo la especial protección de Jorge I. Tanto Swift como Defoe tuvieron la oportunidad de verle y la experiencia inspiró el panfleto de Defoe Mera naturaleza bosquejada, publicado en 1726. Peter nunca aprendió a hablar, sin embargo, y varios meses después fue enviado al campo, donde vivió hasta los setenta años, sin mostrar ningún interés por el sexo, el dinero u otros asuntos mundanos. También estaba el caso de Victor, el niño salvaje de Aveyron, que fue encontrado en 1800. Bajo los pacientes y meticulosos cuidados del doctor Itard, Victor aprendió los rudimentos del habla, pero nunca progresó más allá del nivel de un niño pequeño. Aún más conocido que Victor fue Kaspar Hauser, que apareció una tarde de 1828 en Nuremberg, vestido con un estrafalario traje y casi incapaz de emitir un sonido inteligible. Podía escribir su nombre, pero en todos los demás aspectos se comportaba como un niño pequeño. Adoptado por la ciudad y confiado a los cuidados de un maestro local, se pasaba los días sentado en el suelo jugando con caballos de juguete y solamente comía pan y agua. No obstante, Kaspar evolucionó. Se convirtió en un excelente jinete, se volvió obsesivamente limpio, tenía pasión por los colores rojo y blanco y, según el decir general, demostraba una extraordinaria memoria, especialmente para los nombres y las caras. Sin embargo, prefería permanecer en lugares interiores, rehuía la luz intensa y, como Peter de Hanover, nunca mostró el menor interés por el sexo o el dinero. Cuando recobró gradualmente la memoria, pudo recordar que había pasado muchos años en el suelo de una habitación oscura, alimentado por un hombre que no le hablaba nunca ni se dejaba ver. Poco después de estas revelaciones, Kaspar fue asesinado con una daga por un hombre desconocido en un parque público
PAUL AUSTER
“Ciudad de Cristal”
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario