La semana pasada, “La Nación” publicó un interesantísimo reportaje a Gilles Lipovetsky, filósofo francés, autor de “La era del vacío”. Seleccionamos algunas de sus respuestas para este post, recomendando leer el reportaje entero por las ideas que nos deja picando.
Me opongo a la idea según la cual la dinámica del mercado y del individualismo sean equivalentes a la decadencia moral, al nihilismo total, a la desaparición de los valores éticos. La gente sabe muy bien lo que está bien y lo que está mal. Tal vez no estén todos de acuerdo sobre lo que es el bien y mal, pero, por ejemplo, violar a una mujer es algo que escandaliza a todo el mundo. No creo que nos encontremos en un desierto moral. Hay otros ejemplos: tenés espectáculos en la tele que hacen un llamado a la solidaridad; tenés el caso de Haití donde se pidió que la gente diese plata. La gente se siente tocada por la desgracia ajena y reacciona. No hay desaparición del sentido del bien y del mal; empíricamente es falso.
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La religión no desaparece. En Estados Unidos nueve de cada diez personas es creyente. Lo que sí cambió es la individualización de la creencia y eso no es lo mismo. La gente hace su propia compra de la religión, de lo que le sirve, ganó un cierto grado de libertad en la práctica. La relación con Dios es un tanto endeble, ya no está dirigida por la Iglesia. Pero el espíritu religioso, la conexión con lo sagrado, no desapareció. Lo que si despareció es la cultura de antes en la que la Iglesia determinaba lo que estaba bien y mal; lo sigue diciendo, pero la gente no le da importancia. Antes la ética estaba en las manos de la Iglesia y era la que decidía cuáles eran los valores.
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Primero consumimos imágenes de la felicidad: toda la publicidad, las imágenes de las vacaciones, el discurso que uno hace con respecto a las marcas. Tampoco hay que exagerar: no hay que decir que todo es ilusorio porque no es verdad. Ese el viejo discurso marxista: “La gente consumía, pero la gente era muy desgraciada al consumir”. Eso era ridículo. La gente quiere los teléfonos inteligentes, quieren salir de vacaciones. Esas son pequeñas felicidades que dan un cierto grado de satisfacción, pero no siempre. No es sistemático, pero en general al cambiar de auto o comprar una cámara que más o menos correspondían a lo que querías tendrás un momento de felicidad y placer, el problema es que ese placer es fugaz. Por eso, uno sigue incrementando cada vez más y más el consumo, lo material. Es como el cine. Viste una película, tendrás que ver otra. Está la búsqueda permanente de novedades. Pero innegablemente se me ocurre que para muchos- quizá no para todos- el consumo no alcanza para la existencia del ser humano. Se necesitan cosas a la par del consumo.
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En el consumo tenés varios casos: no siempre es terapéutico, a veces podés estar realmente feliz y tener ganas de cambiar el sillón que ya no te gustaba. No siempre así son las cosas, a veces te sentís mal: es una forma de olvidar lo que no funciona. La gente llega a su casa, el primer gesto es prender la tele, sin importar ver qué, para olvidar...
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La escuela a mi juicio está subdesarrollada, no fomenta el potencial del hombre de ser otra cosa que un consumidor. La escuela tiene su papel de formar al hombre y al ciudadano, pero se me ocurre que es mucho lo que hay por hacer. Al terminar los estudios, desgraciadamente, el trabajo no siempre es gratificante. Hay mucha gente formada que hace un trabajo que no le resulta interesante, de ahí la locura de ir a consumir. El trabajo es aburrido, voy y consumo.
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(La educación) está en crisis porque uno no tiene un modelo, porque la autoridad de los profesores está en picada a causa de los medios y de Internet. Antes el profesor tenía una autoridad natural porque después no había nada. Hoy abrís Google y sabés más que el profesor. Hay que reinventar un sistema. No es Internet lo que nos va a dar educación. Eso no forma el espíritu, pero es útil. Internet es una herramienta magnífica, pero no de cualquiera manera. La escuela tendría que tener como finalidad demostrar que el sentido de la vida no es el consumo, sino la acción.
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Durante muchos años el poder era la herencia. Eras noble, tenías poder porque esa era tu condición. Hoy el prestigio y el poder se conquistan muy rápido. Vemos las nuevas fortunas por Internet. No está mal, ojo. Internet fomenta eso: todos los proyectos que te permiten crear un servicio nuevo para el ser humano porque lo podés hacer con pocos medios. Facebook al principio nació con poco. Ese aspecto de una sociedad más abierta es algo positivo. También podemos pensar en otras formas de creación y son numerosas. Jamás en la historia hubo tantos artistas. La cantidad de músicos, cantantes, diseñadores, cineastas, todas las profesiones han explotado. Se produce felicidad al crear cosas.
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Hay que entender que contrariamente a lo que se dice el hiperconsumo no viene a destruir el placer de crear, sino por el contrario: no destruyó la religión, no destruyó la moral, no destruyó el deseo de la gente de hacer cosas que la apasionen.
Desde la antigüedad hemos vivido con culturas de jerarquización en todas las artes. Con el advenimiento de la era moderna todas estas jerarquías se desmoronaron. Los conservadores entonces dicen: ¡escándalo! Yo no porque para mí lo que cuenta no son los géneros, no es decir la Catedral es arte mayúsculo mientras que un par de Reebok son artes pequeños. No me planteo las cosas en esos términos porque creo que en todos los rubros puede haber arte hermoso, lo que sí hay que poner valor es en la calidad y eso en todos los ámbitos. Puede haber arte en todos los rubros. Hay cosas comerciales que están buenas, que son magníficas.
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Los intelectuales son como los demás: quieren poder reafirmar un poder, y el poder es el poder de juzgar, de separar entre lo que tiene un valor y lo que no. Y para eso tenés que forzosamente despreciar a la masa que obviamente no tiene gusto.
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Por eso no estoy a favor del culto de la alta-cultura. Puedo amarla porque yo vivo así. Leo a los grandes autores. Pero se puede vivir perfectamente bien, ser una persona honesta y hacer cosas fantásticas sin haber leído a Joyce ni a Shakespeare. Lo que cuenta es no confundir los grandes valores. Es que lo yo le decía a Vargas Llosa. El país más cultural de la preguerra era Alemania, lo cual no les impidió caer en la peor de las barbaries. O sea, la cultura estaba y no te protege. Dejemos de transformar a la cultura en religión. Para mí lo que cuenta es que la gente haga y cree. Dentro de esos hay creaciones mejores que otras. La escuela, la capacitación, la formación, la cultura, empujan a que la gente haga las cosas mejor. Hay grandes creativos que hacen cosas sensacionales. A mí no me molesta que haya publicidad siempre y cuando sea buena.
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Hay una revolución tecnológica que te da la posibilidad de mantener información todo el día en tu teléfono inteligente. La gente lee en su pantalla y recién empezamos. En algunos años vamos a tener pantallas flexibles. Vas a poder doblar tu pantalla como si fuera un diario. Para mí, no importa el formato, es decir si es papel o digital, lo que importa es la calidad. Si la gente aprecia la prensa en Internet, ¿qué problema hay?. Lo que cuenta es que haya una prensa de buena calidad. Es como los libros. Si desaparece el libro en formato papel, ¿con eso qué? ¿A quién le importa si lees en la pantalla? No cambia nada, es un tema de costumbre. Yo soy demasiado viejo, prefiero leer en papel, pero tal vez mis nietos se pregunten para qué el papel y se sientan más a gusto con lo digital. Lo que cuenta no es tanto el soporte sino el concepto de que ellos se pongan a leer.
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“Gilles Lipovetsky: ‘No creo que nos encontremos en un desierto moral’"
Reportaje de DIEGO YAÑEZ MARTÍNEZ al filósofo francés GILLES LIPOVETSKY
(la nación, 04.06.14)
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