29.3.13
don manuel
“Hijitus” se estrenó en Canal 13, en 1967. Yo tenía un año. Y la anécdota familiar asegura que, aunque no hablababa todavía, me daba maña para pedir que subieran el volumen del televisor (blanco y negro, a válvulas) tarareando la cortina musical del corto animado: “Ah, ah, ah... ah, ah, ah”. Todavía está, en el margen de algún album de recuerdos, mis mamarrachos trazados cuando no sabía empuñar una cuchara pero sí un lápiz, con un nenito con capa y otro nene con un sombrero alto.
Cuando ayer me enteré de la muerte de don Manuel García Ferré, el creador de Hijitus, Anteojito, Calculín, Petete y tantos otros personajes, todos esos recuerdos infantiles brotaron de golpe, iluminando por un momento las grises telarañas de esos años.
Me acordé de cuando mi papá me compraba la revista de Hijitus junto a una tira de cebitas (si no sabés, googlealo) para mi revólver de juguete, como mimo por acompañarlo en un trabajo de un amigo. O una mañana de domingo con asma viendo el “Show de Superhijitus” (¿o de “Anteojito”, cuál sería?). Surgió el olor de un pan tostado con manteca y el calor de la taza con mate cocido. O el Boxitracio de paño lenci que mi mamá le encargó a una vecina habilidosa con las manualidades, en tiempos en que el merchandising no existía. Los muñequitos de plástico con los personajes de García Ferré que un tío conseguía de regalo en Kolynos, la pasta dentífrica que promocionaba el programa. El Super Hijitus despintado, en plástico rojo; el Hijitus común, con un sombrero amarillo y una banda marrón. El Anteojito con una remera celeste; el Antifaz, más grande, con un sombrero azul y un saco rojo, al que se le podía sacar la cabeza y volver a colocar en su sitio a voluntad. Esos monigotes que fueron los protagonistas de innumerables “capítulos” que inventaba para entretenerme, sentado en el suelo de un piso de baldozas en rombos rojos y amarillos.
Esos momentos, lejos estaba de suponer, serían lo más cercano que estaría del paraíso en la Tierra.
Ese cachito de alegría resplandece al cabo de los años, se agranda más, tal vez porque la perspectiva permite valorar las escasas cosas que teníamos, lo precario de nuestra ilusión y cómo podían iluminar nuestra vida, esos dibujos sobre el celuloide, ese universo mágico que proyectó un hombre, un inmigrante español escapado de la guerra civil, forjado a puro empuje con las limitadas posibilidades de un país subdesarrollado.
Hijitus era (y es) mi superhéroe predilecto. Más que Batman, el Hombre Araña, el Eternauta, Superman. Era un superhéroe argentino. Con todas las trazas nuestras, en un cosmos (Trulalá) en que los malos no eran tan malos y los buenos daban otra chance para cambiar. Hijitus era, en un país sin industria del dibujo animado, un milagro. Un milagro que cabe reconocerle a García Ferré que nunca tuvo buena prensa para valorar su trabajo, para ubicarlo entre los próceres de nuestra gráfica. A García Ferré, sospecho, le importó poco. Porque fue valorado por quién un artista pretende ser reconocido: su público. Y los que crecimos leyendo sus historietas, viendo sus dibujos en la tele, sentimos que su paso tocó nuestra vida y que no fue en vano su jornada por estos pagos.
Por si faltaba algo más, los dibujos de García Ferré superaron la prueba del tiempo, propiedad que no se le suele pedir a las obras que están hechas para un momento y un público determinado. Hace unos años, un amigo del trabajo me pidió que le grabara unos CDs que yo tenía con los cortos televisivos de “Hijitus” para pasarle a su propio hijo, un bebito, tan chiquito como yo cuando empecé a ver al superhéroe de capa y ventilador en la cabeza por Canal 13.
Y me aseguró, unos días después, que el petiso se enganchó con el dibujito y se quedaba mirándolo atentamente, tal como yo lo hacía.
Desde la nube en que se encuentre, gracias don Manuel por haber iluminado mi infancia.
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