“¿Por qué fracasan los países?” es uno de los libros del momento que analiza la importancia de lo institucional en el éxito o fracaso de las naciones. Uno de sus autores, el turco-estadounidense Daron Acemoglu fue reporteado para el suplemento “Enfoques” de la edición de “La Nación” de ayer y dejó algunas interesantes observaciones en un largo reportaje que recomendamos leer.
Las instituciones son importantísimas en relación, por ejemplo, a qué clase de incentivos presentan ante la sociedad. Cuando las instituciones de alguna manera alientan que te conviertas en un hombre de negocios haciendo negocios poco transparentes o corruptos en alianza con los políticos, eso tiene consecuencias.
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Una sociedad donde los políticos violan los derechos de propiedad privada no puede funcionar. (…) El sistema judicial es otra institución clave. Tiene que ser eficiente e imparcial. En muchas sociedades, el sistema judicial es un instrumento de la élite: con las conexiones correctas, alcanza para ganar en la justicia. Otra institución central es un sistema de educación que asegure igualdad de oportunidades para que la gente pueda obtener la ocupación que quiera.
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Hay muchos países en el mundo que tienen primaria obligatoria, pero la verdad es que la calidad es muy baja. La India es un caso emblemático: la primaria es obligatoria, la mitad de los chicos del país va a la escuela, pero los maestros no se presentan. ¿Qué valor tiene esa educación? Lo mismo está pasando en cierto grado en Estados Unidos. En las escuelas de zonas urbanas vulnerables, la calidad de las escuelas es tan baja que realmente no ayuda. No están aprendiendo habilidades valiosas. Esto requiere algún tipo de inversión y algún compromiso para crear igualdad de oportunidades.
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La clase correcta de regulaciones de negocios que desalienten la creación de monopolios protegidos con barreras de entrada y beneficiados por sus conexiones con el poder.
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Cuando el Estado y los hombres de negocios hacen negocios poco transparentes, desaparece la posibilidad de entrar y competir en el juego libremente, porque la única manera es contar con la conexión apropiada. Finalmente, es clave el sistema político completo empezando por la democracia pero yendo más allá: un sistema político que distribuya el poder político con bastante amplitud en la sociedad. La democracia es una condición necesaria pero no suficiente para evitar que los políticos usen los recursos para hacer estos negocios poco transparentes. Los políticos deberían trabajar en favor de la gente y eso implica mantener estas instituciones.
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Un país puede crecer durante cierto período basado en un crecimiento extractivo, y esto pasa porque el sistema político puede controlar algunas cosas y hay recursos para explotar, como en Arabia Saudita o Kuwait, que tienen petróleo. Este tipo de regímenes son posibles, pero no son sostenibles. Porque para sostener el desarrollo económico y el crecimiento económico son necesarias las instituciones inclusivas. La Argentina de fines del siglo XIX es un ejemplo de esta suerte de crecimiento extractivo: un sistema no representativo, un sistema no democrático, no inclusivo, con una élite muy rica y muy poderosa que creció apoyada en esos recursos. Pero en algún sentido el recorrido de Argentina hasta los años treinta, cuarenta y su subsecuente declive es parte de los dos lados de una misma moneda. (…) Tan pronto como estos recursos ya no son explotables o el conflicto se vuelve muy severo, el crecimiento empieza a revertirse por sí mismo. Algunas sociedades han sido capaces de usar esta etapa inicial de crecimiento extractivo para construir instituciones más fuertes y convertirse en sociedades más inclusivas. Corea del Sur es un ejemplo. Pero ése no fue el caso de Argentina.
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Pero el punto es que la distribución no es la clave. La clave es cómo se distribuye: si se lo hace de la manera equivocada, probablemente empeores el panorama. (…) La manera correcta de ejercer la distribución es la que crea igualdad de oportunidades, un campo de juego justo. Por ejemplo, distribuir los recursos del Estado para construir rutas que conecten a todo el mundo a los mercados, para desarrollar un sistema educativo de alta calidad que les permita a todos tomar parte en la actividad económica. Al contrario, la manera equivocada de distribuir es sacarle a Peter para darle a Paul, forzar los negocios para que paguen salarios que no pueden ser competitivos. Es equivocado porque destruye los negocios. En segundo lugar, porque creás dinero caído del cielo, pero la gente no lo usa para conseguir un contexto futuro favorable para sus hijos, con educación por ejemplo: no se está invirtiendo en la próxima generación. No existen países que hayan sido capaces de convertir este tipo de distribución en crecimiento inclusivo. Es mucho mejor una redistribución realizada en el contexto de mejoras en la educación, de provisión de bienes públicos, que es también proveer a la siguiente generación.
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Lo más importante es que los ciudadanos se conviertan en más ciudadanos, que tomen parte de los procesos políticos, que reciban oportunidades para invertir en el futuro. Un caso de redistribución elogiable es Corea del Sur, con la reforma de la tierra o la reforma de la educación antes que un Estado fiscal grande que arbitrariamente distribuye de un sector a otro. Pero redistribuir entre “mi gente” crea exactamente los incentivos políticos equivocados: como recibe limosnas, la gente se vuelve adepta del político, no importa lo que el político haga. Así se crea un poder clientelista. El clientelismo político ha sido un estilo en la política latinoamericana no sólo en Argentina.
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La transferencia condicionada de ingresos (atada al cumplimiento de ciertas condiciones) es una parte muy importante de la ampliación social de la redistribución. Lo interesante de la transferencia condicionada de dinero es que es muy impersonal. Todo el mundo tiene el derecho y no son los políticos los que deciden quién lo recibe. Esto es muy, muy importante. En cambio, los incentivos políticos realmente destruyen la democracia.
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No hay sistema perfecto. Es cierto que las transferencias condicionadas de ingresos a veces quitan incentivo. Pero funcionan mejor en eso de evitar el clientelismo. Y también está atado a educación, lo que es muy positivo.
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Creo que Argentina ha sufrido de los líderes fuertes que abusaron de su poder. Creo que necesitan un liderazgo débil con un líder que escuche a las instituciones, que esté limitado por las instituciones, que respete al Parlamento, a la oposición, a los medios. Un líder que reconstruya las instituciones y no uno que use los recursos para forjar su propia carrera. Creo que los argentinos deberían rezar por un líder cuyo nombre fuera totalmente olvidable.
Reportaje de LUCIANA VÁZQUEZ a DARON ACEMOGLU
“Daron Acemoglu: ‘Argentina necesita un liderazgo débil, con un líder que escuche a las instituciones’”
(la nación, 23.01.13)
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