10.4.14

destellos de un mundo que se fue

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EL GRAN HOTEL BUDAPEST
data: http://www.imdb.com/title/tt2278388
"Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie, una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra"
Nota de suicidio de STEFAN ZWEIG
Pese al entusiasmo de la crítica, “El Gran Hotel Budapest” dista de ser la mejor película de Wes Anderson. Están todos su tics (sus maravillosos tics) y su brillante concepción escenográfica. Pero en el desborde de recursos, Anderson se pierde por momentos, se embarulla bastante. Y el resultado final me parece menor a las alturas que alcanzó con “Los excéntricos Tenembaum” (http://www.superchatarra.com.ar/edanteriores/abril2002/um0204_3.htm) o con “El viaje de Darjeeling”. No obstante, logra un filme que supera la media. Y aún en sus tropezones, brilla.

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“El Gran Hotel Budapest” es la historia de un conserje primerizo y de un gerente de hotel, en Zubrowka un estado imaginario de principios del siglo XX. El hotel es el non plus ultra de una elegancia que está en retirada y Gustave, el gerente en cuestión, es la quintaesencia de ese mundo en decadencia. El oropel, el brillo, el colorido, la obsecuencia del personal, la elegancia y la civilidad, brochazos que se observan en conflicto con otros usos que se impondrán a su tiempo: el militarismo, la xenofobia, la crueldad, la vulgaridad. Tras los pasos de comedia de Gustave y su asistente Zero, momentos graciosos pero previsibles, se adivina la otra historia que quiere contar Wes Anderson y que se resume en una de las frases finales del filme: “Creo que su mundo había desaparecido mucho antes de su llegada. Pero he de decir, sin duda alguna, que mantuvo la ilusión con maravillosa gracia”.

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En “El Gran Hotel Budapest”, tal vez como en ninguna otra película de Anderson, lucen tan notablemente los trucos escenográficos del director. Los desplazamientos de cámara por recargados interiores, exteriores representados en maquetas, monumentalidad que no por su grandiosidad deja de mostrar su cara berreta de cartón piedra.

Como pocos, Wes Anderson tiene la capacidad de mostrarnos un mundo en descomposición. Y siempre lo mira con el guiño tierno a los personajes que hacen malabares para mantener algo que ya no se puede mantener. Son patéticos, pero no tremendamente patéticos. Nos provocan una sonrisa que brota de la ternura. Sus esfuerzos nos provocan empatía porque en el fondo son nobles. O buscan algo así como la nobleza en sus actos.

Y esa descomposición está omnipresente en las locaciones, en la paleta de colores que Anderson utiliza, en antiguallas que ya se adivinan como antiguallas aunque estén en su apogeo. Un buzo Adidas de los ’70, el azul desteñido de los documentales de Jacques Costeau, la machimbre de un hotel majestuoso que se revela poco funcional. Su mundo es en sepia. En colorido sepia. Un sepia chillón pero que no deja de ser sepia. Un melancólico sepia en el que paso del tiempo se desliza, como se escurre la vida con cada día.

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Esa delicada observación, esa mirada cumbre, es la especialidad de Wes Anderson, su marca en el orillo, su modo de ver la vida y la insensatez del Universo. Y en cada gesto de comedia, cada sonrisa que logra arrancarnos, nos está mostrando lo ilógico de estar vivo y el heroísmo de esos personajes que, corazón en mano, enfrentan el destino con tozuda convicción. Ése es el estilo Wes Anderson que emana de cada película. Y quién pueda disfrutar de esa mirada tristona, se regocijará con cada película. Aún aquellas como “El Gran Hotel Budapest” que presenta algunos baches narrativos.

Hay que señalar el juego de cajas chinas presente en la estructura del relato: una chica frente al monumento de un escritor que cuenta la historia del hotel que conoció del veterano protagonista. La secuencia de relatores nos hace preguntar quién termina contando la historia finalmente: ¿Zero? ¿El escritor? ¿La chica que lee la novela? Vale señalar que este esquema se repite en las locaciones: el hotel, la cárcel, los palacios, estructura laberínticas, de cajas dentro de otras cajas dentro de otras cajas. Ambientes interrelacionados en estructuras que nos recuerdan a los retorcijos del Universo. No parece un dato menor en la sintaxis cinematográfica de Wes Anderson.

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Otra de las gracias del filme es identificar a la cabalgata de grandes actores escondidos tras de sus roles. Tilda Swinton como la más que octogenaria Madame D., Mathieu Amalric como Serge X, el genial Harvey Keitel como Ludwig y Tom Wilkinson como el autor que cuenta la historia. A ellos se suman gente como Adrien Brody, Willem Defoe, Jeff Goldblum, Jude Law, Saoirse Ronan y más nombres para un seleccionado de figuras, rematados por la pareja protagónica, Ralph Fiennes y Tony Revolori.

Mañana, las mejores frases.

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